Antes eran héroes de película, ahora los directores los retratan como unos hombres amargados. ¿Qué ha pasado para este cambio radical en la visión más común que ofrece el cine sobre el sacerdocio católico? Karl Schmude, uno de los fundadores del Campion College, institución universitaria católica en Nueva Gales del Sur (Australia), lo analiza en Catholic Herald bajo el título "Por qué Hollywood se volvió contra los sacerdotes católicos":
 
En la historia del cine, la figura del sacerdote ha sido una de las más habituales y duraderas y, en su mayoría, han sido interpretados por actores de origen católico.
 
A partir de los años 30, los católicos fueron importantes en Hollywood, ya fueran actores como Spencer Tracy y James Cagney o directores como John Ford y Leo McCarey. Los productores recurrían a actores católicos para interpretar a sacerdotes, un papel considerado difícil y delicado. Ese fue el caso de Bing Crosby en Siguiendo mi camino (1944) y Las campanas de Santa María (1945), y el de Gregory Peck en Las llaves del Reino (1944). Los personajes, individualmente, podían ser distintos, pero el retrato del sacerdote era constante: una imagen de convicción y firmeza, compasión y valentía, y madurez de juicio.


 
Las últimas décadas han dado lugar a retratos distintos. En los años 70 los sacerdotes empezaron a ser retratados bajo una luz desfavorable como, por ejemplo, en Fiebre del sábado noche (1977) y en las dos películas de El exorcista (1973 y 1977). Se les retrataba como hombres insípidos, inmaduros y, a veces, amargados. En Fiebre del sábado noche el sacerdote joven deja su vocación. En la última escena, su hermano (interpretado por John Travolta) se prueba el alzacuellos: lo sujeta apretado alrededor de su cuello como si fuera un lazo.
 
Esta imagen degradante del sacerdocio es el resultado de una convergencia de factores, que incluyen: prejuicios anticatólicos, que se intensificaron como resultado de la posición de la Iglesia en cuestiones de "vida" como el aborto; el escándalo causado por el abuso de menores por parte de algunos sacerdotes, que dañó la credibilidad moral de la Iglesia en sectores muy amplios de la sociedad y, paradójicamente, en las mismas áreas de la moral sexual que ya estaban bajo ataque cultural; y, por último, el declive general de personajes heroicos y dignos de admiración (entre ellos, el sacerdote), que afectó especialmente a las figuras masculinas en la familia y la sociedad.
 
Recientemente se ha recuperado un poco la imagen del sacerdote. Es el caso, por ejemplo, de la película Gran Torino (2008), en la que un afectuoso sacerdote ayuda a un conflictivo veterano de guerra (Clint Eastwood).



Cristiada (2012), en la que Peter O'Toole interpreta a un amable sacerdote mártir.
 


Estos retratos de sacerdotes, aunque podían estar idealizados, nos hablaban de la exaltación cultural y religiosa del sacerdote como líder vital de la comunidad. Esto fue especialmente verdad en los retratos de los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial.


Probablemente ningún actor personificó a un sacerdote de manera más intensa que Spencer Tracy (19001967). Provenía de una familia de origen irlandés y católico. Desde muy joven le inspiraron la liturgia de la Iglesia y sus sagradas indicaciones, como si fueran un teatro, con los gestos del sacerdote, los movimientos silenciosos, los distintos colores de las vestiduras... todo contribuía a la dramática intensidad de la ceremonia.
 
En San Francisco (1936), Tracy interpretaba al amable y robusto sacerdote que era el amigo de infancia del propietario de un club nocturno (Clark Gable).



En Forja de hombres (1938) y su secuela La ciudad de los muchachos (1941), interpretaba al padre Edward Flanagan, fundador de la famosa escuela y comunidad de muchachos sin hogar.



Y en El diablo a las cuatro (1961), era un sacerdote anciano y alcohólico que sacrificaba su vida para salvar a los habitantes de una isla del Pacífico afectada por un terremoto.
 
Tras protagonizar San Francisco, Tracy recibió cartas de ateos en las que le describían el despertar espiritual que habían experimentado tras ver su interpretación del sacerdote. En Forja de hombres basó su interpretación en el padre Flanagan. Cuando recibió su secundo Óscar en 1938 como mejor actor, declaró que el premio le pertenecía al padre Flanagan. Y se lo dio.


Spencer Tracy, junto a Bette Davis en la ceremonia de los Oscar de 1939, que Tracy ganó por Forja de hombres [Boys Town]. En el minuto 0:28 le escuchamos decir: "Creo que no puedo aceptar este homenaje por mi interpretación en Forja de hombres, pero lo acepto como un homenaje al hombre que inspiró la película, el padre Flanagan". Luego felicita a Betty Davis, quien lo había ganado por Jezabel.

Cuando era niño Tracy abrigó la ambición de ser sacerdote y, evidentemente, sentía profundamente que debería haber sido sacerdote, no actor; pensaba que, en realidad, había rechazado su verdadera vocación.



Él reflejó una experiencia que no es insólita en el mundo del entretenimiento, en el que varios hombres han pensado, en un momento dado, ser sacerdotes. Ejemplos actuales incluyen a Jim Caviezel, intérprete de La Pasión de Cristo (2004) y Martin Scorsese, el director italo-americano de Silencio (2016).
 
Hay muchas evidencias que demuestran que Tracy era un hombre profundamente religioso. Tras su muerte hace 50 años, en 1967, el actor y guionista de Hollywood Garson Kanin hizo esta reflexión sobre la imperecedera naturaleza de la vida y fe de su amigo:


Spencer Tracy, junto a Garson Kanin durante la grabación en 1942 de Ring of Steele, una película de propaganda de guerra para reclutamiento.

"Creo que es significativo que él, un católico devoto, y yo, un ateo inveterado, pudiéramos formar una amistad, que continuó y de la que disfrutamos durante treinta años. Largos paseos con Spencer paciente y concienzudamente definiendo su fe. Largas charlas en las que él escuchaba (cómo sólo él sabía hacerlo) a la otra parte, sin tener nunca un momento de pique o enfado.

»Ahora los paseos y las charlas se han acabado. Si tengo razón, debemos ser felices con el legado de la memoria de un actor inigualable y un hombre muy querido. Si él tiene razón, debemos envidiar a los ángeles".

Traducción de Helena Faccia Serrano.