Empezando por el principio, decir que la Generación del 27 era hasta hace nada cosa de hombres, pero los estudios recientes demuestran que a ella pertenecieron también mujeres de extraordinaria sensibilidad poética. Buena parte de ellas son las protagonistas del documental de acceso gratuito por internet titulado “Las Sinsombrero”, en las que se presenta a Rosa Chacel, MargaritaGil Röesset, María Teresa Leon, Maruja Mallo, Concha Mendez, Angeles Santos, y las católicas practicantes María Zambrano y Ernestina de Champourcin.
Nada se dice de la faceta religiosa de éstas últimas, ni de que la Generación del 27 se constituye en plena Edad de Plata bajo la monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII, durante la cual el rey consagró al Sagrado Corazón de Jesús los destinos de España, tal y como había indicado en sus apariciones que se hiciera la Virgen de Fátima, de las cuales se conmemora el centenario en este 2017.
María Zambrano (19041991) se matriculó por libre en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid en 1921. Asistió a las clases de José Ortega y Gasset y del también filósofo católico Xavier Zubiri en la Universidad Central de Madrid, completando así la carrera de Filosofía. Asumió un papel de mediadora entre Ortega y algunos escritores jóvenes, como Sánchez Barbudo o José Antonio Maravall. Ortega y Gasset –que murió en la Iglesia Católica y que huyó del Madrid republicano por miedo a ser asesinado, al igual que Zubiri ( filósofo también católico) y toda la Escuela de Filosofía de Madrid- diría de ella que era la discípula más inteligente que había tenido. Consiguió en 1931 ser profesora auxiliar de la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central, hasta el año 1936, aunque ya por esta época trabajaba en la que sería su tesis doctoral «La salvación del individuo en Spinoza». Sería también profesora del Instituto de Bachillerato Cervantes (Madrid).
Suyas son citas como la siguiente:
“…la filosofía, al pretender guiar su vida y resolver los enigmas del universo, ha mantenido al hombre europeo en la más insípida desnutrición: ni le ha dado el alimento que necesitaba, el alimento de creencias, de fe, de esperanza, ni le ha enseñado tampoco a vivir heroicamente, al estilo de otro gran suplantador de religiones, al estilo Nietzsche…Así ha venido a suceder que el hombre europeo se ha ido vaciando lentamente, quedando indefenso, sin creencias; es decir, según Ortega ha mostrado con su genialidad, sin realidad, porque las creencias no son el añadido, sino la realidad, la realidad más real de nuestra vida”.
En su entorno la llamaban “La santita”. Todo lo que aportó, el mito creado sobre ella por el laicismo, sin duda más que merecido por sus capacidades, debe saberse que reposaba sobre la fe católica. Apoyó y participó en las Misiones Pedagógicas durante la primera etapa de éstas, es decir, con anterioridad a la Guerra Civil, ya que después dicho fenómeno educativo continuó. Su participación demuestra que en las Misiones Pedagógicas de esa etapa no hubo una exclusividad ideológica como pretende hacernos creer la sesgada historiografía de las mismas, sino que las puso en marcha un parlamento plural y fueron misioneras en ellas muchas personas, algunas de ellas católicas de la talla de Maria Zambrano.
Ernestina Champourcin (a la izquierda), con algunas amigas del grupo de Las Sinsombrero
Ernestina de Champourcín Morán (19051999), considerada la más importante entre el grupo de Las Sinsombrero, nació en el seno de una familia católica que le transmitió la fe. Además en esa familia católica y para algunos oscurantista, tradicionalista, machista y patriarcal, Ernestina recibió una exquisita educación con institutrices francesas e inglesas, por lo que desde niña hablaba y escribía con suma perfección el francés, el inglés y el español. Su familia se trasladó cuando ella era muy joven a Madrid, en cuyo Colegio del Sagrado Corazón estudió desde los diez años –religión en la escuela- examinándose como alumna libre en el Instituto Cardenal Cisneros por haber sido preparada por profesores particulares de bachillerato.
No pudo estudiar en la universidad debido a la oposición del padre, por lo que dedicó su vida a la poesía. Ya en 1926 publicó “En silencio” y posteriormente “Ahora”, “La voz en el viento” y “Cántico inútil” (1936). Se ha dicho que en estos libros se percibe la influencia sobre ella del Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, por cierto católico a su manera, pero en cualquier caso ni materialista ni ateo. Gerardo Diego seleccionó para su Antología de 1934 los poemas de Ernestina Champourcin, en un gesto insólito para la época y para algunos miembros varones de la Generación del 27 que serían tenidos hoy por progresistas, y que probablemente de haber ellos escrito la antología nunca la hubieran incluído por mujer.
Sin embargo Gerardo Diego, poeta católico como vamos a ver más adelante, sí la incluyó, algo que a quienes se creen la paparrucha de que el catolicismo es machista sin duda les sorprenderá. ¿Por qué la incluyó? Porque se dio cuenta de que Ernestina de Champourcin representa una de las cimas poéticas de la denominada poesía pura. Ella compartió con los considerados intelectuales de la IIª República actividades como el Liceo Femenino, del que fue secretaria y donde conoció en 1930 a Juan José Domenchina, secretario personal de Manuel Azaña, con el que se casó en 1936. Allí conoció también a Juan Ramón Jiménez y su mujer Zenobia Camprubí, a Concha Méndez, María de Maeztu –científica católica por cierto- , María Baeza, Pilar Zubiaurre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Juan de la Encina y Rafael Alberti.
Durante la Guerra Civil participó de una obra social fundada por Juan Ramón Jiménez y Zenobia dedicada a los niños huérfanos o abandonados denominada "Protección de Menores". Se fue al exilio acompañando a su marido a Toulouse, París y México, donde sobrevivió trabajando junto a él como traductores del Fondo de Cultura Económica. México fue una de sus etapas más fecundas y felices, allí colaboró en la revista Rueca y publicó “Presencia a oscuras” (1952), un Vía Crucis comentado por ella, “Cárcel de los sentidos” (1960) y “El nombre que me diste” (1960). En México un sacerdote del Opus Dei, párroco de la iglesia de la Santa Veracruz, le preguntó si podía colaborar dando clases a un grupo de mujeres del barrio.
Ernestina aceptó explicando además catecismo. Allí entre la pobreza y la miseria comprendió que Dios la llamaba a la santidad; a esforzarse por vivir intensamente el cristianismo según el espíritu del Opus Dei. También Juan José, que murió en 1959, encontró apoyo espiritual, antes de morir, en un sacerdote del Opus Dei. Lo de su incorporación al Opus Dei es algo que los pocos historiógrafos laicistas que le dedican atención por supuesto no mencionan. Contestaba así en una entrevista sobre su presunto feminismo, contestación que sin duda también la ha sometido a cierto ostracismo, no sólo por su condición de miembro del Opus Dei:
“—Doña Ernestina, le digo, usted era feminista, estaba siempre defendiendo los derechos de las mujeres, es verdad?
—No, es una mentira como una casa. Yo feminista en el sentido de que, de que creo que la mujer tiene sus derechos y hay que respetarlos. Pero no he escrito nada feminista, nunca. Yo me he dedicado a la poesía nada más”.
Algunos de los miembros de la Generación del 27 (Gerardo Diego, Vicente Aleixandre…) con Dámaso Alonso
Hombres importantes también formaron parte de ella y son los más conocidos, hombres tales como Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Juan José Domenchina, Emilio Prados, Miguel Hernández , y los poetas científicos católicos practicantes Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
El madrileño Dámaso Alonso (18981990) fue uno de sus principales integrantes, coincidiendo en su persona el poeta, el científico y el creyente. Esta última faceta es poco o nada comentada en los medios, y para nada baladí, pues si se menciona contribuye a la relativización del mito de que ciencia y fe son incompatibles o que el mundo de la cultura es del ateísmo, mito creado por el laicismo.
Hay quien considera que la Generación del 27 debe su nombre a un artículo de Dámaso Alonso. Este grupo desarrolló buena parte de su actividad durante la denominada Edad de Plata, bajo el marco político de la monarquía católica de Alfonso XIII, monarca que fundara la Residencia de Estudiantes de Madrid - espacio relacionado directamente con el grupo- y la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE).
Dámaso Alonso fue doctor en Filosofía y Letras, licenciado en Derecho y discípulo de Ramón Menéndez Pidal, que sería presidente de la JAE, trabajando con él en el Centro de Estudios Históricos. Además de impartir clases de Lengua y Literatura Españolas en varias universidades, tanto españolas como extranjeras, ostentó la cátedra de Filología e Historia de la Literatura en la Universidad Central de Madrid, y fue miembro de la Modern Language Association, de la Real Academia de la Historia y de la Academia Mexicana de la Lengua. Colaboró con Revista de Occidente y dirigió la Revista de Filología Española. De particular relevancia en su actividad científica fue la etapa de director del Instituto Antonio de Nebrija del CSIC. También fue presidente de honor de la Asociación Internacional de Hispanistas.
Sus estudios sobre la obra de Góngora, el español medieval en Estilo y creación en el Poema del Cid y la obra de san Juan de la Cruz, así como sus incursiones en la dialectología la gramática histórica y la estilística dan buena fe de su capacidad investigadora en filología. En cuanto a su obra literaria, fue Premio Nacional de Literatura (1927), el Premio Fastenrath (1943), el Premio Cervantes (1978), y recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Orden Militar de Santiago de la Espada (Portugal), la Orden del Sol (Perú), la Orden de Andrés Bello, la Medalla de Oro de Madrid y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Fue elegido presidente de la Real Academia Española en 1968 y reelegido en cuatro ocasiones más; la última, el 4 de diciembre de 1980. Ocupó el cargo hasta el 26 de noviembre 1982, fecha en que renunció.
Su faceta religiosa católica es bien conocida y rastreable. En algunas de sus obras se encuentran multitud de pruebas en este sentido, obras tales como La poesía de san Juan de la Cruz (1942), Hijos de la ira (1944), Hombre y Dios (1955) y Oscura noticia (1959). En su funeral, su esposa recitó dos versos de Hijos de la ira: Virgen María, Madre, / dormir quiero en tus brazos hasta que en Dios despierte.
Gerardo Diego posando con su familia en su casa en 1954
Otro importante poeta de la Generación del 27 que hizo investigación científica y fue católico practicante fue Gerardo Diego (18961987). Estudió Filosofía y Letras en la jesuítica Universidad de Deusto –“religión en la escuela”- doctorándose en Madrid, como no podía ser de otra manera en la época. Recientemente en el que fuera cuartel general de la Generación del 27, la Residencia de Estudiantes de Madrid, se presentó su Poesía Completa, que el poeta dejó preparada y que estaba agotada y descatalogada. Gerardo Diego fue un poeta católico, catedrático de instituto.
En 1925 le dieron el Premio Nacional de Literatura, estando el jurado nada menos que Menéndez Pidal y Antonio Machado. Fue precisamente Gerardo Diego quien elaboró las dos famosas “Antologías” que dieron a conocer a los autores de la Generación del 27. Fue importante conferenciante así como crítico literario, musical y taurino. En 1947 fue miembro de la Real Academia Española, recibiendo el Premio Cervantes en 1979. Para muchos, su soneto “El ciprés de Silos” es el mejor soneto de la literatura española.
Gerardo Diego con Dámaso Alonso, grandes exponentes de la Generación del 27 y católicos practicantes
Fue educado en la religión católica sin menoscabo de su libertad, contrariamente a lo que suele pensarse, como él mismo reconoció en el siguiente texto: “Yo no agradeceré nunca bastante a mis padres, a pesar de ser ellos muy cristianos, muy piadosos y tener en nuestra casa siempre unas costumbres verdaderamente ejemplares en cuestión de cumplir los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, y no digamos el decálogo, y por otra parte, muy caritativos también, en casa siempre había muchísimas personas más de la familia comiendo, porque venían y no tenían otro sitio mejor donde ir, unos, porque parientes, y otros que había que ayudarlos como fuera. Yo nunca les agradeceré bastante el que me dejasen, además, en libertad, creo que eso ha sido para mí una gran suerte”.
En 1958 fue al aeropuerto a recibir los restos de Zenobia y Juan Ramón Giménez. En 1976, y dentro de su estudio “Dios en la poesía española”, Ernestina de Champourcin definía a Gerardo Diego como un “católico poeta”. De él también dijo Leopoldo Luis que “…tiene una actitud profundamente religiosa (…) la del hombre que se siente finito y trascendente”. Se escribió no hace mucho un libro por Teodoro Rubio titulado “Gerardo Diego y su pensamiento religioso” (Monte Carmelo. Burgos, 2011). Su hija Elena dijo de él “Mi padre era un católico cumplidor, pero discreto”. Leía con frecuencia la Biblia, y era asiduo de las celebraciones de Pascua, de Navidad…Teodoro Rubio escribiría que las cuatro principales características religiosas de Gerardo Diego fueron “Tolerancia, fervor, discreción y autenticidad”. Llegaría a escribir “Quiero vivir, morir, siempre cantando/ y no quiero saber por qué ni cuándo./ Sí, en el seno del verso,/ que le concluya y me concluya Dios”.
Fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cantabria.