El 26 de febrero se cumplieron 250 años de la muerte de Giuseppe Tartini compositor que al final de su carrera fue saludado como "el primer violín de Europa". Su obra más célebre estuvo inspirada por el diablo en una enigmática forma que, tras ser relatada por él mismo, alimentó rumores que tampoco se esforzó en desmentir. Massimo Scapin, compositor, pianista y director de orquesta italiano que actualmente es responsable musical de la diócesis de Charleston (Carolina del Sur), profundizó en el caso y en otras "presencias" del diablo en la música clásica en un reciente artículo conmemorativo publicado en One Peter Five y La Nuova Bussola Quotidiana:
Tartini, del sueño del diablo al elogio de la Providencia
Hace doscientos cincuenta años, el 26 de febrero de 1770, "tras una gangrena que se desarrolló en un pie", murió en Padua aquel que, al final de su carrera, fue considerado el "primer violín de Europa" y "maestro de las naciones" (Pierluigi Petrobelli, Giuseppe Tartini. Le fonti biografiche): el violinista, compositor y teórico italiano Giuseppe Tartini (1692-1770).
Para demostrar lo bien considerado que estuvo fuera de su patria, su nombre está incluido entre el de los 26 compositores cuyos nombres están grabados en el proscenio y a lo largo de las paredes de la Sala de Conciertos Paine de la Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts (Estados Unidos).
Tartini figura en la lista de la derecha, los compositores cuyo nombre figura en las paredes del auditorio. A la izquierda, los siete "grandes" que figuran en el proscenio.
Entre las más de 240 obras que nos ha dejado -muchas, aún inéditas, se encuentran en el archivo de la Capilla Musical de la Basílica de San Antonio de Padua, donde fue "primer violín y concertino"- se distingue El trino del Diablo, una sonata para violín en sol menor, publicada en París solo tras la muerte del compositor en 1798.
La sonata del trino del diablo de Tartini, interpretado por la Sinfonietta de Amsterdam, con Ray Chan como solista.
¿Qué tiene que ver Satanás con Tartini? El joven músico istriano se encontraba en el convento franciscano de Asís -acogido por el custodio, el padre Giovanni Torre, familiar suyo y de Piran, como él-, donde se dedicaba a la práctica del violín mientras era instruido pacientemente en el contrapunto por el fraile de Bohemia Bohuslav Matěj Černohorský, organista del convento.
Monumento a Giuseppe Tartini en la plaza que lleva su nombre en Piran (Eslovenia). Imagen: FineArtAmerica.
El musicólogo inglés Charles Burney nos informa de la experiencia personal que Tartini vivió en aquel convento y que contó al astrónomo Jérôme Lalande: "Una noche del año 1713, Tartini soñó haber cerrado un pacto con el diablo, que le prometía sus servicios en cualquier ocasión. Durante su visión todo le salía según sus deseos: sus pensamientos eran satisfechos antes de expresarlos, y con la ayuda del nuevo siervo todas sus esperanzas se hacían realidad. Por último, le pareció que le entregaba al diablo su violín, para saber qué clase de músico era. Con gran asombro por su parte, le oyó tocar un solo tan extrañamente bello, ejecutado con un gusto y una precisión tan sublimes, que sobrepasaban todo cuanto había oído o concebido en la vida. La sorpresa fue tan grande y el placer tan delicioso que en aquel momento le faltó la respiración. Se despertó por la violencia de esa sensación y agarró rápidamente su violín, con la esperanza de expresar lo que había oído. Pero fue en vano. Fue entonces cuando compuso la que, seguramente, es la mejor de todas sus obras y que tituló La sonata del Diablo. Y aun así la encontró tan inferior a lo que había oído en su sueño que declaró que, si hubiese tenido otro modo de ganarse el sustento, habría destrozado el violín y abandonado la música para siempre" (Charles Burney, Viaggio musicale in Italia, 1770, Sandron, 1921).
Retrato de Giuseppe Tartini.
Este es el episodio más famoso de las relaciones entre el Maligno y la música. Son muchos, de hecho, los músicos que, a lo largo de los siglos, se han dejado inspirar por el diablo con su pompa, hasta llegar al "rock satánico" de nuestros días. ¿Algún ejemplo? La "obra espiritual" Sant’Alessio (1632) de Landi, con libreto de Giulio Rospigliosi, el futuro Papa Clemente IX, donde un demonio insidia al santo. Los oratorios latinos Dives malus y Lucifer de Giacomo Carissimi (1605-1674) y Sancti Michaelis Archangeli cum Lucifero pugna et victoria (1705) de Alessandro Scarlatti.
La historia de Fausto -personaje literario nacido en el siglo XVI que, para obtener la sabiduría, vende su alma a Mefistófeles, el tentador- ha sido trasladada en más de una ocasión a música, o del puesta en escena, desde el teatro a la ópera. Tenemos así las siete piezas para el Fausto de Goethe compuestas por Wagner (1832); la "leyenda dramática" La condenación de Fausto, de Berlioz (1846); las obras Fausto, obra maestra de Gounod (1859), Mefistófeles, de Boito, con libreto propio (1868), y Doctor Fausto, de Busoni (1925); las Szenen aus Goethes Faust, en parte cantada, en parte oratorio y un poco de ópera de Schumann (1844-1853); la Sinfonía Fausto (1854-57) y el Vals de Mefisto (1859-61) de Liszt.
También las siguientes piezas musicales se ocupan del "dios de este mundo" (2 Cor 4, 4). La Sinfonía op. 12 n. 4 (1771) de Boccherini, apodada La casa del Diablo (cuyo último movimiento, aprovechando material de Gluck, es "una chacona que representa el infierno"); las variaciones para violín Las Brujas, op. 8 (1813), de Paganini; la obra sinfónica Noche oscura en el Monte Pelado (1867), de Mussorgsky, terminada y orquestada por Rimsky-Korsakov; la Danza macabra en sol menor, op. 40 (1875), poema sinfónico de Saint-Saëns; la ópera El diablo y Catalina (1899), de Dvorak; la obra teatral Historia del soldado, de Stravinsky, para ser "leída, tocada y cantada" por tres actores y uno o varios bailarines, en la que el diablo halaga a un soldado que vuelve a casa con un permiso, y le sustrae el alma bajo forma de violín a cambio de un libro que realiza cada uno de sus deseos.
Es interesante observar que en las obras de Tartini, Saint-Saëns y Stravinsky, el diablo se identifica con un violín, instrumento que parece representar muy bien los vicios del individualismo y el orgullo. No debemos olvidar que violinistas de fama tan legendaria como Tartini y Paganini nunca desalentaron los comentarios sobre un pacto con el diablo como base de su increíble virtuosismo.
Volviendo al tema después de esta digresión, diremos que nuestro músico aventurero también es famoso por el descubrimiento -ocurrido en Ancona en 1714, mientras tocaba dobles notas en el violín- del llamado «tercer sonido de Tartini» o sonido diferencial, un fenómeno acústico por el cual la ejecución de dos sonidos agudos genera espontáneamente un sonido más grave, de frecuencia igual a la diferencia de los otros dos. Tal descubrimiento "tuvo una influencia determinante, decisiva en cada forma de actividad, y también en la formación global de la personalidad de este artista": asumirá para el violinista "el significado de una revelación" y marcará el inicio de la formulación de un sistema teórico basado en fenómenos naturales (cfr. Pierluigi Petrobelli, Tartini, le sue idee ed il suo tempo, Libreria Musical Italiana 1992).
En este ejemplo del tercer sonido de Tartini se combinan dos frecuencias, 404 Hz (La) y 704 Hz (Fa) para obtener un Do (264 Hz). Se percibe mejor poniendo alto el volumen.
¿Cómo no entrever en este fenómeno -usado, por ejemplo, en la construcción de los órganos tubulares-, un reflejo de la Santísima Trinidad, una referencia al "solo y eterno Dios, que sin ser movido, pone el cielo todo en movimiento con su amor y su voluntad" (Dante, Divina Comedia, Paraíso, Canto XXIV)? Tal vez fueron, precisamente, los estudios de Tartini, también en el campo de la teoría y la filosofía de la música, los que le explicaron las aparentes incoherencias de los acontecimientos de la vida, haciéndole admirar la acción de la Providencia divina en el mundo.
Monumento a Giuseppe Tartini en la basílica de San Antonio de Padua. Imagen: Wikimedia.
Esto emerge en muchas de sus cartas, especialmente en esta del 31 de octubre de 1764 a su alumno predilecto, Johann Gottlieb Naumann, que acababa de ser contratado en Dresde: "¡Vos y yo tenemos una deuda de agradecimiento con la divina Providencia por una conducta tan particular! Ordenada al establecimiento de vuestro estado y condición y, en mi caso, por premiarme en este mundo con una merced que es la mayor de todas, como es el consuelo de haber hecho un 'verdadero bien'. Del mismo modo que yo doy claramente gracias a Dios por ello, a vos os digo que hagáis lo mismo siempre en vuestra vida, acordándoos de ser siempre grato a una tan distinta Providencia, y que escuchéis siempre con cordial atención su voz interna que, con toda seguridad, hablará a vuestro corazón constantemente" (en Pierluigi Petrobelli).
Traducido por Elena Faccia Serrano.