Como parte de la variada formación extra-académica que reciben, los alumnos de la Escolanía del Valle de los Caídos compartieron recientemente unas horas con Germán Ubillos, dramaturgo y novelista galardonado con numerosos premios. La experiencia no fue menos satisfactoria para él que para ellos, y a Ubillos se le agotan los términos para expresar la impresión que le causaron los escolanes, a quienes considera "superniños" que reciben en un lugar privilegiado "una formación que no se paga con dinero".


Germán Ubillos Orsolich, madrileño de 74 años, abogado y economista por la primera promoción de ICADE, asesor ejecutivo del Ministerio de Fomento durante muchos años, se autodefine sobre todo como “un escritor católico del siglo XX”.

Y desde luego toda una trayectoria le avala. En 1970 fue Premio Nacional de Teatro Juan del Enzina por La tienda y ha recibido el Premio Provincia de Valladolid de Teatro por Gente de quirófano y Premio de Guipúzcoa de Teatro por El llanto de Ulises. Su obra El reinado de los lobos, emitida en 1984 en el mítico espacio teatral Estudio 1 de TVE, fue reestrenada en el Teatro Victoria de Madrid a finales de 2016. Porque Ubillos está en plena actividad teatral, con la representación en los teatros madrileños de obras antiguas (El cometa azul, con la que fue en su día finalista del Premio Lope de Vega) y nuevas (Evelinne y John).


Germán Ubillos, en el reestreno de El reinado de los lobos el pasado 5 de noviembre en el Teatro Victoria de Madrid.

Ha hecho numerosas incursiones en la novela, y una de ellas, Largo retorno, fue llevada al cine por Pedro Lazaga en 1975. Son también conocidas, en el ámbito narrativo, sus obras Proyecto amenazante, El viajero de sí mismo, Malín, El hielo de la Luna o Más allá del purgatorio.


Con todo ese bagaje con el que transmitir a los chicos cómo es el mundo de la cultura literaria, Ubillos llegó a la escolanía el pasado 19 de enero. Fue una experiencia primeriza, a pesar de ser uno de los más antiguos visitadores de la abadía y la Cruz.
 

-Desde siempre. Mantengo una cierta vinculación moral con el Valle de los Caídos porque teníamos una casa en El Escorial y nuestro padre, que fue teniente de Regulares y en la guerra estuvo en las batallas de Teruel, Belchite y el Ebro, nos llevaba de vez en cuando a ver avanzar las obras en cuanto empezó a construirse. Recuerdo que íbamos en un Simca que él tenía y circulando por carreteras que entonces estaban solo adoquinadas.


-Siempre que en la vida percibo problemas me gusta ir a un lugar donde alimentar mi alma. Y allí se respira seguridad psicológica y se palpan las fuerzas del Espíritu. Acudo siempre que tengo necesidad espiritual de “cargar las pilas”.


-Ninguna. Pero en una ocasión estaba en el bar de la hospedería con una amiga y apareció fray Santiago Cantera. Me dijeron que era el prior y le saludé. Me pareció un hombre joven, muy vivo, digno heredero de todo un fray Justo Pérez de Urbel. Tanto, que a los cinco minutos le dije que me gustaría conversar con él por extenso. Hasta un año después no tuvimos la entrevista, y entonces él me propuso la idea de darle una charla a los niños desde mi perspectiva del Teatro y de las Letras.


-Sí, pero no fue una conferencia. Cuando le comenté el plan a mi hija Marta, me dijo: “¡Papá, vas a dormir a los niños!” Me quedé preocupado, hablé con fray Santiago, y tras bromear sobre esa posibilidad acordamos que fuese un coloquio.


-Cuando llegué, fray Santiago me enseñó, bajo un frío polar, corredores, salas, claustros… Oímos misa junto a toda la comunidad benedictina y cantaron los niños de la escolanía, con sus voces inefables. Era como un coro celestial. Fue mi primer contacto con ellos. Tras la celebración me presentaron a la bibliotecaria y al profesor de Literatura, y estábamos hablando cuando nos cruzamos con un escolán que me preguntó si yo era el escritor que iba a charlar con ellos. Y ahí fue mi primera sorpresa.


-Sí, porque el niño me recordó una anécdota de mi infancia sobre la falta de ortografía de un profesor mío, la cual, como he relatado alguna vez, me marcó toda la vida. ¡Habían preparado a conciencia la charla! Se sabían de memoria mis libros, mis premios, ¡hasta mis anécdotas…! Son unos superniños, como supermanes en pequeño…


-Para empezar, no tienen móviles. ¡Y te lo dice alguien que era asesor ejecutivo del Ministerio de Fomento cuando, siendo ministro Rafael Arias-Salgado, se produjo la gran implantación de la telefonía móvil! Pero estos instrumentos, que están muy bien, se utilizan mal. La gente va por la calle mirando el móvil en vez de mirar el mundo. Los alumnos de la escolanía no, allí ven el paisaje maravilloso, juegan, pasean, estudian Primaria y Secundaria como cualquier otro chico de su edad, estudian música… Están muy espabilados.


El interés de los chicos por el tema y la inquietud intelectual y personal de sus preguntas llamaron la atención del experimentado conferenciante.


-Tras una introducción y un par de preguntas de fray Santiago para romper el hielo, ¡segunda sorpresa! En mis conferencias, al abrirse el turno del público, se levantan una o dos manos. Allí se alzaron todas a la vez, todos querían preguntar algo. Algunas preguntas eran normales: qué se siente al ser famoso, qué pensaba sobre tal o cual tema… Pero hubo preguntas que tocaron partes de mi alma que nadie había tocado jamás. ¡Tuve que hacer un sobreesfuerzo para estar a la altura de esos niños! No me sentí con la “superioridad” del conferenciante, sino con una sensación de inferioridad y pequeñez ante el auditorio. Son niños especiales que hacían preguntas especiales.


-Más o menos hora y media. Al concluir me llevaron a firmar de todo: desde libros míos a una simple hoja de cuaderno. Luego fuimos a almorzar al refectorio. ¡Un cocido fantástico, por cierto, mejor que el del Charolés en El Escorial! Comimos en silencio, mientras escuchábamos una lectura espiritual. Luego tuvimos una grata conversación con los monjes, con dos obispos que se encontraban allí y con José Antonio de Mesa Bazán, quien me había acompañado. Fue secretario general de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco y también quedó asombrado de lo que vio.


-Sí. Mira, he estado en 32 países, he visto mucho mundo, he recibido muchos premios… pero desde luego lo que viví allí hizo que aquél quedase como un día inolvidable en mi vida. Esa tarde me alejé del Valle de los Caídos con una auténtica sensación de tristeza, como si me alejara de una familia especial.


-Tienen una vitalidad enorme. Están en un lugar de una belleza inmensa. Y reciben una formación exquisita: espartana, sin hedonismos; y nada maquinista, sino humanista y profundamente espiritual. Son niños avispados, no alienados ni atontolinados, lo percibí en cuanto empezaron a hacerme preguntas. Desde luego, los padres pueden estar contentos de la formación que están recibiendo allí, una formación excelente en lo académico pero, quiero insistir en ello, también en lo moral.


-Porque les preparan para discernir entre el bien y el mal. Es una formación que no se paga con dinero, que los capacita y los blinda... ¡y en el Valle de los Caídos, uno de los pulmones espirituales de Europa!