Así lo declaró la historiadora italiana Angela Pellicciari este lunes en Avilés (Asturias), durante el curso sobre La Reforma protestante 500 años depués que se celebra de lunes a miércoles en el espacio cultural de los Cursos de La Granda.
Angela Pellicciari, profesora de Historia de la Iglesia, en un encuentro del pasado febrero.
Bajo la dirección de Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, el curso aborda los aspectos histórico ("Lutero y la reforma católica"), teológico ("Jesucristo, Iglesia y salvación") e interpretativo ("¿Qué reforma sigue siendo necesaria?") del protestantismo, en el año del quinto centenario de su acto fundacional: el 31 de octubre de 1517, cuando el monje agustino Martín Lutero clavó sus 95 tesis heréticas en la capilla del palacio de Wittenberg.
Pellicciari, cuya ponencia llevaba por título "Lutero y sus contradicciones" , señaló que una consecuencia de ese odio es "pretender sustituir a Roma en lo que tiene de único, la universalidad", y eso conlleva para él "como resultado natural" su "ilimitada voluntad de poder", que lo lleva "a escribir de nuevo no solo la historia de la Iglesia, sino también toda la historia de la salvación tal como nos ha sido revelada".
La historiadora italiana, autora de Una historia de la Iglesia, publicó meses atrás un volumen expresamente dedicado a la vida y obra del fundador del protestantismo: La verdad sobre Lutero.
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En esta obra Pellicciari rescata para el conocimiento público unos documentos a los que también hizo mención en su intervención: las "desagradables" imágenes que Lutero elaboró "obsesivamente" entre 1520 y 1545 junto con su amigo el pintor y grabador Lucas Cranagh el Viejo, y que representan a Papas, cardenales, monjes y sacerdotes en posturas obscenas y escenas aberrantes de defecaciones. Los jesuitas Hartmann Grisar y Franz Heege las recopilaron "con mucho trabajo" y las publicaron a principios del siglo XX.
El odio del que esas imágenes son expresión fue guiando a Lutero por caminos aparentemente contradictorios con sus pretensiones teológicas: desde la proclamación de la libertad que desemboca en la negación antropológica del libre albedrío, a la conocida exaltación de las revueltas campesinas seguida de la peticion de que fuesen reprimidas sin misericordia por los príncipes alemanes ganados por el luteranismo.
El curso de La Granda sobre la Reforma protestante continúa hasta este miércoles y cuenta con un importante elenco de temas y participantes: "Lutero, una vida delante de Dios" (Rafael Lazcano, investigador agustino), "Lutero y sus contradicciones" (Angela Pellicciari, seminarios Redemptoris Mater), "Cisneros en Alcalá y Lutero en Wittemberg" (José María Magaz, Universidad San Dámaso), "Reforma católica, antes y después de Lutero" (José Antonio Calvo Gómez, Universidad Católica de Ávila), "Lutero en las Letras hispánicas del siglo XVI" (Jesús Menéndez Peláez, Universidad de Oviedo), "Sólo Cristo y su gracia: la declaración conjunta de 1999" (Pablo Blanco Sarto, Universidad de Navarra), "¿Y la Iglesia? La eclesialidad de la Palabra" (Santiago Madrigal Terrazas, Universidad Pontificia de Comillas en Madrid), "¿Y las obras? San Pablo y Santiago" (Juan Miguel Díaz Rodelas, Facultad de Teología de Valencia), "La sacramentalidad de la Salvación" (Raúl Orozco Ruano, Universidad San Dámaso), "Fracaso de la Reforma: cisma y 'guerras de religión'" (Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid), "Lutero, canto del gallo de la Modernidad" (Danilo Castellano, Universidad de Udine), "La eucaristía y el ecumenismo de la sangre" (Martin Steffens, Liceo Georges de la Tour de Metz), "¿Redefinición o reforma del cristianismo?" (Olegario González de Cardedal, Universidad Pontificia de Salamanca).
Lamento no poder hablar español. Siento también el no poder hablar libremente, como siempre hago, y estar obligada a leer con dificultad lo que he escrito en vuestro bello idioma.
El título de la conferencia que se me ha pedido es muy acertado: en el sentido que el pensamiento de Lutero es una constante contradicción. Lutero parte de algunos principios que después, sistemáticamente, niega.
Me he preguntado: ¿por qué? ¿Por qué Lutero teoriza ideas y sugiere acciones que están en contraste radical con los fundamentos de su doctrina?
Me parece que la raíz, la razón de sus continuas contradicciones hay que buscarla en un sentimiento que lo domina: el odio.
Odio a Roma, tanto la Roma cristiana como la pagana (es suficiente ver el modelo utilizado para caracterizar el soldado ejemplar del ejército luterano: Felipe de Hesse, el bígamo Felipe de Hesse, a quien Lutero define como el “nuevo Arminio”). Odio que consigue hacer extraordinariamente eficaz gracias a las desagradables imágenes que, durante todos los años de su vida pública (del 1520 al 1545), Lutero va elaborando obsesivamente junto con su amigo Cranagh sobre papas, curas, monjes y cardenales. Xilografías que los jesuitas Grisar y Heege consiguieron recuperar con mucho trabajo y que publicaron al inicio del siglo XX (veinte) en una serie de folletos.
El odio contra Roma tiene como consecuencia pretender sustituir a Roma en lo que tiene de único: la universalidad. Comporta querer que Alemania tome el lugar ocupado por Roma durante dos mil años. Lutero separa a una parte importante de Alemania de la comunión con Roma, es decir de la universalidad cristiana, que lleva a cumplimiento la universalidad greco-romana, la cultura greco-romana. El daño al pueblo alemán, implícitamente abandonado a la soledad de su propia mitología pagana y al pensamiento gnóstico, es incalculable.
El resultado natural del odio de Lutero es su ilimitada voluntad de poder. Voluntad de poder que lo lleva a escribir de nuevo no solo la historia de la Iglesia, sino también toda la historia de la salvación tal como nos ha sido revelada.
Analicemos algunas expresiones de A los príncipes cristianos de la nación alemana de 1520, título que vuelve a evocar casi literalmente el masón Fichte en 1808 en el Discurso a la nación alemana (sirva esto como ejemplo para subrayar la importancia de Lutero a la hora de forjar la identidad de la nueva Alemania anti-romana): “Despertemos, mis queridos alemanes”, “en esta batalla no luchamos contra los hombres, sino contra el príncipe de los demonios”, “hasta ahora los papas y sus seguidores con la ayuda del diablo han podido confundir al rey”.
De esta premisa brota el imperativo dado a los príncipes para ir a la batalla contra el anticristo que está en Roma. ¿Por qué los príncipes tienen que combatir contra Roma y tomar su lugar en la guía de la Iglesia? Porque Dios, por boca de Lutero, así lo quiere: “Por ello digo: como la autoridad ha sido instituida por Dios para castigar a los malos y proteger a los buenos, se le debe dar la libertad para su función, a fin de actuar sin obstáculos dentro de todo el cuerpo de la cristiandad sin mirar a la persona, aunque caigan el Papa, los obispos, los curas, los monjes, las monjas o lo que sea”; “Deben [los príncipes] ejercer libremente su función y su obra, que tienen de Dios sobre todo el mundo, allí donde sea menester y útil desempeñarlas”, “Por tanto el poder secular cristiano ha de ejercer su función libremente y sin obstáculos”, “Debemos llegar a ser audaces y libres y no dejar que las falsas palabras del Papa mortifiquen el espíritu de libertad”.
Nos encontramos de este modo con la primera gigantesca contradicción de Lutero: el monje agustino usa como un mantra la palabra libertad, pero ¿qué entiende por libertad? Entiende sólo y exclusivamente la libertad respecto a Roma. Una libertad además que vale para los príncipes y sólo para los príncipes. Libertad que comporta un totalitarismo desconocido en el ámbito cristiano: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21) se convierte en dad al César lo que es del César y dadle también lo que es de Dios. Dad al César tanto el poder temporal como el poder espiritual. De un plumazo Lutero borra las interminables batallas libradas por el poder espiritual para ser autónomo respecto a la autoridad temporal. La libertas Ecclesiae que la Iglesia ha reivindicado y defendido durante quince siglos, incluso con la sangre, es así destruida.
Cuando el odio hacia Roma –y la santificación de la revolución que comporta– inducen a caballeros y campesinos a rebelarse contra los príncipes para participar también ellos en la repartición de los bienes de la Iglesia, que Lutero ha asignado sólo a los príncipes (un tercio de la riqueza nacional alemana está en manos de la Iglesia…), Lutero invita a combatir a los campesinos sin piedad (1525, Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos). ¿Por qué? Porque han robado y saqueado “con impiedad conventos y castillos que no eran suyos”; han cubierto “con el Evangelio sus crímenes” y querían “convertir en propiedad común los bienes de los demás, sin dejar de tener los suyos”. En la práctica, porque han hecho las mismas cosas que Lutero ha teorizado para los príncipes.
¿Con qué argumentación justifica el monje agustino un uso tan desvergonzado de dos varas de medir? Con la siguiente consideración: “El bautismo no hace comunes el cuerpo y los bienes, sino sólo el alma” ya que “Cristo pone cuerpo y bienes bajo el emperador y la ley secular”: la obediencia que Lutero reclama al poder temporal independientemente de cualquier valoración de méritos, exigida además en nombre de Dios, llega a niveles de despotismo que pueden parecer inhumanos.
Niveles que descansan sobre la distinción-contraposición de alma y cuerpo que tiene en cuenta la posible existencia de un hombre dividido en dos, dividido entre el espíritu, que se considera libre, y el cuerpo, considerado como un esclavo. Por otro lado, ya en el 1520, en La libertad cristiana, Lutero había teorizado sorprendentemente la coexistencia de dos naturalezas en el hombre: “Todo cristiano posee una naturaleza espiritual y otra corporal”. En estas afirmaciones parece que Lutero comparta la visión gnóstica del hombre, que desprecia el cuerpo y exalta el espíritu (que se supone que culmina en los príncipes: Hegel no está lejos). Concepción radicalmente antitética a la revelación bíblica: “Y todo estaba muy bien”.
El odio a Roma comporta la negación del sacramento del Orden, la anulación del magisterio, la revisión de los novissimi: ¡los hombres no son libres! Pero si no son libres no pueden realizar ninguna obra buena. Por tanto, Dios no los premia con el paraíso y no los castiga con el infierno, sino que es Dios mismo el que, desde la eternidad, con una doble predestinación, destina a unos a la felicidad eterna y a otros al sufrimiento eterno.
Cuando Lutero, en polémica con Roma, afirme ‘Sólo Escritura’, en nombre de esta ‘Sólo Escritura’ negará toda la visión de Dios mostrada por la Sagrada Escritura: toda la Biblia niega que la voluntad del hombre sea esclava (desde la alianza de Moisés hasta la de Josué, el hombre es presentado siempre como libre de escoger entre la vida y la muerte, el bien o el mal), como niega también la terrible visión de un Dios que cree a alguien sólo para enviarlo al infierno (el Dios bíblico es Padre, esposo, amante de la vida y de su criatura hasta promover su rescate con la muerte de su único hijo).
Son numerosísimas las contradicciones entre la ‘Sólo Escritura’ y la Escritura, comenzando por la que se refiere al ‘libre examen’ que Lutero reivindica mientras que San Pedro lo niega expresamente en su Segunda carta (“Sabiendo, sobre todo, lo siguiente, que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios”). Del ‘libre examen’ derivará un sectarismo extremo (un caso límite será el del sastre de Leiden), para canalizarlo Lutero impondrá en el 1535 a todos los pastores que salen de la facultad de Wittenberg el juramento de seguir la doctrina que se enseña en la universidad local, la llamada “Iglesia Católica de Cristo” (en las Charlas de sobremesa, Lutero dice: “El que desprecia la escuela de Wittenberg es un hereje y un mal hombre, porque Dios ha revelado su Palabra en esta escuela”). Diez años antes, en 1525, Lutero había teorizado justo lo contrario: “Las autoridades no pueden impedir que cada uno enseñe y crea lo que quiera”.
El Jesús que Lutero ama no repudia la mentira, al contrario, en algunos casos la santifica. Cuando se viene a saber que el segundo matrimonio de Felipe de Hesse, todavía en vida de la primera mujer, es celebrado en presencia de Melanchton, y que también Lutero había pretendido dar su consentimiento, como el escándalo suscitado es enorme, el “Moisés alemán” no tiene dudas: hay que negarlo todo: “Decir una mentira necesaria, útil y que te ayuda, no va en contra de Dios, al contrario, Él la acoge voluntariamente sobre sí”. Y: “Ella [la mentira] es una virtud si su objetivo es alcanzar un fin que resista a la malicia del demonio y salve el honor, la vida, el beneficio para el prójimo”.
El matrimonio para Lutero no es un sacramento, tampoco se pueden emitir los votos religiosos, al menos para siempre, (“Yo hago un voto de castidad hasta que pueda, pero si no puedo mantenerlo, que se me permita casarme”, De votis monasticis iudicium, 1522): dado que no somos libres, nuestras elecciones no pueden ser absolutas, hechas en vista del cielo. La Iglesia católica, por el contrario, siempre ha afirmado que no sólo es posible, sino también necesario escoger y elegir «para siempre» confiando en la libertad de la voluntad humana y la ayuda que Dios da a los que invocan su misericordia. Esto es cierto en todos los estados de vida, sea sacerdotal, religioso o matrimonial.
Una última, dramática, consideración: a pesar de la proclamada ‘Sólo Escritura’ Lutero no reconoce el valor, no sólo de la Carta de Santiago que trata de la necesidad de las obras, sino también de la misma Carta a los Romanos: basta con ver los “consejos saludables” que Lutero da a los príncipes con respecto a los hebreos:
Cito tres de los siete que da:
primero: “Lo que es útil es quemar todas sus sinagogas, y si alguna ruina se salva del incendio, hay que cubrirla con arena y barro, para que nadie pueda ver ni siquiera una piedra o una teja de esa construcción”;
segundo: “Sean destruidos y devastados también sus hogares. De hecho, las mismas cosas que ellos hacen en las sinagogas, también las hacen en las casas”;
séptimo: “Sea impuesto el trabajo duro a los judíos jóvenes y fuertes, hombres y mujeres, para que ganen el pan con el sudor de su frente”. La referencia a Lutero y a su séptimo consejo en la puerta de entrada de Auschwitz es evidente.
Las contradicciones innumerables en las que Lutero se debate tienen su origen en haber separado la libertad de la verdad.
Dos siglos más tarde los frutos del relativismo absolutista considerado como libertad, serán recogidos por la masonería, cuyas constituciones fueron escritas por el pastor presbiteriano James Anderson.