Fuera de México, José Vasconcelos Calderón (1882-1959) es conocido sobre todo por la expresión, que dio título a su libro más célebre, La raza cósmica. La obra fue publicada en 1925 y en ella formulaba su propuesta para el papel que había de desempeñar la "raza iberoamericana", "hecha con el tesoro de todas las anteriores".
Esta raza constituye en sí misma un "mandato de la historia" en el que el mestizaje se erige en vehículo para un nuevo estadio espiritual del mundo: la "abundancia de amor" permitió a los españoles "crear raza nueva con el indio y con el negro" y prodigar una "estirpe blanca a través del soldado que engendraba familia indígena": "La doctrina y el ejemplo de los misioneros... pusieron al indio en condiciones de penetrar en la nueva etapa, la etapa del mundo Uno".
Pero en su México natal, donde las controversias sobre su vida no impiden que haya adquirido la condición de prócer, se le reconoce sobre todo en su condición de impulsor de la educación como rector de la Universidad Nacional (1920-1921) y secretario de Instrucción Pública (1921-1924) durante la presidencia de Álvaro Obregón.
Diversas obras de José Vasconcelos.
No solo en esa función, sino como escritor, filósofo, político, periodista e historiador, Vasconcelos se adscribe a las corrientes liberales, y se da por cierta su pertenencia en algún periodo y grado a la masonería, con la que sin embargo terminó rompiendo por una constante de su vida que nunca abandonó y determinó en buena medida su quehacer político: su primera enseñanza cristiana.
El historiador mexicano Rodrigo Ruiz Velasco Barba, de la Universidad Panamericana, miembro del Departamento de Estudios Históricos de la archidiócesis de Guadalajara, afirma que en su vida y obra se detecta "una creciente tendencia hacia el catolicismo, a la vez que una identificación de quienes supuso eran los enemigos de la civilización hispano-católica: el protestantismo, la masonería y el comunismo entre ellos".
En un estudio publicado en el nº 19 de Fuego y Raya (revista semestral hispanoamericana de historia y política que edita el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II), Ruiz Velasco atribuye esa evolución a la impronta indeleble que dejó en su alma la formación cristiana que su madre, Carmen Calderón Conde, se empeñó en que recibiese, "dispuesta a resguardar a su hijo de ideas que socavaran la ortodoxia religiosa".
Una madre y unas lecturas que dejaron huella
El inteligente designio de esta mujer fue adaptando las recomendaciones de lectura de José a sus distintos modelos vitales. Además del clásico catecismo del padre Jerónimo Martínez de Ripalda en la infancia, en la primera adolescencia le fue dando autores como Jaime Balmes, San Agustín y el célebre antiliberal francés Louis Veuillot.
La finalidad de esas propuestas era inmunizarle contra la mentalidad estadounidense, porque en aquella época iba a un colegio de Eagle Pass (Texas), donde convivían a duras penas los alumnos de origen hispano con los de origen anglo.
Pero cuando Doña Carmen apreció en Vasconcelos, ya joven, otros riesgos (ya no el protestantismo, sino el escepticismo cientificista), le puso en las manos el Genio del Cristianismo de René de Chateaubriand: "Después he comprendido que, viéndome leerlo, mi madre se tranquilizaba. No podía evitar que me ganara el ambiente incrédulo y afirmaba mi creencia volviéndola combativa en previsión de los riesgos que no tardarían en presentarse".
Pero sucumbió a ellos. Durante su formación universitaria pasó por etapas de adherirse a la filosofía de Augusto Comte, de Arthur Schopenhauer, se dejó llevar por el escepticismo y la indiferencia... Pero nunca dejó de creer en la existencia de Dios como "primer motor misterioso".
Y aunque "echaba de menos la Eucaristía", no acudía a misa ni a comulgar: "De la Iglesia me apartaba la intransigencia del dogma". Y, aunque se aproximó al cristianismo puramente moral y de sentimentalismo socialista de Leon Tolstoi, leyó la Historia de los heterodoxos españoles de Marcelino Menéndez Pelayo.
Esa lectura fue fundamental en su vida, porque una de las ideas fundamentales en la obra del historiador santanderino, a saber, que "lo herético" y "lo español" son conjuntos disjuntos y que todos los herejes españoles han sido plagiarios, fundamentó la propia visión de sí mismo del escritor mexicano. "Don Marcelino", dice, le libró de errores de origen foráneo: "Mis propios yerros, por lo menos, son castizos". Como subraya Velasco Barba, "se aseguraba hispanófilo hasta en sus herejías".
José Vasconcelos, cuando ya había abandonado los lugares prominentes de la vida pública.
¿Cómo se percibe esta influencia católica en su vida pública? Del estudio de Fuego y Raya se pueden extraer algunos momentos especialmente relevantes.
La Iglesia y Victoriano Huerta
Cuando en 1913 Victoriano Huerta derrocó a Francisco Madero, Vasconcelos reprochó a la Iglesia que apoyase el golpe (por el cual él mismo tuvo que huir de México) porque entendía que eso incrementaría el anticlericalismo, y que Madero era la esperanza de un liberalismo tolerante con la religión por el que él siempre abogó en un país donde se había caracterizado por lo contrario.
Los colegios católicos
Un año después, convertido en secretario de Instrucción Pública bajo la presidencia de Eulalio Gutiérrez, protegió a los colegios católicos de la agresividad de los revolucionarios. Él mismo tenía una hermana religiosa del Sagrado Corazón, uno de cuyos centros había sido foco de lo ataques.
Estados Unidos y el protestantismo: el eje del mal
Todos sus posicionamientos antiestadounidenses, en el gobierno o en la oposición, provenían de atribuir a Washington una política exterior, secundada por fuerzas nativas, con la intención de debilitar el catolicismo mediante la introducción del protestantismo y la consecuente división religiosa.
Identificó a la facción del futuro presidente Venustiano Carranza (1917-1920) como la más servil al imperialismo anglo-protestante, y por eso, explica Velasco Barba, se enemistó con ella. Sus críticas a la Constitución de 1917 se fundamentan, entre otros puntos, en que, según Vasconcelos, sus limitaciones a la libertad de enseñanza "hacen prácticamente imposible la subsistencia de la religión como doctrina que se transmite a través de las generaciones".
El indigenismo, aliado del imperialismo
Vasconcelos denunció la connivencia entre ese imperialismo estadounidense y el indigenismo local, y afirmaba sin tapujos que "el elemento criollo de nuestra nacionalidad... es el único estorbo para hacer de todo México otra Texas".
Contra la leyenda negra de Hernán Cortés, no dudaba en proclamar que "México no será grande nación mientras no tenga de fiesta patria el aniversario de la quema de las naves en Veracruz", el gesto con el que el conquistador extremeño dejó claro a sus hombres que su destino quedaba vinculado para siempre a las tierras que se preparaban a conquistar.
Leyes laicistas... contra el protestantismo
Como rector de la Universidad de México, llevó a cabo acciones en consonancia con esa visión de las cosas, amparándose en las leyes laicistas que rechazaba por anticatólicas para impedir la penetración del culto protestante en el ámbito académico bajo su dirección.
Siguió esa misma política como ministro de Educación, a principios de los años veinte, fomentando un "ecumenismo hispánico" expurgado de la Leyenda Negra. De hecho, se arrepintió de haber consentido la erección de un monumento a fray Bartolomé de las Casas, en cuya promoción "ha habido ya demasiada influencia antiespañola, o sea, antimexicana".
Contra Calles
Por motivos similares se opuso al presidente Plutarco Elías Calles, cuya persecución a los católicos desató la Guerra Cristera (1926-1929). Vasconcelos escribe que en esa época todos los diarios estadounidenses apoyaban a Calles, "unos por dinero y otros por solidaridad protestante que le agradecía el exterminio de la Iglesia católica mexicana".
"Todo se lo perdonaban a Calles", decía, "porque les servía de brazo para pegarle a la Iglesia". ¿Qué debería haber hecho todo mexicano, creyente o no? "¡Salir a la defensa de su Iglesia, de su tradición, del alma misma de su estirpe!
Rechazo al deísmo masón
Velasco Barba da por hecho que en algún momento de su estancia en París en 1927 Vasconcelos ingresó o quiso ingresar en la masonería.
Los masones estaban en bloque con Calles: "De buena fe pretendí explicar a los masones franceses el peligro de la persecución religiosa de Calles, que desprestigiaría al liberalismo". Fue inútil, claro.
Pero lo que más le hizo sentir en corral ajeno fue el deísmo masón: "El Dios personal es Jesucristo. Yo nunca he renegado de mi cristianismo; aparentemente todos mis futuros hermanos se inclinaban a la versión del Dios fuerza de la Naturaleza. No insistí más; no volví a las juntas; al año dejé de pagar las cuotas. Si existen secretos -me dije-, no quiero saberlos; no soy para guardarlos; la lealtad de la fe católica está en que no tiene secretos".
Madrid: "No se hablaba sino de matar curas"
Todo ello marcó también su posición ante la Segunda República española y la Guerra Civil. Vio con simpatía a los republicanos en 1931, aunque le decepcionó que todos simpatizaban con Calles.
En octubre de 1936 habla así sobre Madrid: "El ambiente daba la impresión del México de Juárez. No se hablaba sino de matar curas y confiscar conventos".
Comunismo: pandilla de criminales
En cuanto al comunismo, participó en 1927 en una de las farsas antifascistas que seducían a los intelectuales europeos, el Congreso Antiimperialista de Bruselas, para escarmentar pronto: "Desde el comienzo advertí que lo dominaban, lo pagaban los soviets".
Pese a ciertas simpatías hacia Rosa Luxemburgo, consideraba la "sociedad marxista" como una "pesadilla" y la dictadura del proletariado o del partido como "un pretexto para el abuso de una pandilla de criminales".
Católico por mexicano
En resumen: a pesar de sus reconocidas "herejías" personales, de su escasa práctica religiosa (honesta, sin embargo: no quiso comulgar en su boda por su rechazo a la Resurrección y por considerarse un pecador obstinado), de sus amantes, de su coqueteo con los enemigos de la Iglesia, de su constante búsqueda de un término medio entre doctrinas contrapuestas... lo cierto es que el motor vital de José Vasconcelos fue defender México de todo lo antimexicano, que para él era lo mismo que lo antiespañol y lo mismo que lo anticatólico.
Publicado en ReL el 22 de agosto de 2020.