Las películas dirigidas por Juan Manuel Cotelo con Infinito+1 se han convertido en éxitos de taquilla incluso a nivel mundial, algo que ha sorprendido a muchos a tenor de la hostilidad con que en algunos ambientes del sector son recibidas, y de que había que recurrir a un sistema de distribución apenas explorado. De las razones de esos logros habla el mismo Cotelo en un artículo publicado en el último número de Academia. La revista del cine español:

La última cima (2010), Tierra de María (2013) y Footprints (2016), de la productora y distribuidora valenciana Infinito + 1, no solo fueron los documentales más taquilleros en España en sus respectivos años de estreno sino que han conquistado salas de 30 países, y Netflix ha adquirido sus derechos a nivel mundial. Una nueva producción, El mayor regalo, apunta más alto, habiendo recibido solicitudes de exhibición internacional antes de estar finalizada y habiéndose financiado a través de un crowdfunding mundial. Sin subvenciones ni el respaldo de ninguna televisión, en España.

¿Un caso especial, inimitable, o su fórmula podría servir a otras productoras y distribuidoras españolas? He tenido que preguntarme cómo lo hemos hecho para comprender nuestra propia experiencia. Porque no hubo estrategia previa... salvo esta: cometamos errores, cuanto antes. Comparto ahora las claves de nuestra trayectoria, confiando en que estimulen a otros, aunque sospechando que es especialmente idónea para los más pequeños y, sobre todo, para los más insensatos.

Primera ¿locura?: apostar por un contenido que, hoy, está culturalmente desprestigiado. En concreto Dios, la fe, la espiritualidad y, más en concreto, el cristianismo. Un contenido que ha generado títulos de éxito colosal: Marcelino, pan y vino, Ben-Hur, Un hombre para la eternidad, La misión, La Pasión, De dioses y hombres... Sin embargo, hoy abundan más las películas en las que Dios y los cristianos son los antihéroes. "Nadie os está esperando”, me dijo un amigo. Y recordé a aquel vendedor de zapatos que se desanimó al saber que en un territorio todos iban descalzos, mientras que otro vendedor se entusiasmó por el mismo motivo.
 
Segunda ¿locura?: dirigirnos a todos los públicos, huyendo de un supuesto nicho de mercado. Porque no tiene sentido producir películas de vaqueros solo para quien posea un revólver. Dinamitamos toda clasificación artificial de personas y procuramos que cualquier espectador sin prejuicios pueda emocionarse, reír, llorar y reflexionar autoimponiéndonos un solo dogma: prohibido aburrir. Gracias a ello, recibimos aplausos por parte de espectadores ateos y agnósticos así como abucheos de fieles devotos... y viceversa, claro. Como cualquier película.
 
Tercera ¿locura?: convertirnos, además, en distribuidores internacionales. Mi madre tiene la culpa. Porque vi que ella, de 83 años, compra frutas y verduras a agricultores de puntos geográficos remotos, sin intermediarios, por internet, y pensé que si esos campesinos habían dado con ella, ¿qué impedía que nosotros alcanzasemos a los exhibidores y al público de cualquier país? Resultado: tras 8 años cometiendo errores, la forma mejor de aprender, hoy distribuimos nuestras películas a exhibidores de 30 países y a espectadores de todo el mundo. Mientras escribo estas líneas, recibo la noticia de que, en Alemania, acabamos de superar las 200 salas de cine con Tierra de María, que lleva ocho meses en la cartelera de ese país. Dentro de dos semanas estrenamos en Irlanda, luego en Rumanía y pronto en Japón, habiendo pasado ya por Estados Unidos, Brasil, México, Italia, Ecuador, Argentina, Letonia, Colombia y Suiza.
 

1. Dejamos que el público tome la iniciativa, facilitando que cualquier persona solicite el estreno de nuestras películas en su país, en su ciudad ¡e incluso en su sala favorita!, a través de la web. “¿Quieres verla? ¡Pídela!” Así conocemos, de modo fiable, la demanda real y la ubicación precisa de los potenciales espectadores. Si nadie muestra interés desde Alemania ni se nos pasa por la cabeza distribuir ahí nuestras películas. Pero si nos llegan muchas solicitudes...
 
2. Contactamos con los exhibidores, mostrándoles la demanda real que hemos recibido desde su país, su ciudad y para su sala, y les proponemos que el tamaño de esa demanda determine el tamaño de la oferta. Es decir, que preferimos empezar en pocas salas con butacas llenas, que en muchas salas con butacas vacías. Así logramos para los exhibidores los máximos índices de rentabilidad por copia.
 
3. Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp: “¡La película se estrena el día D, en la sala S, a la hora H! ¡Lo hemos conseguido gracias a ti!”.
 
4. La hora de la verdad. Si los primeros espectadores concluyen “no está mal”, la película morirá sin remedio, pronto. Pero si dicen “¡me ha entusiasmado!”, ellos mismos se convierten en anuncios vivos, más eficaces que cualquier cartel, tráiler, web o crítica de prensa. Ellos logran la continuidad en cartelera y el salto natural a más salas, más ciudades y más países. Sin prisa, pero sin pausa. Mientras los fuertes compiten en carreras intensivas de 100 metros lisos, a los flacos nos va mejor el maratón. Así, en Hungría empezamos en una sala... y 14 meses después habíamos llegado a todas las del país. En Berlín estrenamos ocho meses después de haberlo hecho en Múnich. Y en Japón cuatro años después que en España. La emoción de la película no tiene fronteras ni fecha de caducidad.

Nuestro plan para el futuro: cometer nuevos errores, pero cada vez mayores. Ojalá nuestra experiencia estimule a algún compañero de profesión. Si fuera uno solo me conformaría. ¡Ánimo! Que nada ni nadie te frene. Quedo a tu servicio, seas quien seas. Y agradezco a la Academia su servicio constante y discreto a todo el cine español.

Publicado en Academia. La revista del cine español.