Durante años, han caminado esta senda de diálogo la rabina, madre de familia y periodista argentina Silvina Chemen y el periodista uruguayo y doctor en derecho Francisco Canzani, un católico del Movimiento de los Focolares (www.focolare.org), una realidad eclesial con un especial llamado a trabajar por la unidad entre los hombres.
Ambos han escrito conjuntamente el libro Un diálogo para la vida (Editorial Ciudad Nueva, edición argentina aquí).
Diálogo ¿para qué? ¡Para la vida!
La misma pregunta del “para qué”, la visión utilitarista de intentar conseguir mucho invirtiendo poco, es contraria a su experiencia y a la naturaleza del diálogo, explican.
Además, explican, el diálogo “nos fortalece, nos modifica la mirada sobre nosotros, los otros, la sociedad, la historia”, “contribuye a nuestra felicidad”, reduce prejuicios y falsas generalizaciones.
“La experiencia de escribir juntos fue muy profunda y tan espiritual que sentíamos la presencia de lo Divino entre nosotros, con nosotros y en nosotros”, asegura la rabina Chemen, de una familia de judíos árabes, cuya bisabuela fue la primera en introducirse en la rama de judaísmo reformado conservador que llegó a Argentina en los años 60 con el rabino Marshall T. Meier y daba mayor espacio de protagonismo a las mujeres.
Hay capítulos firmados por ambos autores, en los que coinciden plenamente. Hay otros en los que cada uno se responsabiliza de una parte. Evitan jugar a tener “la última palabra”. Insisten en la importancia de saber callar y escuchar, de no querer responder a todo. Animan a “quebrar la lógica del oportunismo y la necesidad patológica de sentirnos siempre ganadores”.
“Son solo 45 años de diálogo judío-católico después de siglos de malentendidos, enfrentamientos y persecución”, escribe Silvina. “Estamos todavía balbuceando como bebés que dicen sus primeras sílabas, un entendimiento pleno entre nuestras tradiciones está muy lejos”.
Con todo, en estos años se han dado muchos avances: los judíos reconocen que tienen mucho valor la declaración Nostra Aetate de 1965, la Lumen Gentium del Vaticano II, las “Notas para la correcta presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación” de 1985 (con otros documentos aquí), el documento “Nosotros recordamos” sobre el holocausto, en 1989, el reconocimiento vaticano del Estado de Israel en 1993 y la importante petición de perdón de San Juan Pablo II al pueblo judío en el marco del Jubileo del año 2000.
Silvina y Francisco en un encuentro en la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (www.daia.org.ar)
Pero lo que está en las declaraciones oficiales, cuesta más que llegue a la gente de “a pie”.
Lo mejor, insisten los autores, es conocerse en persona, tomarse afecto, apreciarse y respetarse como personas, antes de pasar al diálogo histórico o teológico. El libro dedica muchas páginas a la importancia del afecto interpersonal y da muchos ejemplos de visitas mutuas.
Así, cada año, muchachos católicos de confirmación visitan a los chicos judíos que van a hacer su Bar Mitzváh, el ritual de paso a la mayoría de edad litúrgica judía. Silvina explica que hay que evitar ciertas preguntas, que deben reservarse solo al debate íntimo de quienes se quieren y respetan mucho.
Por ejemplo, un chico judío preguntó a los chicos católicos “¿cómo pueden creer que una virgen tuvo un hijo?”
“Me corrió frío por las venas", reconoce Silvina. "Preguntar en el diálogo interreligioso no es terreno libre sin ninguna limitación”. En este caso concreto (sobre milagros) ella formula una propuesta: “sobre la creencia no se cuestiona”.
“Esa pregunta sería un juicio disfrazado de interrogación”, opina. “Tampoco los judíos tendríamos respuestas racionales a preguntas como la partición del Mar de los Juncos a la salida de Egipto”, temas que dependen “de la creencia en el poder de Dios”.
Francisco Canzani, en cambio, sí cree que hay que poder hacer esas preguntas, siempre en un contexto adecuado de confianza y respeto.
Silvina habla en el Encuentro por la Paz de 2013 organizado por los focolares de Argentina
Otro tema es el suponer que se comparte un lenguaje cuando no siempre es así.
-¿Qué es eso de la comunión? –preguntan los chicos judíos.
- Recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo – explica una chica católica, de confirmación.
“No puedo describir con palabras la cara de los chicos judíos. ¡Imagínense escuchar que existe un ritual en el que se recibe la carne y la sangre de alguien!”, escribe Silvana, que animó a las catequistas a explicarlo con lenguaje sencillo.
Ahí entendió la necesidad de no dar por sentado un código común, la importancia de explicarse bien y de esperar la explicación. “¿Cómo dialogar con alguien que festeja tomándose la sangre de otro?”
Por su parte, a Silvina no le gustó cuando una niña le preguntó:
- ¿Y por qué ustedes no creen en Jesucristo?
Para Silvina, eso era “abofetear con la pregunta”, en vez de “utilizar el rico y escaso tiempo que tenemos de estar juntos para construirnos como hermanos”. “¿Acaso ella desconocía que durante dos mil años los judíos fuimos perseguidos, atacados, convertidos a la fuerza y masacrados por no aceptar el mesianismo de Jesús? ¿Qué debía contestarle?” Y le responde:
- No es una pregunta que haga bien a nadie, y menos en este ámbito.
Francisco escribe al respecto: “Los cristianos tenemos que comprender que el kerigma del cristianismo, la fe en Jesús muerto y resucitado, es un concepto muy complejo de entender para las categorías culturales y religiosas de los judíos”. La relación histórica antigua entre conversión y pasado violento es vivido por muchos judíos como algo aún cercano.
Silvina reconoce que el cristianismo es un religión misionera con vocación de universalidad, pero para ella es importante, en el diálogo interreligioso, “abandonar la ilusión de la conversión”. La pregunta “¿qué te hace falta para convertirte?” es, dice, lo contrario del diálogo.
“Preguntamos para acercarnos, para saber más, para conocer al otro, para quitarnos prejuicios de encima, para decirle al otro que nos importa, para entender cosas del otro difíciles de comprender”, explica la rabina.
Nunca, en todo el libro, parece apuntar ella la idea de la necesidad de buscar juntos la Verdad sobre Dios, no en el diálogo interreligioso, aunque sí late la idea compartida con Francisco de que al acercarnos a Dios, nos acercamos unos a otros.
Francisco, sobre el tema de las preguntas, pide evitar las preguntas que buscan herir (o que pueden herir), pero también pide evitar considerar al otro “tan diferente que ni siquiera me digno preguntarle algo sustancial porque pienso que jamás nos comprenderemos”. Con cuidado y respeto, pero preguntar cosas sustanciales es importante.
Francisco también cita al rabino León Klenicki (fallecido en 2009) que animaba a ir más allá de la “etapa del té y simpatía” en las relaciones judío-cristianas, para buscar entendimientos más profundos.
Silvina y Francisco reflexionan mucho sobre otro tema: “¿Por qué es tan difícil tenernos confianza?” Y llegan a una conclusión: porque judíos y cristianos, aunque muy emparentados, están separados, sobre todo, por una asimetría en la historia y en la teología.
Los cristianos son muchos, mayoría, han formado las sociedades occidentales. Los judíos son pocos. “Tenemos relaciones asimétricas de poder, de vencedores y vencidos, a lo largo de la historia”.
Los cristianos además usan los libros sagrados de los judíos, cada día, en sus liturgias. Los judíos, en cambio, no usan los libros de los cristianos.
Francisco dice que son como un manzano y un olmo: dos árboles, sí, pero con flores, frutos ciclos y terrenos muy distintos. Y hay que ser conscientes en el diálogo.
Hay cristianos actuales que dicen que están cansados de que se les señale por las violencias del pasado. También hay judíos que dicen que aunque la doctrina oficial católica reciente enseña claramente que no hay que imputar a los judíos en general la muerte de Cristo, siguen encontrándose personas que se lo echan en cara (Silvina lo vivió una vez con un conductor de autobús y otra con una señora en un avión).
Pero también hay novedades positivas: por ejemplo, dicen, “hoy nos reconocemos iguales, podemos vivir cada uno su elección y la presencia del otro no amenaza nuestra integridad. Estamos en condiciones de sentarnos a la mesa”.
Silvina y Francisco repasan la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, para ver qué se enseña sobre la importancia de la escucha. Hay muchas enseñanzas sobre eso en los Salmos.
También en Génesis 4,8, vemos la frase “le dijo Caín a su hermano…” pero no se explica a continuación lo que dijo. Lo que se explica es que Caín lo mató. Falta la palabra, sobra la acción violenta.
Por el contrario, Jesús alaba a María por encima de Marta, porque María “ha elegido la parte buena, hay necesidad de una sola cosa”: escuchar.
Ambos admiten que, precisamente por compartir Escrituras y origen, el diálogo puede ser más difícil. Silvina señala que “a muchos judíos les pesa la denominación de hermanos mayores, terminología que incluso suena peyorativa. ‘Se han ido de la familia, más adelante nos expulsan de su entorno y ahora resulta que somos sus hermanos’”.
Y sobre las Escrituras, a muchos judíos les da la sensación de que son 'suyas' y que “a veces los cristianos les hacen decir lo que para nosotros no manifiestan”.
Silvina piensa que quizá no es un buen punto de partida usar los orígenes comunes para establecer lazos hoy, “porque estos no cubren el hecho de que la separación fue y sigue siendo traumática”. “Quizá el diálogo no tiene por objetivo tratar las diferencias ni tampoco negarlas”, aventura.
El libro finaliza con un “experimento” que Francisco y Silvina realizaron ante testigos en la Jornada de la Paz de los focolares. Cada uno formuló 3 preguntas al otro, con respeto, evitando lo hiriente. Las respuestas, preparadas con cuidado, y luego repasadas en su publicación, se ofrecen como ejemplo de diálogo sincero.
Lo que Silvina quería saber era:
- ¿De verdad creemos que hablamos del mismo Dios, que el Dios abstracto y omnisciente del judaísmo puede ser el padre de Jesús? ¿No será la palabra “dios” un ideal que en cada religión remite a otra cosa?
- ¿Qué significa para los católicos el llamar ‘hermanos mayores’ a los judíos? ¿Por qué hay cristianos antisemitas? ¿Les gusta a los cristianos considerarse hermanos menores?
- ¿Qué beneficios puede estar buscando una tradición mayoritaria como el cristianismo al dialogar con una minoría dispersa como el judaísmo?
En sus respuestas Francisco explicó que el Dios es el mismo para judíos y cristianos, aunque desde una experiencia distinta, e intentó explicar la Trinidad (pero sin entrar en la Encarnación: en el libro no está claro si Silvina entiende que en el cristianismo Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre).
También explicó que los cristianos bien formados y el Magisterio asumen sin problemas lo de “hermanos mayores”, que la Iglesia combate el antisemitismo y que, en fin, los hermanos a veces se pelean por las herencias y deben crecer y mejorar en su fraternidad.
En cuanto a los beneficios del diálogo, señaló los beneficios intelectuales, el respeto, la prevención del antisemitismo y llegar a un “testimonio conjunto” de judíos y cristianos ante el resto de la humanidad.
Las preguntas de Francisco, las respuestas de Silvina y muchas otras ideas acompañadas de anécdotas muy reveladoras se pueden encontrar en el libro, que se lee con agilidad, sobre todo cuando tratan de temas concretos, aunque quizá su mayor aportación sea el detalle que da de su metodología de diálogo respetuoso y pautado.
Puede conseguirse el libro Un Diálogo Para la Vida aquí en editorial Ciudad Nueva (o aquí en Argentina)
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