“Las pinturas de la iglesia de Alaitza, en la llanada alavesa, son como un cómic. Pero un cómic libertario pintado en el siglo XIV en una iglesia románica de finales del XIII”, describe a El País el profesor de la UNED y doctor en Historia por la parisina École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París, José Javier López de Ocariz.
Ocáriz es coordinador de tres tomos sobre el arte románico del País Vasco... y no conoce nada parecido a estas extrañas pinturas, en ningún país.
Las descubrió hace 35 años el párroco de la comarca, Juan José Lecuona: retiró el retablo, quitó una capa de cal que las cubría, en el ábside principal... y allí estaban. Extrañísimas.
No faltan en ellas signos religiosos: unos viajeros con cruces (quizá peregrinos), una iglesia con campanas y cruces en los tejados... pero también hay cosas raras como ciervos, mujeres llevando unas copas y unos extraños seres enseñando sus genitales.
Un centauro sagitario se cuela en otra imagen de un sepelio, y en una esquina de ese escenario violento, pero a la vez lascivo y jocoso, una mujer da a luz y otra quizá está siendo violada.
La filósofa e historiadora del arte, Isabel Mellén, de Álava Medieval, la empresa que organiza las visitas a esa iglesia cerrada al culto y a las de Gazeo y Añua, entre otras, lo explica así en El País: “Todos los investigadores que han pasado por aquí, o que han visto las imágenes, coinciden en que son extrañas, irreverentes y sin un encaje claro”.
Los frescos de la iglesia de Alaitza, a unos 20 kilómetros de Vitoria, casi en el arcén de la calzada romana que unía Burdeos con Astorga, fueron pintados con una técnica muy sencilla en color rojo muy llamativo sobre un fondo claro y con una ingenuidad increíble. Los seres que deambulan por la bóveda de la iglesia de Alaitza parece que tienen antifaces y portan armamento como ballestas y bolas más propios de representaciones del siglo XII, pero difíciles de encajar en una iglesia construida un siglo después.
Tres ¿peregrinos del Camino de Santiago? con cruces, avanzan en los laterales del ábside (y parece que había más), al lado de varios caballeros montados que lucen sus estandartes.
Para añadirle más misterio, la iglesia de este pequeño pueblo se encuentra a menos de cuatro kilómetros de la de Gazeo, -este año celebra el 50 aniversario de su descubrimiento- pese a estar a años luz en las formas y colores de sus representaciones. Los murales que cubren el presbiterio de Gazeo, con la imagen de la Trinidad en la parte alta y una terrible representación del infierno y de los condenados, pueden encajarse en el gótico lineal, apunta López de Ocariz, a pesar de su iconografía un tanto especial. Pero las pinturas de la parroquia de Alaitza son absolutamente ajenas al contexto formal e iconográfico de ese periodo.
“Escapan a una clasificación en los periodos usuales”, coincide Mellén. Algunos historiadores añaden incertidumbre al buscar algún tipo de asociación formal con el pasado o el futuro. Las imágenes, que tienen más que ver, en todo caso, con las esquemáticas figuras prerrománicas que con las del siglo XIV, se han intentado vincular a algún acontecimiento histórico, como el paso por la Llanada alavesa de las tropas de Eduardo de Woodstock, llamado el Príncipe Negro (primogénito del rey Eduardo III de Inglaterra) en 1367 acompañando al rey Pedro I, en vísperas del enfrentamiento en Nájera con Enrique de Trastámara.
“No parece muy lógico”, explica López de Ocariz, que alguno de los soldados que permanecieron en torno a un mes en la comarca, entraran en la iglesia y la decoraran. El cronista de la Francia Medieval, Jean Froissart, explica sobre ese momento histórico, que las tropas se diseminaron en la llanada alavesa antes de la batalla, a “catar viandas” y no a pintar iglesias.
Pero las contradicciones no acaban ahí. Justo debajo de las pinturas hay una inscripción incompleta en latín, en unas letras especialmente altas, que lejos de arrojar luz, complican más su interpretación. López de Ocariz recita primero de memoria el latinajo, y después lo traduce: “La inscripción tiene dos partes, una primera que coincide con un texto litúrgico, parte de un himno al Corpus Christi, y el final en el que advierte de que “por todas partes el infierno”.
El problema es que esa leyenda, por su contenido no corresponde al mismo tiempo ni a la temática de las pinturas.
López de Ocariz bromea con lo fácil que hubiera sido todo si, en vez de dejar cabos sueltos, el autor hubiera firmado en el ábside con una explicación del porqué de esa mezcla aparentemente incoherente de elementos. “Parece el telediario de un día de verano de hace 650 años”, describe el especialista alavés. "Digo de verano porque las guerras se hacían en verano”, puntualiza.