Apenas hay quien no conozca el contenido y reconozca la plasticidad y sonoridad de sus párrafos más célebres:
"¡Dichosa edad aquélla, de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era o se creía el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas o para atajar al sol en su carrera. Nada aparecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe, que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cinta y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía.
»España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas".
Es el Epílogo de la Historia de los heterodoxos españoles, una obra que Marcelino Menéndez Pelayo (18561912) escribió con 24 años y a la que el escritor Aquilino Duque (Sevilla, 1931) no ahorra elogios. "Yo, personalmente, leo hoy los Heterodoxos con el mismo placer con el que leo el Quijote", confiesa a ReL: "Y es que su prosa es deslumbrante".
Lo dice alguien que sabe de prosa, pero también de verso: ha sido, como novelista, Premio Nacional de Literatura y finalista del Premio Nadal con El mono azul, y como poeta ostenta los premios Leopoldo Panero y Fastenrath. Su último libro está dedicado en buena medida a Menéndez Pelayo: Una cruz y cinco lanzas (Renacimiento), que recoge cinco ensayos sobre sendos aspectos de la vida y obra del genio santanderino.
Que son cinco lanzas rotas a favor de un hombre que recibió alabanzas incluso de sus adversarios laicistas, masones, anticlericales, rendidos a su talento: "Cuando los estudios nobles se cultivan en serio, los que los persiguen de buena fe se olvidan de los argumentos ad hominem y saben apreciar la calidad y el buen hacer", nos explica.
Eso incluye a nombres clásicos del anticlericalismo español como Alberto Jiménez Fraud (18831964) o Fernando de los Ríos (18791949), a quienes cita en su libro: "El único contemporáneo de don Marcelino que yo alcancé a tratar fue Jiménez Fraud, que además apreciaba ese talante de don Marcelino en su amistad con Galdós. En cuanto a don Fernando, el 'padre del socialismo de guante blanco', me limito a sus intervenciones cuando estuvo al frente de la Universidad Internacional, para contrastar su actitud y la de otros como Araquistain y Américo Castro con la de los 'socialistas renovados' que daban por inexistente esa Universidad en los años 'del páramo' aunque no se atrevieron a apear a don Marcelino de la denominación que se le dio a raíz de la liberación de Santander y que aún conserva".
Dado que menciona el "páramo" (la supuesta parálisis cultural en la España de Franco), le preguntamos a Duque si en esa época fue utilizada políticamente la figura de Menéndez Pelayo: "A un amigo y colega", responde, "que, en uno de los actos académicos con que algunos conmemoramos el centenario de don Marcelino lamentaba el aprovechamiento de su figura por el 'régimen anterior' desde la guerra en adelante, yo le repliqué que eso era un mérito más del susodicho régimen. A mí en cambio me pareció lógico el escaso interés que la actual social-mediocracia neoliberal mostró por el centenario, que al menos fue acogido en la Real Academia de la Historia gracias a Gonzalo Anes, que la presidía a la sazón".
Hay excepciones, claro, como una reivindicación menendezpelayista que puede resultar sorprendente, la del recientemente fallecido Juan Goytisolo: "A Goytisolo se le puede reprochar que se identificara con excelentes autores de conducta rarilla como Molinos o Blanco-White, pero no que dejara de estudiarlos con seriedad y solvencia. En él influyó mucho Valente que, más que poeta y que otras muchas cosas contradictorias, era sobre todo una inteligencia".
Pero volvemos a las tesis de la Historia de los heterodoxos españoles sobre la esencia católica de España, que para Duque son incontrovertibles: "Lo que don Marcelino dice del catolicismo y España hay muchos que lo dicen del cristianismo y Europa: por ejemplo, María Zambrano, sobre la que publiqué una tercera de ABC titulada 'Zambrano y los fundamentos de Europa', una tercera digital, por cierto, ya que sólo salió en papel en Barcelona".
Aquilino Duque, junto al entonces alcalde de Sevilla y hoy ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, en un homenaje de la ciudad al escritor en 2013. Algunos de sus poemas adornan desde entonces en azulejos el Jardín del Valle hispalense. Foto: ABC.
Ordenador en mano, recuperamos esa Tercera de Duque en ABC y leemos a Zambrano criticar que, a partir del idealismo alemán, la filosofía ha pretendido en Europa suplantar a la religión, con detrimento del hombre, a quien no ha dado "el alimento que necesitaba, el alimento de creencias, de fe, de esperanza... El hombre europeo se ha ido vaciando lentamente, quedando indefenso, sin creencias", las cuales "no son el añadido, sino la realidad, la realidad más real de nuestra vida".
"Palabras como éstas resumen la verdadera sabiduría de Occidente", apostilla Duque, quien lamenta los "palos de ciego de la Europa de los mercaderes" que "reniega de sus fundamentos".
Aquilino rompe, pues, cinco lanzas por Don Marcelino en sendos ensayos, pero eso solo justifica la mitad del título de su libro. Queda la cruz. Es "la cruz de Don Juan", Don Juan de Borbón y Battenberg, un personaje con quien Duque, monárquico "por razón poética", confiesa simpatía personal y distancia política: "La simpatía que don Juan de Borbón pueda inspirarme no se basa en el conocimiento directo, del que no puedo blasonar; me basta saber que fue amigo de buenos amigos míos, pero es que su figura histórica, pública, que es la única sobre la que me creo con derecho a hablar, tiene todo el patetismo de quien queriendo ser sujeto de la Historia, fue su objeto, por no decir su zarandillo, en lo que la culpa acaso fuera menos de él que de los zascandiles que lo rodearon, entre ellos, ya digo, más de un querido amigo mío".
Nos interesa la fe personal del padre de Juan Carlos I: "Me figuro que como la de todo español medio de aquellos tiempos en que toda España era católica y pecadora". Y recuerda que el mismo don Juan contaba que "en sus tiempos en la Royal Navy trató de catequizarlo un masón, vecino suyo de cama, en el hospital asiático donde convalecía de alguna de esas sabatinas de juventud que obligaban a muchos a pasar por el confesonario y por la enfermería".
"Don Marcelino era un hombre de Fe y a la vez un hombre de Ciencia", resume Aquilino Duque, volviendo a los Heterodoxos: "El creyente acata los dogmas de la Verdad revelada. El científico sabe en cambio que en ciencia las verdades son todas provisionales y revisables".
Y recomienda el libro sin matices, un libro que aúna ambas virtudes, fe e investigación: "La Historia de los heterodoxos españoles es sin duda alguna el más polémico de los libros de Menéndez Pelayo, pero es que es además el más ameno y asequible al lector medio. Ábrase por donde se abra, cualquiera de sus tomos es una novela de aventuras cuyos episodios se encadenan sabiamente y en los que la sorpresa de los lances es inseparable de las lecciones que encierra cada uno".