Entre el Acta de Supremacía de Enrique VIII en 1534 y la ley de emancipación aprobada por el Parlamento británico en 1829, bajo el reinado de Jorge IV, pasan tres siglos de persecución o marginación de los católicos en Inglaterra en los que destacaron personalidades muy notables, entre ellas mártires extraordinarios y grandes santos.
Pero también otras mucho menos conocidas. Como Elizabeth Cary (1585-1639), quien conoció tiempos muy duros con un valor añadido: no sufrió esos malos tiempos por ser católica, sino que se hizo católica a conciencia de que le esperaban malos tiempos.
John Janaro ha resumido su historia para el Catholic Education Resource Center:
Elizabeth Cary, vizcondesa de Falklands, en un óleo de Paul van Somer pintado en torno a 1620. Museum of Fine Arts (Houston, Texas, Estados Unidos).
La uniformidad obligatoria de la época isabelina acabó pronto en una guerra entre las facciones anglicana y puritana. Pero antes hubo algo parecido a "la calma antes de la tormenta".
Aunque perseguidos, los católicos podían moverse con una cierta libertad y aumentar su número discretamente. Mientras tanto, en algunos círculos eclesiásticos y académicos anglicanos se debatía y el espectro de opinión era muy amplio: muchos sentían simpatía por la postura católica, o por lo menos deseaban tolerarla; otros, en cambio, se oponían a todo vestigio de la antigua fe y unos cuantos empezaban a inclinarse hacia el escepticismo y el racionalismo.
Fue en este ambiente vital, inquieto e intelectual, en el que vivió Elizabeth Tanfield Cary, que encontró en él su camino hacia la Iglesia católica. Elizabeth Cary fue una mujer notable de su época. Nació hacia 1585 en Oxfordshire. Con un gran deseo de aprender, superó a sus tutores enseguida. Cuando se casó con Henry Cary, vizconde de Falkland, en 1602, hablaba con fluidez varios idiomas y era una persona muy leída.
Durante la ausencia de su marido, que duró siete años, Elizabeth siguió leyendo y escribiendo intensamente (incluida su apreciada obra de teatro, La tragedia de Mariam). Lo que buscaba principalmente en sus estudios era la verdad religiosa.
Representación de "La tragedia de Mariam", escrita en torno a 1602 y considerada la primera obra teatral escrita por una mujer en inglés.
Tras rechazar el calvinismo, le atrajo la teología anglicana de Richard Hooker, que le llevó a estudiar a San Agustín y a otros Padres de la Iglesia.
Cuando tenía 20 años llegó a la conclusión de que la verdadera Iglesia era la católica, al menos en el sentido de que era el lugar más seguro en el que encontrar la Salvación. Sin embargo, al no conocer a ningún católico asumió que su única opción, desde un punto de vista práctico, era seguir siendo anglicana.
Cuando Henry Cary asumió su deber marital en 1608, la vida cambió para Elizabeth. Entre 1609 y 1623 dio a luz a once hijos. En 1622, Lord Henry se convirtió en virrey de Irlanda. En Dublín, Elizabeth conoció a católicos practicantes por primera vez en su vida, sobre todo al notable y venerable barón Dermod O'Brien.
Cuando volvió a Londres (antes que su marido), Elizabeth se sintió atraída de manera natural hacia la comunidad de católicos que rodeaban al irlandés Walter Butler, conde de Ormonde, en Drury Lane. Entre ellos había varios benedictinos que llevan a cabo su ministerio discretamente. En 1626 Elizabeth se confesó y fue recibida en la Iglesia católica.
Una imagen de Elizabeth, a la cabecera de la tumba de sus padres, Sir Lawrence Tanfield, que fue Barón del Exchequer (jefe del Tesoro), y su esposa Elizabeth, en el monumento funerario de la iglesia de San Juan Bautista de Burford (al oeste de Oxford). Foto: Flickr.
Para Elizabeth Cary -estudiosa, poeta, esposa y, en ese momento, ya católica- empezó un periodo de grandes pruebas. Aunque nunca buscó que su vida se hiciera pública, sus conocidos anglicanos informaron al rey Carlos I de su conversión, lo que provocó un escándalo, el distanciamiento de su marido y, durante un tiempo, de sus hijos, y la pobreza.
Con el tiempo recuperó la custodia de sus seis hijos más pequeños, cuatro chicas y dos chicos, y se esforzó en construir un hogar y una vida social que les llevara a la fe católica: lo consiguió antes de su muerte, acaecida en 1639.
Sus cuatro hijas entraron en un convento benedictino en Cambrai y una de ellas escribió la biografía de su madre. The Lady Falkland: Her Life es una obra literaria brillante por derecho propio, que retrata con viveza a su protagonista, además de muchos otros personajes complejos (y unos cuantos santos) de ese periodo dramático de la historia inglesa.
Traducido por Elena Faccia Serrano.