Tras 22 millones de ejemplares vendidos en varios idiomas, se ha estrenado este año (en marzo allí, en octubre aquí) la versión cinematográfica, muy fiel al original literario, de La cabaña [The shack], dirigida por Stuart Hazeldine e interpretada en el papel principal por Sam Worthington (Avatar, Furia de titanes, Everest, Hasta el último hombre), rodada en Canadá con un presupuesto de veinte millones de dólares. El productor es Gil Netter (Agua para elefantes, La vida de Pi), educado como católico.
La trama tiene arranque de thriller. Mack tiene una vida casi perfecta. Está felizmente casado, sus hijos crecen sanos y alegres, goza de un buen trabajo y un buen nivel de ingresos. Pero un verano, durante unos días de descanso en un campamento de las montañas de Oregón, la pequeña de la casa, Missy, desaparece. No pasan muchas horas sin que la policía deduzca primero, y confirme después, que ha sido víctima de un asesino en serie largamente buscado. Pero el cuerpo no aparecerá jamás.
Comienza entonces para la familia "la gran tristeza”, una enfermedad que corroe el alma y a la que Mack no consigue adaptarse. Le carcome el dolor por la ausencia de la niña, pero también preguntas que dirige a Dios y para las que no consigue respuesta. ¿Por qué ella? ¿Por qué yo? ¿Por qué la inocencia perece a manos de la iniquidad?
Años después de una tragedia que siente aún vivísima, Mack es convocado misteriosamente a un lugar maldito para él: la cabaña donde se encontraron las evidencias físicas del crimen. Acude con el temor de que se trate del asesino, pero intrigado al mismo tiempo porque la forma de la convocatoria apuntaría a que podría ser Dios quien le reclama. Y lo que se encontrará, tras un duro momento de evocación de su hija y de rebelión contra el Creador por su muerte, es a tres personas: una mujer negra, un hombre joven de apariencia palestina e indumentaria de trabajador (el israelí Avraham Aviv Alush) y una mujer de aspecto grácil y rasgos asiáticos.
Si decimos que en La cabaña esos tres personajes representan a las tres personas de la Santísima Trinidad, respectivamente Padre, Hijo y Espíritu Santo, podrá pensarse que estamos ante una obra irreverente y blasfema. No es así, aunque desde luego pueda cuestionarse la oportunidad de la caracterización, la necesidad de semejante choque icónico, e incluso, salvo en el caso de Jesucristo, la legitimidad de esa antropomorfización.
El protagonista, rodeado de las tres personas divinas. Una licencia más que discutible, pero que no envuelve una intención irreverente, más bien al contrario. Otra cosa son los errores teológicos que se deslizan en sus respectivos papeles en el film.
Más que ofender a Dios, quiso Young en la novela, y como asesor del guión, romper esquemas visuales como paso previo a romper esquemas mentales sobre lo que pensamos de Dios y de su intervención -o no intervención- cuando nos van mal las cosas.
A partir del momento en el que Mack establece ese contacto tan personal con Dios, la película se vuelve más discursiva, con las conversaciones entre las tres Divinas Personas, y de ellas con Mack, para explicarle en qué consiste la vida intratrinitaria y cómo interviene Dios en la vida de los hombres. Lo hace conforme a un plan que los hombres desconocen y por tanto no pueden ni deben valorar, pero que siempre está guiado por el amor infinito de quien es Creador, Redentor y Santificador.
Decía el Padre Pío que los hombres contemplamos la realidad como un niño sentado bajo el telar donde la abuela teje un dibujo con ovillos de lana. El pequeño solamente ve un abigarrado, informe e incomprensible conjunto multicolor de hilos sueltos. Su abuela, por encima, ve si embargo la lógica, el sentido y el esplendor del cuadro. Es como contempla Dios el mundo: cada hilo tiene su razón de ser, aunque visto desde abajo puede parece absurdo.
Como le dice en un momento dado Dios Padre (la oscarizada Octavia Spencer) a Mack, "cuando lo único que ves es tu dolor, me pierdes de vista".
Es la idea que transmite Dios Padre a Mack. Queremos darle sentido al mundo en el que vivimos, le dice, a través de una visión incompleta de la realidad. Nuestro error es que no admitimos que Dios es bueno y que todo, absolutamente todo lo que Él hace (los fines, los medios y las vida de cada una de sus criaturas) está previsto para nuestro bien.
El "reconfortante mensaje" de La cabaña, afirma Steven D. Greydanus, crítico de cine del National Catholic Register, es que, "a pesar de todo el sufrimiento y el mal que hay en el mundo, Dios realmente es bueno, todopoderoso y nos ama mucho. Cómo exactamente lo hace es un misterio que no podemos comprender plenamente; en última instancia debemos confiar en la bondad de Dios, incluso ante sufrimientos y males y a pesar de nuestro limitado entendimiento".
La película, estrenada en marzo en Estados Unidos, generó allí una polémica que reproduce la de hace una década con la publicación del libro. Tanto los mayores elogios como las mayores críticas las recibió en el ámbito protestante, al que pertenece William Paul Young, padre de seis hijos y que se autodefine como "fundamentalista evangélico".
En el ámbito católico la polémica es menor, quizá porque, como señala la hermana Rose Pacatte, crítica de cine del St. Anthony Messenger [Mensajero de San Antonio], la imaginación católica está mejor dispuesta que la protestante para la metáfora, la analogía y el sentido sacramental de las personas y las cosas que nos rodean.
Todos coinciden en elogiar algo en La cabaña: la forma en que se explica el sentido del dolor y del sufrimiento en el plan de Dios. Nick Olszyk cuenta en The Catholic World Report que él mismo la vio cuando se sentía en cierta rebelión contra Dios por el hijo perdido en un reciente aborto espontáneo sufrido por su esposa. La película le ayudó: "Sentí la presencia amorosa de Dios, fue una experiencia gratificante y tremendamente catártica".
La polémica, entonces, ¿por qué es? El punto menor es el visualmente más llamativo: la caracterización de las tres Divinas Personas en sí misma considerada, algo "incómodo", pero no una "objeción real" según la reseña de Catholic News Service, agencia dependiente del episcopado norteamericano, pues el Padre y el Espíritu Santo "son libres para manifestarse en la forma que deseen".
Monica Migliorino Miller, por ejemplo, evoca en Crisis Magazine la zarza ardiente que habló a Moisés.
Robert Barron, hoy obispo auxiliar de Los Ángeles, valoró en su día el libro ensalzando que presentase a Dios al lector (también al espectador hoy) "no como una vaga abstracción, ni solo como un Dios uno", sino también como "un Dios trino", esto es, el "Dios cristiano".
En La cabaña Dios "no es un poder distante, como en el deísmo, sino alguien que nos conoce íntima y personalmente, y es alguien a quien podemos hablar como a un amigo; ésa es la finalidad de toda la vida espiritual, entrar en amistad con Dios". Barron señala también que "la forma en que se resuelve el problema central (cómo concilias un sufrimiento terrible con el amor infinito de Dios) es una forma bíblica, la del libro de Job y la de la perspectiva total de Dios, a la que no podemos ni aproximarnos". El libro y la película invitan así "a confiar en Dios aunque no puedas ver claramente que es lo que Dios está haciendo".
Todos esos son los aspectos positivos. Barron lamenta, sin embargo, que en algunos momentos, "Dios suena demasiado como Martín Lutero", y La cabaña presenta "una lectura muy protestante" sobre "la ley y la religión" o sobre "la ley y la gracia". Lutero las opone, los católicos no: "La ley es la estructura lógica de la vida espiritual", no es "la enemiga de la gracia", sino "su socia". La "religión estructurada" y "el orden y la ley moral" "no se oponen a la misericordia de Dios, sino que son los elementos estructurales de la vida espiritual".
En efecto, tal como señala Barron, hay momentos en La cabaña en los que se equipara a todas las religiones o se censuran las estructuras intermediarias entre Dios y los hombres, por tanto la Iglesia misma (Young se considera cristiano no denominacional). Incluso hay alguna desconsideración a la Biblia como expresión fijada de la Palabra de Dios.
En ese sentido, en La cabaña los errores dogmáticos son abundantes, y los han señalado tanto analistas católicos como protestantes: resabios patripasianos, una herejía del siglo II según la cual Dios Padre se habría encarnado en Jesucristo, sufriendo la Pasión; errores sobre el Espíritu Santo, como si solo procediese del Hijo; un Dios tan inclinado a la misericordia que parece no dejar lugar a la justicia ni al castigo de los pecados, de tal forma que no queda claro si el infierno existe o no, o al menos si hay alguien en él o lo habrá en el futuro; o el aire New Age de ciertas expresiones y actitudes del "Espíritu Santo".
Quedan así expuestos los dos platos de la balanza sobre la película: el debe, sus graves problemas y su "emocionalismo", y el haber, lo "ortodoxa y contra-cultural" que resulta a menudo al abordar con valentía temas que la cultura dominante aborrece, como el cielo, el infierno, el pecado, el arrepentimiento, el perdón, el más allá, la redención...
En cuanto a la película como puro cine... la tragedia de Missy y de su padre toca con talento el corazón del espectador, investigando con hondos sentimientos la relación rota entre ambos. También para esa historia hay un final. Si triste o alegre, no lo desvelaremos, ni tampoco su impacto sobre el deseo más intenso de Mack: la paz del alma.