El 19 de octubre se celebra la fiesta litúrgica de los mártires canadienses, que recuerda el martirio de 8 jesuitas, seis de ellos sacerdotes, a manos de los iroqueses en el sur de Canadá, entre 1642 y 1649.

Fueron canonizados en 1930 por Pío XI, y ese mismo año el jesuita alemán Adolfo Heinen recogía sus desventuras misioneras, viajes extenuantes, torturas y desvelos por la fe en el libro Entre los pieles rojas del Canadá, que ha recuperado recientemente en español la Fundación Maior (www.maior.es).

El libro está narrado con el estilo devoto de 1930. Por supuesto, no incorpora ningún elemento de multiculturalismo o relativismo postmoderno.

Por otra parte, las historias de los jesuitas entre los indios hurones e iroqueses apenas cuentan con bibliografía en español, y son historias tan contundentes, basadas directamente en las cartas detalladas que los jesuitas escribían desde América, que se leen como una novela... a veces de terror. 

Un repaso a lo que cuenta Wikipedia y otras webs demuestra, por ejemplo, que la descripción de las espantosas torturas que sufrieron los misioneros (y los hurones presos de los iroqueses) en Internet tiende a acallarse o minimizarse.

Los detalles del libro merecen la pena para entender la crueldad de una sociedad pagana guerrera como la iroquesa. Saber que los jefes de guerra eran elegidos por las mujeres muestra que el elemento femenino no atenúa a una sociedad cruel. 

Una escena de "Manto Negro", película de 1991 ambientada en esa época; los jesuitas trabajaban bien con los hurones, pero los crueles iroqueses casi los exterminaron

Trece meses esclavo y torturado

El padre Isaac Jogues, que estuvo preso 13 meses entre los iroqueses en 1642, describe cómo vio a éstos asar a fuego lento a unos niños pequeños de tribu algonquina delante de sus madres, que suplicaban que los remataran.

A él mismo, nada más apresarlo, los iroqueses le destrozaron casi todos los dedos: a mordiscos, o machacándolos, o arrancándole las uñas o haciendo que otra india prisionera le cortara las falangetas con un cuchillo romo.

También mataron a su compañero preso, el hermano jesuita René Goupil, el primer mártir jesuita en Canadá.

Mapa dibujado por los jesuitas en 1657, con una escena de las torturas

Durante su año como esclavo, Jogues consiguió bautizar a escondidas a unos 70 indios cautivos de los iroqueses, muchos de ellos justo antes de ser quemados, torturados y asesinados por sus captores.

Aunque le trataban muy mal, se consideraba satisfecho pudiendo bautizar y evangelizar a otros esclavos. ¡Nadie más podía hacer evangelización ninguna en territorio iroqués! Y aprendía el idioma.

Pero llegó un momento en que pareció que le iban a matar y se las arregló para escapar con la ayuda de un comerciante holandés (los protestantes holandeses entregaban muchas armas de fuego a los iroqueses a cambio de pieles, mientras que los franceses solo entregaban alguna a algún jefe hurón cristiano). 

Jogues volvió a Francia y consiguió un permiso de Roma para oficiar la misa con sus manos mutiladas. El Papa Urbano VIII lo concedió diciendo: "Sería indecoroso que un mártir de Cristo no pudiera beber la sangre de Cristo". 

La reina madre en Francia, Ana de Austria (la de Los Tres Mosqueteros, que era española, de Valladolid, y madre de Luis XIV, el "Rey Sol") se entrevistó con el sacerdote y al conocer sus desventuras proclamó: "Diariamente se publican novelas que no son más que vanas mentiras; aquí tenemos una que de verdad ha sucedido en la que lo maravilloso se hermana con el más estupendo heroísmo".

Donde estuvo Santa María de los Hurones hoy hay un parque arqueológico con edificios reconstruidos para evocar la época.

Jogues vuelve entre los iroqueses: martirio

Isaac Jogues volvió a Canadá en 1644 y ayudó, con su dominio del idioma y de la cultura india, a pactar la paz de 1645 entre los hurones y sus aliados franceses (poquísimos y mal equipados) y los belicosos iroqueses.

En 1646 Jogues fue enviado a territorio iroqués para intentar fundar una misión aprovechando la paz, pero los iroqueses habían vuelto a su habitual violencia y acusaban a los "mantos negros" (jesuitas) de extender enfermedades y plagas en los cultivos.

Lo devolvieron al pueblo donde ya había sido esclavo tres años antes y lo volvieron a torturar: le cortaron un trozo de carne de sus brazos y hombros y se lo comieron ante sus ojos. Finalmente, el 18 de octubre le hundieron un hacha en la cabeza. Luego se la cortaron y la clavaron en una lanza en la empalizada. Al día siguiente hicieron lo mismo con su compañero, el laico Jean de La Lande. 

Las crónicas jesuitas explican que esa tribu en concreto, los mohawis, se haría cristiana 20 años más tarde y que el que asesinó al padre Jogues "cayó mucho después en manos de los algonquinos que le quitaron la vida; pero antes de morir se convirtió y murió manso como cristiano". Así, el asesino y el mártir se encontrarían en el cielo

La gran guerra iroquesa

Mientras tanto, en 1647 los iroqueses, bien equipados con gran cantidad de mosquetes holandeses, atacaron con ferocidad sistemática a los hurones, que casi no tenían armas de fuego y que apenas podían contar con apoyos de los escasos franceses.

En los siguientes años, los iroqueses prácticamente exterminaron a los hurones. Muchos hurones ya eran cristianos o catecúmenos. Había al menos 1.300 bautizados entre ellos ese año y 18 sacerdotes jesuitas trabajaban en sus distintas misiones. Cinco de ellos serían martirizados en los dos siguientes años. 

El padre Antoine Daniel murió en 1648 por heridas de flecha y de bala en la capilla de su misión, donde intentaba frenar el paso a atacantes iroqueses para dar tiempo a huir  a mujeres y niños hurones que se habían refugiado allí.

La tortura meticulosa a los padres Brébeuf y Lalemant

El veterano sacerdote Jean de Brébeuf y el recién llegado Gabriel Lalemant fueron capturados y asesinados por los iroqueses en marzo de 1649 mientras atendían espiritualmente a los enfermos y heridos que defendían una aldea hurona.

Las torturas, según las relaciones jesuitas, fueron meticulosas. Les arrancaron las uñas, les golpearon con garrotes todo el cuerpo, le cortaron las manos a uno y a otro se las atravesaron con punzones, les quemaron las axilas con hierros candentes y les quemaron con pez y resina ardiente. También les echaron encima agua hirviendo, en burla del bautismo, pronunciando sarcasmos.

Como de Brébeuf insistía en hablar de Dios le cortaron la nariz y luego los labios. No calló hasta que le arrancaron el corazón. 

Los peores verdugos no eran los iroqueses de pura cepa, sino antiguos hurones que se habían incorporado a los iroqueses y tenían que demostrar su odio hacia los blancos. A ambos misioneros les pusieron maderos ardiendo en la boca. A Lalemant le sacaron los ojos y le hundieron carbones encendidos en las cuencas. Les cortaron trozos de carne mientras estaban vivos y los devoraron ante ellos.

Brébeuf murió tras 3 horas de torturas. Lalemant fue torturado desde las seis de la tarde hasta las nueve de la mañana. En ambos casos abrieron sus pechos, sacaron su corazón aún palpitante, lo comieron crudo y bebieron su sangre. El jesuita Raguenau escribe que así se lo contaron indios hurones que fueron testigos oculares y pudieron escaparse.

Los franceses en marzo recuperarían los cuerpos y sus reliquias se guardan hoy en Quebec.

Visitantes en el parque histórico que reconstruye la misión de Santa María de los Hurones.

La última resistencia hurona: los muros de Santa María

Tras la muerte de Brébeuf y Lalemant, los iroqueses intentaron su ataque más osado contra la misión de Santa María de los Hurones, la sede central de los jesuitas de Canadá y su última base en territorio hurón.

Los hurones cristianos de la tribu del Oso se volcaron en una última defensa de esa misión, con varios ataques y contraataques.

Ambos bandos sufrieron muchísimas bajas. Finalmente, los iroqueses decidieron retirarse, pero prendiendo fuego a todos los cultivos y aldeas y quemando a sus prisioneros. Fuera de los muros de Santa María solo quedaba desolación.

Ese año los almacenes jesuitas de Santa María tuvieron que alimentar a una multitud hambrienta. Después, los mismos jesuitas decidieron que tenían que abandonar esa misión en la que habían trabajado 10 años y ellos mismos la quemaron.

Se trasladaron con los hurones que pudieron congregar. Los hurones que habían sobrevivido a la guerra, la hambruna y las enfermedades, viéndose acogidos solo por los jesuitas, si aún no estaban bautizados, lo hicieron en los dos años siguientes.

Los padres Garnier y Chabanel y los indios tabaqueros

Los dos últimos mártires fueron los sacerdotes jesuitas Noël Chabanel y Charles Garnier en diciembre de 1649. Eran misioneros lejos de la zona de guerra, entre los indios "tabaqueros", que sumaban 8 aldeas fuertes y no habían sido escenario aún de combates.

En invierno, unos hurones avisaron a sus vecinos tabaqueros: una horda iroquesa se dirigía hacia ellos caminando sobre el lago helado. Los tabaqueros decidieron ir a enfrentarles, reuniendo todos sus hombres y dejando desguarnecida la misión San Juan, la primera de sus aldeas que era, además, la base de los misioneros.

Los iroqueses burlaron a los tabaqueros y atacaron la aldea desprotegida matando a mujeres y niños y echándolos al fuego. El padre Garnier, que intentaba bautizar rápidamente a los catecúmenos antes de que los mataran recibió una bala en el pecho, otra en el vientre y, como aún se movía, le dieron dos hachazos en la cabeza. 

El padre Noël Chabanel, que llevaba 6 años de misionero en Canadá, estaba de viaje el día del ataque. Acampando de noche con sus acompañantes tabaqueros, chocaron con unos iroqueses que volvían de saquear San Juan. Chabanel y sus indios se desperdigaron. No lo volvieron a encontrar. Tres años después, en 1652, descubrieron, por confesión de un indio hurón apóstata, "llamado Luis Honareenhax, que había dado muerte al padre Noël en odio a la fe porque desde que abrazó con su familia la religión cristiana no habían experimentado los suyos sino desdichas y calamidades". 

Los últimos hurones 

En verano de 1650 los jesuitas que quedaban y 300 hurones emprendieron un viaje de 300 leguas y llegaron hasta Quebec. La colonia francesa dependía de todo de Francia, era pobre y recibía de golpe ahora 300 bocas más que alimentar. Los jesuitas y los colonos se volcaron en ayudarlos como pudieron. Más adelante llegaron otros 400 hurones refugiados. Eran los últimos restos de un pueblo que diez años antes contaba con 10.000 habitantes.

Mientras tanto, los iroqueses destruyeron a otros indios neutrales y desperdigaron a los tabaqueros. Incluso atacaron cerca de Quebec a los últimos hurones en 1656 y se llevaron muchos cautivos. Casi 20 años después, los misioneros descubrieron dos pueblos hurones que se habían pasado a los iroqueses y eran iroqueses en todo excepto en que habían mantenido la fe católica que habían recibido. 

Hoy quedan unos 3.000 hurones, muchos van a misa a esta iglesia, Nuestra Señora de Lorette (Loreto), en Wendake, Quebec.

El padre Heinen escribió su libro en 1930 y explicaba que "en nuestros días, en Nuestra Señora de Loreto residen los descendientes de los hurones; en 1901 vivían repartidos en tres aldeas unos 350 de ellos". Hoy, en 2018, son unos 3.000, según explica su web canadiense: wendake.ca .Son católicos y hablan francés y van a misa a su parroquia de la Virgen de Lorette (Loreto) en Wendake.

En 1760, cuando los ingleses expulsaron a los franceses, los hurones firmaron un tratado declarándose súbditos de la Corona británica: el Tribunal Supremo canadiense en 1990 dictaminó que el tratado de 1760 sigue vigente. 

Donde estuvo la misión de Santa María hoy se ha construido un centro cultural y turístico que recrea sus edificios, mostrando cómo era la vida de la principal misión jesuita, la única que no llegó a ser conquistada. Su web es Sainte Marie Among The Hurons. Cuenta con un santuario que recuerda a los 8 mártires jesuitas

¿Salvajadas del siglo XVII... o del siglo XX en España?

El libro que ahora recupera la Fundación Maior lo editó en español el Apostolado de la Prensa en 1932. El lector podía pensar en ese año que los mártires entre torturas eran salvajadas indias del siglo XVII. 

Pero apenas dos años después, en la Revolución de Asturias, eran asesinados 34 religiosos y atacadas 58 iglesias. Y en 1936 empezaba en España, con luz eléctrica y motores de gasolina, una persecución antirreligiosa con torturas no muy lejanas a las iroquesas: mutilaciones, quemaduras, palizas y torturas con burlas... Quizá la lectura de los mártires del lejano Canadá dio fuerzas a más de uno de los 6.000 a 8.000 mártires de la Iglesia en España. 

Los 8 mártires jesuitas canadienses

René Goupil, hermano jesuita († 29 septiembre 1642)

Isaac Jogues, sacerdote († 18 octubre 1646)
Jean de La Lande, donado (laico) († 19 octubre 1646)

Antoine Daniel, sacerdote († 4 julio 1648)

Jean de Brébeuf, sacerdote, († 16 marzo 1649)
Gabriel Lalemant, sacerdote († 17 marzo 1649)

Charles Garnier, sacerdote († 7 diciembre 1649)
Noël Chabanel, sacerdote († 8 diciembre 1649) 

La película canadiense Manto Negro, la más vista en el país en 1991, se inspira en esa época, aunque no es necesariamente una película espiritual ni sigue los hechos... pero es fiel en las escenas de torturas espeluznantes

Una buena formar de honrar a los misioneros de antaño y ayudar a los de hoy repartidos por todo el mundo es ser generosos con las misiones, por ejemplo aquí en OMP

(Publicado originariamente en ReL en octubre de 2018)