Fue un poeta, ensayista, novelista y pensador religioso ucraniano. Con su obra principal, El príncipe amarillo, Vassil Barka construyó un memorial por el genocidio que sufrió Ucrania, negado durante demasiado tiempo. Así lo cuenta Didier Rance en L'homme nouveau:
El 22 de noviembre de 2003 se conmemoró en Notre-Dame de París, como en otros países, el setenta aniversario del Holodomor, del genocidio ucraniano ordenado por Stalin en 1932. En un mensaje enviado con ocasión de este aniversario a los cardenales de Lviv, Lubomyr Husar y Marian Jaworski, Juan Pablo II recordó: «Millones de personas sufrieron una muerte atroz por la nefasta eficacia de una ideología que, a lo largo de todo el siglo XX, causó sufrimientos y lutos en muchas partes del mundo» y continuaba: «Quiero hacerme presente espiritualmente... [con] las innumerables víctimas», añadiendo que «la debida memoria del pasado adquiere un valor que supera las fronteras de una nación, alcanzando a los demás pueblos que fueron víctimas de acontecimientos igualmente funestos y pueden encontrar consuelo al compartirla».
Vassil Barka (1908-2003), el hombre que dio a conocer al mundo el Holodomor a través de la literatura.
Un genocidio ocultado
Las manifestaciones, coloquios y conmemoraciones en todo el mundo fueron más numerosos en 2003 que en 1993 (en 1983 aún dominaba el negacionismo) e hicieron conocer al gran público el genocidio sin duda más mortal del siglo XX por su alcance (de siete a diez millones de víctimas) y su sadismo: la muerte por hambre de una población campesina consciente de las reservas de grano guardadas por los milicianos, un suplicio que duró meses y meses. Este genocidio presenta otras particularidades: nos referimos a su memoria.
La prensa de la época informó del genocidio ordenado por Stalin. Pero la izquierda culturalmente hegemónica en Occidente logró ocultar el Holodomor para la opinión pública durante décadas.
Ha sido, sin duda, el genocidio ocultado durante más tiempo (el gobierno turco sigue negando el genocidio armenio, que en cambio es reconocido desde hace decenios en todo el mundo), aunque fue perpetrado en plena paz y no durante una guerra. Los historiadores, por cierto, observan que Hitler, en su locura antisemita, lo estudió y que, como en el caso del genocidio armenio, sacó las atroces conclusiones que todos conocemos.
La memoria del genocidio ucraniano presenta otra originalidad, menos conocida. De los otros genocidios se supo, sobre todo, a través de los relatos de los periodistas, a veces en tiempo real (Ruanda), a veces por los procesos y confesiones de sus responsables, otras por el trabajo de los historiadores. De éste, a pesar de la conspiración del silencio entre 1933 y 1990, llegó a saberse gracias sobre todo a una obra literaria. Se trata de El príncipe amarillo, de Vassil Barka, publicada a principios de los años 60 en Estados Unidos.
Veinte años más tarde se publicó en Francia [Le prince jaune]. Ciertamente, está el trabajo de algunos historiadores (Robert Conquest [El gran terror], Miron Dolot [Les affamés. L'holocauste masqué. Ukraine, 1929-1933]) y algunas páginas de la novela de Vasili Grossman (1905-1964) Todo fluye, pero los historiadores concuerdan en reconocer que fue la obra de Barka la que tuvo un papel primordial en el reconocimiento del genocidio ucraniano, papel comparable al de Solzhenitsyn en relación al Gulag... ¡aunque en un grado menor! Por desgracia, es necesario reconocerlo.
Un testimonio para la Historia
¡Qué destino el de Vassil Barka, muerto casi centenario en la primavera de 2003! Este joven ortodoxo ucraniano tenía veinticinco años en el momento del genocidio (1932-1933), del que fue testigo. Unos años más tarde consiguió pasar en Moscú una tesis doctoral en Literatura sobre la Divina Comedia de Dante, en la que reflejaba lo que había vivido: encontramos, por ejemplo, a Ugolino en el Infierno devorando a sus hijos. O la antropofagia, también en las familias, que fue una de las cimas del horror desencadenadas por Stalin. Soldado en la Armada Roja durante la Segunda Guerra Mundial, Vassil Barka fue herido y hecho prisionero por los alemanes.
Al final de la guerra pasó diversos años en los campos de desplazados antes de poder emigrar a los Estados Unidos, donde pronto se instaló como ermitaño en las montañas al oeste del estado de Nueva York. Poeta, ensayista, novelista y pensador religioso, creó a lo largo de los años una obra poderosa. Otra de sus obras más penetrantes es una epopeya en verso sobre la guerra y el genocidio de los judíos en Ucrania.
'Bitter harvest', película canadiense dirigida en 2016 por George Mendeluk, es la primera gran producción cinematográfica sobre el genocidio ucraniano.
El príncipe amarillo se presenta como una novela, pero el lector comprende enseguida que este término es inapropiado. A través del destino de los Katranik –Myron, Daria y sus tres hijos– y de su aldea, Khenototcha, en la que casi no sobrevive nadie, Barka concentra lo que vivieron millones de campesinos ucranianos a manos del Leviatán decidido a exterminarlos. Cuando treinta años después de la publicación del libro se abrieron los archivos soviéticos y los últimos supervivientes pudieron dar su testimonio, se constató que todo lo que Barka había descrito había sucedido, incluso lo más inimaginable: la confiscación del grano, de todos los productos agrícolas y de todos los alimentos de las casas, la ejecución de todos los que se oponían, las masacres, las revueltas con las manos desnudas contra las metralletas, la agonía durante meses de millones de personas condenadas a muerte por hambre, la locura, la antropofagia, los barrancos incendiados donde lanzaban, juntos, a miles de muertos y vivos.
Tumba de Vassil Barka en Nueva York.
Un gran libro cristiano
Pero Vassil Barka relata también la solidaridad entre los moribundos hasta el ultimo instante, como en los campos de muerte nazis y soviéticos. Pero El príncipe amarillo es, ante todo, un testimonio para la Historia y, a la vez, un gran libro religioso. La profundidad del testimonio cristiano que dieron estos millones de campesinos ortodoxos antes su exterminio programado surge claramente en muchas páginas. Arriesgaron su vida para salvar los vasos sagrados de las iglesias profanadas, rezaron y confiaron a Dios su sufrimiento ante lo incomprensible, siguieron creyendo en Su amor cuando los «sin-Dios» querían hacerlo desaparecer de todos los corazones, perdonaron y siguieron amando a quienes los exterminaban. Las últimas palabras del pope de Khenototcha : «Recordemos que Dios nos ama» o las de Myron Katranik al jefe de los exterminadores: «¿Has venido de tu lejana Moscú y deseas mi muerte? ¿Por qué? ¡Yo no deseo la tuya!» son testimonio de esto.
La expresión «mártires desconocidos de la gran causa de Dios» (Juan Pablo II) es muy apropiada en este caso (como para sus hermanos católicos de Ucrania occidental, donde la Iglesia fue exterminada trece años después del genocidio de 1933, también por voluntad de Stalin), sobre todo si pensamos en esta frase de la Bula de convocación del Gran Jubileo, en la que el Papa nos dice que los mártires «nos muestran la belleza del rostro del hombre».
El príncipe amarillo identifica esta belleza espiritual en el centro del horror y del Mal en los humildes gestos de caridad de sus víctimas. Y en el rostro de los campesinos nosotros vemos el del Crucificado.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Publicado en ReL el 25 de septiembre de 2017 y actualizado.