A mediados del siglo XIX, cuando tuvieron lugar revoluciones decisivas para la definición de la orientación ideológica del mundo hasta la Primera Guerra Mundial, la izquierda y los primeros movimientos socialistas no estaban tan secularizados como la historiografía posterior ha pretendido.
Así lo afirma Guillaume Cuchet, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad París-Créteil Este y autor de la reciente obra Une histoire de sentiment religieux au XIXeme siècle [Historia del sentimiento religioso en el siglo XIX], en una entrevista que le hace Christophe Geffroy en La Nef:
Guillaume Cuchet publicó en 2018 una obra de gran calado sobre la sociología religiosa del último medio siglo: Comment notre monde a cessé d'être chrétien [Cómo nuestro mundo dejó de ser cristiano], donde analizaba el desmoronamiento del catolicismo en Francia a partir de 1965. Ahora vuelve sus ojos un siglo más atrás.
-Usted aborda el tema del catolicismo francés durante el periodo 1830-1880. ¿Por qué este periodo? ¿Qué es lo que lo caracteriza? ¿Qué entiende usted por "sentimiento religioso"?
-Es un periodo de gran vitalidad religiosa tanto dentro de la Iglesia, que se beneficia en ese momento de su reconstrucción post-revolucionaria, como fuera de ella, donde la cuestión religiosa vuelve a estar en el primer plano de las preocupaciones en el contexto "romántico". Tomo prestado el término de "sentimiento religioso" de Henri Bremond [jesuita, 1865-1933] que lo utilizó en su famosa Histoire littéraire du sentiment religieux [Historia literaria del sentimiento religioso] publicada en el periodo de entreguerras, que versaba especialmente sobre el siglo XVII.
»Además, el "sentimiento religioso" es un categoría de la época, muy utilizada sobre todo por Benjamin Constant, que oponía el "sentimiento religioso", como producto natural e inherente al espíritu humano, a sus "formas" sucesivas. Hablar la lengua de la época es, para el historiador, la manera de evitar escribir la historia según la mentalidad y con el lenguaje de sus contemporáneos.
-La religión parece aguantar bien alrededor de 1830, a pesar de que la Revolución fue terrible para ella: ¿cómo explica esta renovación y el ingenio que la caracteriza?
-Los contemporáneos constataron esta renovación hacia 1835: ese año, las predicaciones cuaresmales de Henri Lacordaire en Notre-Dame fueron un evento religioso y mundano a la vez. Esta vitalidad se sostiene gracias a los esfuerzos de reconstrucción religiosa llevados a cabo a partir del Consulado [1799-1804], sobre todo en lo que atañe a la religiosidad popular y a las misiones interiores, que se multiplicaron en las ciudades y en las zonas rurales (si bien contribuyeron también a la explosión anticlerical que acompañó a la revolución de 1830).
-La izquierda, a inicios de ese periodo, no era ni secular ni hostil a la religión: ¿cuál es su relación con la religión y por qué, más tarde, se inclina por rechazarla?
-Efectivamente, es importante que evitemos escribir la historia filosófica de la izquierda francesa (que, además, es plural) del revés. La izquierda del siglo XIX, y en especial los primeros socialistas, estaban mucho menos secularizados de lo que se cree. De hecho, en sus rangos tuvo un gran éxito una New Age precoz de prácticas y de creencias heterodoxas.
»Sin embargo, a partir de los años 1860 empezó una reacción neopositivista que desembocó en la III República [1870]. Los republicanos se las ingeniaron, entonces, para podar las ramas de su árbol genealógico y, así, darle el honor de una filiación racionalista más lineal y admisible. He querido restituir ese momento espiritualista de la izquierda francesa antes de la refundación filosófica que tuvo lugar a partir de la III República que, en parte, nos lo oculta.
-Justo cuando la burguesía se apropia de nuevo de la religión, los obreros la abandonan. ¿Cuál es la razón y el mecanismo de este movimiento doble?
-Este tira y afloja de los burgueses que "vuelven" y los obreros que "salen" es un aspecto fundamental de la historia social del catolicismo del siglo XIX. Una buena parte de la burguesía liberal, surgida a raíz de la Revolución, vuelve al seno de la Iglesia. Lo podemos ver en las familias cuya documentación permite observar este hecho: los hijos, hacia 1840, eran a menudo más religiosos que sus padres, a los que querían convertir ¡con la ayuda de sus madres! La multiplicación de colegios religiosos, gracias a la ley Falloux de 1850, permitirá convertir esta aportación, que al principio es sobre todo política y social, en un verdadero triunfo espiritual. A la inversa, el mundo obrero tenderá a alejarse de la Iglesia a partir del Segundo Imperio [1852-1870], lo que se traducirá sobre todo en la explosión anticlerical de la Comuna [1870].
-Usted dedica un capítulo apasionante al cambio en la idea de la salvación. ¿Cómo se puede explicar esta evolución de la creencia en la salvación de un pequeño número a la creencia en la salvación de un gran número?
-Se dice a menudo que el siglo XIX fue poco teológico y que buscó soluciones más bien prácticas o piadosas a los problemas espirituales. En parte es así, pero es también un siglo que, además de definir dos dogmas (el de la Inmaculada Concepción en 1854 y el de la infalibilidad papal en 1870), procedió sigilosamente a esa revolución teológica que fue el paso, en la predicación, del pequeño al gran número de los "elegidos" (en el sentido de salvados), contemporáneo a la adopción del sufragio universal en 1848. De hecho, hasta entonces se había optado más bien por [predicar que se salva] un pequeño número porque no se sabía muy bien cómo interpretar la fórmula evangélica: "Son muchos los llamados y pocos los elegidos". Antes del "paraíso para todos" contemporáneo, hubo ese episodio olvidado del "purgatorio para todos" de mediados del siglo XIX que fue, en un cierto sentido, su prefiguración.
Traducido por Elena Faccia Serrano.