¿Quién mejor que el nieto de un armenio que sobrevivió a una masacre gracias a la ayuda de un vecino turco musulmán podría escribir acerca de los «justos otomanos» que intentaron impedir el genocidio de los armenios en el año 1915 y sucesivos? Éste es, precisamente, el caso de Pietro Kuciukian, médico y cónsul honorario de Armenia en Milán, que ha escrito tres libros sobre el tema, el último de los cuales particularmente amplio y detallado: I disobbedienti. Viaggio tra i giusti ottomani del genocidio armeno [Los desobedientes. Un viaje entre los justos otomanos del genocidio armenio], presentado recientemente en la Casa de Armenia de la capital lombarda.
Su abuelo Andon huyó de las masacres hamidianas de 1895-97, ordenadas por el sultán Hamid II, prólogo del genocidio de 1915, escondiéndose con su familia en el sótano de su casa tapiada en Estambul, mientras su vecino musulmán alejaba a las bandas armadas que intentan penetrar en el edificio explicando que era una casa de su propiedad, momentáneamente deshabitada. El hijo de Andon, Ignadios, fue enviado a estudiar a Venecia en 1915, en vísperas del genocidio, por lo que pudo salvarse. Más tarde se convirtió en el padre de Pietro.
Pietro Kuciukian nació en Italia pero es hijo de un superviviente del genocidio armenio
Kuciukian ha viajado a lo largo y a lo ancho de Turquía y Siria buscando huellas del genocidio y de los justos que intentaron impedirlo y, al cabo de unos años, ha vuelto a casa con un rico botín de noticias históricas, todas rigurosamente contrastadas. Amplias franjas de las poblaciones turcas, kurdas, chechenas y circasianas del Imperio Otomano participaron con entusiasmo en el genocidio de los armenios, atraídas sobre todo por las oportunidades de botín, pero también por motivos de tipo político y religioso. Los miembros del triunvirato que guió el gobierno de los Jóvenes Turcos y que ideó el genocidio -Mehmed Talat Pachá, Ahmed Gemal e Ismail Enver- estaban animados por una ideología ultranacionalista. Talat fue también el primer Gran Maestro de la masonería turca. Utilizaron el sentimiento religioso islámico de las masas para presentar la eliminación de los armenios como un deber, apoyándose en la proclamación de la yihad que hizo el sultán Mehmed V en noviembre de 1914.
No todos aceptaron esta justificación; de hecho, uno de los rasgos más sorprendentes de la resistencia otomana al genocidio fue la insistencia por parte de muchos (funcionarios del estado, exponentes religiosos, personas simples) en que el asesinato indiscriminado de armenios ofendía al verdadero islam y no podía llevarse a cabo con recta conciencia.
El libro está dedicado a Mehmet Celal Bey, el wali (gobernador) de Alepo y, después, de Konya, que se opuso a las deportaciones y se negó a ejecutar las órdenes. Celal escribió en los periódicos que "cuando estuvo en Alepo vio con sus ojos a musulmanes ayudar a los armenios deportados; muchos islámicos fueron a verle porque querían acoger a los exiliados en sus propiedades, añadiendo que muchos ulemas agradecieron su comportamento humano hacia los armenios, porque la sharia exigía protegerlos". En Konya, la ciudad de los derviches, capital del islam sufí turco, la oposición al genocidio fue masiva. Allí "el clero islámico participó en la protección de los armenios locales y ayudó a los deportados que transitaban por la estación ferroviaria y en los campos de la periferia de la ciudad. (…) El mullah Oglu rezó en la gran mezquita para que se respetara la vida de sus conciudadanos cristianos e hizo llegar al sultán su fatwa humanitaria". Para llevar a cabo el genocidio, los Jóvenes Turcos obligaron a Celal Bey a dimitir y exiliaron a los jeques sufíes, incluido el mullah Oglu.
Mehmet Celal Bey, gobernador de Alepo, se opuso a las deportaciones y asesinato de los armenios
Fueron numerosos los funcionarios de la administración pública, los jefes de tribu kurdos, pero también los simples ciudadanos, que fueron ahorcados o asesinados por haber desobedecido las órdenes o, sencillamente, por haber obstaculizado las deportaciones. En Bayburt, en la provincia de Erzurum, "la población turca se había rebelado a la orden de deportación de los armenios, por lo que el kaimakam (gobernador provincial) Mehmed Nusret Bey, afiliado al partido de los Jóvenes Turco y conocido por su ferocidad, hizo ajusticiar a tres turcos para dar ejemplo a la población rebelde y, de este modo, doblegar a través del uso del terror el espíritu antigubernamental de los habitantes de la región. (…) También en otras ocasiones, como demuestran distintas fuentes, los turcos que ayudaron a los armenios fueron juzgados traidores a la patria y asesinados: algunos fueron ahorcados delante de la puerta de su casa, que después fue incendiada".
"Un jefe kurdo, Tahar Beg, quería salvar a los habitantes de Perkri, kurdos y armenios. El kaimakam y el jefe de la gendarmería le invitaron a comer y durante la comida le envenenaron por haber querido proteger a su gente". "Selim Aga era un jefe kurdo de una pequeña aldea de la provincia de Sassun, que le había comprado algunos armenios a un oficial turco, con el pretexto que necesitaba que esas familias trabajaran para él, salvándolas así de una muerte segura. La verdadera intención de Selim era salvar a los armenios y no utilizarlos como trabajadores, pero le descubrieron. Fue decapitado y su cabeza enviada a la ciudad de Mush para que sirviera de advertencia a otros jefes kurdos y evitar, así, que dieron asilo a familias y niños armenios".
Los "Schindler otomanos" que salvaron a los armenios haciéndolos pasar por sus trabajadores fueron bastantes y el libro los enumera uno a uno en las páginas finales: algunos actuaron por interés material, otros por antigua amistad o de manera totalmente desinteresada. Un cierto número de armenias se salvaron convirtiéndose en las segundas o terceras esposas de turcos y kurdos musulmanes, pero también hubo casos de falsos matrimonios, celebrados únicamente para proporcionar una cobertura legal a la acción de protección que se quería realizar. "Un armenio, Mihran Vartanyan, fue asesinado en su taller mientras trabajaba. Mihran era amigo del alcalde Ahmet Ali Agaoglu que fue inmediatamente al taller y se llevó a su casa a la mujer y a los hijos de su amigo. Más tarde se casó con ella e hizo que, junto a sus hijos, se convirtiera al islam para salvarles de una muerte segura. (…) El alcalde mantuvo a la familia Vartanyan durante años, protegiéndola y 'no se presentó ni un solo día en la habitación de la mujer con la que se había casado'. Cuando hubo el armisticio, Ahmet Ali Agaouglu envió a la mujer y a sus hijos a América; durante años estos escribieron y mandaron regalos al benefactor que había arriesgado su vida para salvarlos".
"El kaimakam Hüseyin Nesimî, de tradición sufí, osó proteger a los armenios de Lice, bajo la jurisdicción de Diyarbakir, salvando a unos seis mil. Se opuso a las masacres de la población armenia de lengua kurda y convenció a los musulmanes ancianos a contraer falsos matrimonios con jóvenes armenias para salvarlas". Hüseyin fue asesinado por Resid Bey, el fanático gobernador de Diyarbakir, junto a otra media docena de funcionarios públicos turcos y kurdos de la zona que se oponían al exterminio.
Observa Kuciukian: "El estado turco no ha honrado a Hüseyin Nesimî, sino a Resid, el gobernador que lo asesinó. Los nacionalistas lo consideran un héroe y la República turca ha rendido honor a su memoria, proclamándolo 'mártir' de la patria. Transformar la deportación en masacre como hicieron los miembros laicos del Cup (el nombre oficial del partido de los Jóvenes Turcos) era contrario a los fundamentos religiosos del islam que Nesimî profesaba. En cambio, para los miembros laicos y progresistas del Cup el estado y su conservación eran los valores supremos".
Otro musulmán hacia el que los armenios están agradecidos es Wahabit Vehbi: "Escondió decenas de armenios en su casa-castillo de Savur y en otros lugares de las cercanías. Era una persona culta que había estudiado en el extranjero. Sacaba a los deportados armenios de los convoyes, curaba a las mujeres heridas, escondía a los niños. Salvó también a familias asirias y controló que no se obligara a los cristianos a convertirse al islam. Le llamaban “el salvador”. En el momento de la ocupación rusa, Wahabit Vehbi fue salvado, a su vez, por un soldado armenio del ejército rojo. Sor Wareina escribe también que 'fue uno de esos musulmanes que prefieren las suras del Corán donde se habla de la compasión hacia los cristianos más que de la incitación salvaje a masacrar a los ghiavur, los infieles'".
Fayez el Ghossein, beduino de la tribu Shammar y funcionario reticente condenado al exilio interno, es el otomano musulmán que ha escrito el diario más detallado sobre el genocidio armenio. En sus páginas se lee: "El gobierno otomano de los Jóvenes Turcos, que se proclama protector del islam y detiene el califato, no puede actuar de manera contraria a los preceptos de la sharia; al hacerlo, pierde el derecho a gobernar. Los musulmanes tienen que renegar de dicho gobierno que pisotea el espíritu del Corán, mata a inocentes y no tiene miedo de ensuciarse las manos con la sangre y un crimen que no tiene igual en la historia. Islam es sinónimo de paz".
Fosa común de armenios asesinados en Der Ezzor y encontrada en la década de 1930
Centrado en las figuras de los "justos", el libro dedica también un espacio a noticias concretas relacionadas con el genocidio, que tuvo lugar en parte durante las deportaciones y, en parte, en lugares muy concretos, transformados en campos de muerte. Kuciukian ha visitado las localidades de Turquía y de Siria donde decenas de miles de armenios, que sobrevivieron a las marchas, fueron al final exterminados; localidades cuyos nombres deberían entrar en la memoria colectiva, como han entrado los de Auschwitz, Buchenwald, Mauthausen, Treblinka, etc. Kuciukian cita tres grandes masacres: "La de Ras-ul-Ain, donde fueron asesinadas 70.000 personas; la de Intili, donde murieron apiñados 50.000 hombres que trabajaban en el túnel de la ferrovia Berlín-Baghdad; la tercera, la más numerosa, la de Der Ezzor, en la que Zeky Bey eliminó aproximadamente a 200.000 armenios". En un capítulo anterior, dedicado a la provincia de Mardin, escribe que "en Suvar y Seddadiye fueron masacrados, entre 1915 y 1916, 195.750 armenios".
Al relato sucinto y austero del sufrimiento de dos millones de armenios, la mitad de los cuales fueron asesinados en esos días, se contrapone la profundización, allí donde es posible, de las figuras de los "justos" y sus motivaciones. Hilmi Bey, que fue prefecto en Mardin, después destituido y asesinado por los nacionalistas turcos cuando la guerra ya había acabado, respondió en un telegrama al terrible Resid Bey, que le ordenaba encarcelar a los notables armenios: "No soy un hombre sin conciencia, no tengo nada contra los cristianos de Mardin, no ejecutaré estas órdenes". Mustafa Aga Azizoglu, alcalde de Malatya, que escondía a los armenios que sacaba de los convoyes de la muerte en su propia casa, fue asesinado por uno de sus hijos poco después del final de la guerra. A quien le preguntaba por qué arriesgaba su vida para proteger a los armenios respondía, señalando su corazón: "Si nos planteamos esta pregunta, toda la verdad está escrita aquí".
Inevitablemente, vienen a la mente las palabras del n.16 de Gaudium et Spes: "En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. (…) Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado" (Gaudium et Spes, 16).
Los "justos" otomanos, como todas las personas no cristianas de recta conciencia de la historia, han demostrado con su vida la verdad de lo que el Catecismo de la Iglesia Católica enseña a propósito de la ley natural, una verdad que el aniquilamiento de las evidencias morales deseado por la cultura dominante contemporánea no podrá nunca borrar o hacer que sea anacrónica: "La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales. (…) Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada en parte, ni del todo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1956).
Traducción de Helena Faccia Serrano.