Uno de los temas fundamentales sobre el que se vuelve, una y otra vez, es el de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). En la práctica, nadie puede permanecer indiferente cada vez que la Iglesia se pronuncia sobre materia social. Un lugar privilegiado en la formulación de la DSI lo ocupa la obra de Santo Tomás de Aquino. Como observa Ricardo von Büren, iusfilósofo tucumano y estudioso de la Doctrina Social de la Iglesia, “por un lado se puede advertir la inspiración tomista de las enseñanzas sociales magisteriales recorriendo los textos y observando las citas expresas que se utilizan permanentemente. Por otro lado, el propio magisterio lo ha colocado en ese lugar a través de reiteradas intervenciones a lo largo de ya siete siglos. Finalmente porque, aún sin citas expresas, el lenguaje o las maneras de encarar los temas es claramente tomista”.
-¿Por qué una Doctrina Social de la Iglesia?
-La pregunta puede responderse en dos planos distintos: ad extra o ad intra de la Iglesia. Desde fuera de la Iglesia siempre ha existido sorpresa e incluso se han efectuado cuestionamientos por su presencia social y por sus intervenciones doctrinales. En el seno de la Iglesia no debemos olvidar la resistencia que sufrió León XIII al publicar Rerum Novarum en 1891 o Pío XI al hacer lo propio con Quadragesimo Anno. Y últimamente Francisco con Evangelii Gaudium. Esas oposiciones interiores que en el fondo no admiten que la Iglesia pueda y deba intervenir en materia social, o en signo contrario pretenden una intervención indebida, se cristalizan a fines de los años 50 del siglo pasado y dominan el escenario de algunos autores o centros de enseñanzas y editoriales; no del magisterio, siempre ajeno a estas deformaciones, en un clima que el Documento de Consulta previo a la IIIª Conferencia Episcopal Latinoamericana llama “el eclipse de la DSI”.
-¿Cambió luego la situación?
-Esa situación perdura hasta los inicios del pontificado de San Juan Pablo II, especialmente su discurso inaugural en Puebla (enero de 1979), en el que rechaza las dudas sobre la DSI y recomienda su estudio y puesta en práctica a todos los fieles. Sin embargo, percibo que aún la enseñanza y consecuente puesta en práctica de la DSI no es prioritaria en extendidos espacios eclesiales. Lo que va de la mano con una falta de recepción de las enseñanzas magisteriales sobre el apostolado de los laicos en el mundo, respecto de lo cual Francisco ha llamado reiteradamente la atención, criticando abiertamente el clericalismo que late en esas actitudes. Creo que una de las exigencias que tenemos en este tiempo, es profundizar los estudios sobre la DSI y proponer con la mayor apertura posible a los problemas sociales, su aplicación a la realidad que nos toca vivir.
-¿Por qué está tan presente la obra de Santo Tomás de Aquino en la Doctrina Social de la Iglesia?
-La presencia del tomismo en el magisterio no se debe a la adhesión a una escuela filosófica o teológica sino a que el magisterio ve en la formulación sapiencial del Aquinate la mejor manera de expresar las verdades naturales y sobrenaturales. Por ello, también, San Juan Pablo II reconoce que la DSI se inspira en gran parte en la Política de Aristóteles. Y es sabido que la filosofía aristotélica es muy importante en el entramado del tomismo. Dejando aclarado, también, que Santo Tomás ahonda y profundiza la filosofía aristotélica, de manera que podemos hablar en su caso de una nueva filosofía.
-¿Cómo se concreta esa presencia tomista?
-Por un lado se puede advertir la inspiración tomista de las enseñanzas sociales magisteriales recorriendo los textos y observando las citas expresas que se utilizan permanentemente. Por otro lado, el propio magisterio lo ha colocado en ese lugar a través de reiteradas intervenciones a lo largo de ya siete siglos. Finalmente porque, aún sin citas expresas, el lenguaje o las maneras de encarar los temas es claramente tomista.
-¿En qué se aprecia?
-La insistencia en el bien común, o el señalamiento que el hombre es naturalmente social y político, o las nociones de autoridad, orden, justicia y prudencia, tienen un marcado sabor tomista. O toda la estructuración de la dimensión jurídica de la DSI, que se inspira en la Suma theologiae o en De Regno o en Contra gentes. Esto se puede apreciar en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y especialmente en el que, a título personal, considero el documento magisterial más relevante en materias sociales: el Catecismo de la Iglesia Católica.
-¿Qué lugar corresponde a la Doctrina Social de la Iglesia en el conjunto de la Teología?
-La cuestión del estatuto epistemológico de la DSI ha sido y es uno de los más controvertidos. Y ello debido por un lado a que la propia Epistemología es un terreno confuso en estos tiempos. Incluso la misma palabra se utiliza en sentidos distintos e incluso contradictorios. Ello obedece a que en la modernidad se desplaza y substituye el paradigma epistémico clásico (que, con los matices de cada autor o corriente, es realista, objetivista) por otro idealista, subjetivista. El pensador argentino Carlos Alberto Sacheri lo explica muy bien en su libro Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas. De manera que lo primero que debemos hacer es recuperar el paradigma clásico que es el único que da inteligibilidad a los distintos planos sapienciales y los vincula armónicamente entre sí. Ahora bien, la DSI tiene una contextura propia, y en ese sentido desde su propia naturaleza puede advertirse que es teología moral social. En Veritatis Splendor y en Fides et Ratio, San Juan Pablo II ha dicho palabras esclarecedoras sobre la materia. Es claro que la DSI no es una ideología, ni una utopía, ni una ciencia social, ni un híbrido, ni una moralina de consejos no vinculantes, ni mucho menos que sea expresada en América Latina por las teologías de la liberación. Como decimos, es teología moral social.
-¿Qué finalidad tiene la Doctrina Social de la Iglesia?
-Se trata de uno, sino el principal, de los temas que es necesario conocer para poder estudiar y entender lo que la DSI es, no lo que nosotros quisiéramos que fuese, o lo que a nosotros nos gustaría que fuese. Lo dice la sabiduría clásica: omnes agens propter finem (todo agente obra por un fin). Estudié largamente el tema teleológico de la DSI (tanto en los propios textos magisteriales como en los de los tratadistas), y pude constatar que, en general, los autores no lo abordan o lo hacen muy rápida o superficialmente. De mi parte, concluí que no existe un solo fin en la DSI, sino varios que se articulan jerárquica y armoniosamente.
-¿Podría detallarlos?
-Existe un fin último, que es el de todas las cosas creadas: la gloria de Dios. Pero los fines que surgen del análisis de su propio dinamismo, son tres: un fin objetivo (finis qui), un fin formal (finis quo) y un fin subjetivo (finis cui). El primero es la “instauración en Cristo del orden temporal”, el segundo es “la edificación de la Civilización del Amor” y el tercero, es “la promoción integral de la persona humana”. Todos ellos son fines, y de acuerdo al momento o las circunstancias histórico-sociales, el magisterio enfatiza alguno de ellos en su discurso. Desarrollé esta línea de estudio en La Doctrina Social de la Iglesia y la pluralidad de sus fines, que ahora está en prensa para su segunda edición, en la que se agrega un Apéndice sobre El magisterio de Francisco y los fines del apostolado social de la Iglesia.
-¿Qué aporta la obra de Santo Tomás de Aquino para la comprensión de la relación entre la persona humana y la sociedad política?
-Mucho. Por lo pronto, una recta visión antropológica que recoge los aciertos aristotélicos pero que los sublima con las luces de la Revelación. Es claro que de la concepción del hombre que se sostenga va a condicionarse la concepción de lo social (lo político, lo jurídico, lo económico, lo educativo). Santo Tomás aporta luces a la noción de fin de la política, al abrirla al horizonte de la Fe, y ordenar el bien común político, que no es ya el fin último, hacia el bien común sobrenatural, que no es sino Dios, la bienaventuranza eterna, la fruición amorosa contemplándolo.
»Sigue abierta la discusión sobre la interpretación de la enseñanza tomista, y resuenan todavía las discusiones en torno al ideal de la Nueva Cristiandad postulada por Jacques Maritain o Charles Journet y sus críticas, levantadas por Julio Meinvielle o Charles De Koninck. Hoy, un ilustre pensador, el iusfilósofo John Finnis, ha propuesto defectuosamente el pensamiento político del Aquinate, como lo han demostrado, entre nosotros, Camilo Tale o Sergio Castaño. Creo que la posición correcta es la segunda, y que en parte importante de su propuesta filosófica práctica, Maritain se desprende del tomismo y asume posiciones afectadas por planteos modernos (por ejemplo, kantianos).
-¿Podría hablarse de cierta identificación de la doctrina sobre el bien común político en la Doctrina Social de la Iglesia y la obra de Santo Tomás?
-Sí. No debe olvidarse que la obra de Santo Tomás es fuente privilegiada del magisterio. Pero para entender la sintonía, debe tenerse presente que el Aquinate siempre está en el plano formal, en cambio la DSI tiene un alto contenido pastoral, por lo que sus manifestaciones deben ser leídas en ese sentido y no pretender que los documentos se redacten como tesis doctorales o tratados de teología. De ahí la importancia de una serena y adecuada interpretación de los textos y la importante tarea de los exégetas que los comentan. En esa línea, creo que quien mejor expuso los criterios para una recta lectura de las enseñanzas magisteriales es Carlos Alberto Sacheri en su libro El Orden Natural (cuya última edición, la sexta, ahora agotada, data de 2008).
-¿De qué manera contribuye la obra de Santo Tomás para entender adecuadamente la relación entre la Iglesia y el Estado?
-La discusión por la adecuada relación entre la Iglesia y el Estado no está presente materialmente en la obra del Aquinate. En primer lugar porque la noción de Estado, rigurosamente, es moderna, es decir posterior a Santo Tomás de Aquino, de manera que sería, en ese sentido, un anacronismo pedirle opinión al respecto. Ahora, si usamos la expresión estado en sentido amplio, sí encontramos en sus escritos lúcidas reflexiones que aportan luz en la materia.
-¿De qué modo explicaría Santo Tomás la relación entre la “confesionalidad” del Estado y la libertad religiosa? Todavía antes, ¿es posible hablar de “confesionalidad” del Estado? ¿Resultarían compatibles entre sí la “confesionalidad” y la libertad religiosa?
-Las nociones de confesionalidad y de libertad religiosa, al igual que otras como las de laicidad del Estado, deben ser precisadas en cualquier diálogo o debate. Y no se lo hace, generando habituales diálogos de sordos. En segundo lugar, no sólo es posible hablar de la “confesionalidad del Estado”, sino que hay que hacerlo. Porque todo Estado es confesional. No puede dejar de serlo, porque siempre “confiesa”, esto es, adhiere a una cosmovisión (una Weltanschaunng), un plexo axiológico que inspira todo su armazón administrativo-legal y su práctica concreta. No existen y nunca han existido en la historia los Estados no confesionales o aconfesionales. Es una hipótesis de gabinete que puesta frente a la realidad puede ser desestimada como falsa. En tercer lugar, la compatibilidad de las nociones de confesionalidad y de libertad religiosa se encuentra presente en el Concilio Vaticano II, por ejemplo en la declaración Dignitatis Humanae. Y se encuentra explícitamente formulada en el texto magisterial más importante en materia doctrinal, que es el Catecismo de la Iglesia Católica. Desde el n° 2104 al 2109. En una apretada síntesis, muestra la complementariedad de ambas nociones. En el plano de los autores, esa es la tesis expresa del maestro Alberto Caturelli, entre otros (Julio Meinvielle o Victorino Rodríguez), y que nosotros compartimos.
-¿Qué autores contemporáneos recomendaría y por qué razones para profundizar en el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia en perspectiva tomista?
-Ha habido numerosos tratadistas de la DSI que fueron decididamente tomistas, como Nikolaus Monzel, Eberhart Welty o Arthur Fridolin Utz. Más cerca nuestro, creo que podría recomendarse las obras de Carmelo Palumbo, de Carlos Alberto Sacheri, de José Miguel Ibáñez Langlois y de Daniel Passaniti. El motivo está dado en el hecho de que son autores que respetan al magisterio y no introducen sus propias ideas cuando analizan los textos. Y que de su mano podemos entender qué enseña la Iglesia en su doctrina social, como paso previo o paralelo a la lectura directa de los documentos magisteriales.