Peter Brown es un buen conocedor de los siglos finales del Imperio Romano. Ha escrito un libro sobre San Agustín de Hipona y otro ("El cuerpo y la sociedad"), sobre las costumbres de los ricos tardorromanos, incluyendo las costumbres sexuales y la extensión del celibato eclesiástico.
En el siglo IV y V, una época en que los ricos eran verdaderamente ricos -aunque el Imperio tuviera muchos problemas- hubo multitudes que optaron por una opción radical de pobreza y castidad, movidos por el mandato de Jesús: "Véndelo todo y dalo a los pobres, le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los Cielos".
La cristianización del Imperio, en los años 370 a 430, los más analizados por Brown, fue posible por la generosidad y entrega de estos hombres y mujeres. Brown señala que estos donantes ya no buscaban fama, sino transferir sus riquezas del ámbito mundano al Reino de los Cielos... que actúa ya en esta vida.
Santos como Ambrosio, Agustín, Jerónimo, Paulino de Nola predicaban en esos años entre las élites el amor a los pobres. Pero no todos los ricos lo daban todo, o al menos no de golpe ni en vida, aunque era lo que pedían algunos predicadores exaltados como San Jerónimo.
Enrique Lynch, reseñando el libro de Brown en El País, afirma: "Brown muestra en este libro extraordinario que la enormemente influyente noción de la humanitas, entendida como el trato que una persona dedica a otra en razón de una naturaleza humana compartida, es una herencia cristiana y que esa noción y la desaparecida idea de la verecundia —la consciencia de ocupar un lugar propio y de responder moralmente por él— justifican que la donación antigua, más que una limosna, deba ser comprendida como una acción mística que aseguraba al donante un lugar junto a Dios Padre".
Entrevistado en ABC Peter Brown ofrece algunos elementos más.
"Lo importante es si esta expresión de Jesucristo [el ojo de la aguja, véndelo todo y dalo a los pobres] iba a ser la única norma que rigiese la actitud cristiana ante la riqueza. Evidentemente, no lo fue, pero los que no la acataban no eran forzosamente malos cristianos o hipócritas. Solo los cristianos radicales, como san Jerónimo, querían que todos sus correligionarios se sintiesen culpables por su riqueza. Muchos no se sentían así. El propósito de mi libro es presentar tanto el punto de vista de los cristianos ricos como el de los radicales", explica el historiador.
"Los monjes radicales creían que tenían que deshacerse de todas sus posesiones para lograr la salvación. Otros creían que lo importante era ser caritativo con los pobres del lugar, con regularidad y sin grandes alardes de desprendimiento. Estas personas no consideraban que estuviesen disculpándose. Hacían lo que los buenos cristianos debían hacer, igual que los buenos judíos: ocuparse de los pobres lo mejor que podían, sin gestos melodramáticos", señala. "En la cristiandad, al igual que entre los judíos, y, más tarde, en el islam, existía una sólida tradición de ricos buenas personas. La cuestión era cómo se empleaba la propia riqueza. Los que la empleaban bien no eran tratados como corruptos".
Peter Brown, educado en una familia protestante de Irlanda, comenta sobre nuestra época que "los católicos y los protestantes han hecho grandes esfuerzos por llegar a conocerse, respetarse y aprender los unos de los otros", y se nota en Irlanda, donde hay menos odio y división que en su infancia o juventud y "es un país más feliz".
Cree que puede llegar a pasar también con el Islam y el Cristianismo, y señala, como historiador, que ha habido muchos momentos en la Historia de coexistencia con diálogo entre musulmanes y cristianos.
"Para un historiador que estudia el Norte de África y Oriente Próximo en las épocas cristiana y musulmana, la ruptura del diálogo entre los dos credos en época moderna es una tragedia que no tendría que haber sucedido. Los acontecimientos recientes han demostrado que ya no se puede resolver el problema ignorándonos unos a otros; tenemos que volver a empezar. Nada es inevitable en el conflicto entre cristianos y musulmanes. A la hostilidad actual la han precedido muchos siglos de coexistencia. Tenemos que utilizar todo el conocimiento histórico y toda la paciencia de los que somos dueños para reconducir la situación".
Y añade: "Uno de los grandes avances del estudio de la Antigüedad Tardía y la Edad Media ha sido mostrar lo mucho que los musulmanes, los cristianos y los judíos contribuyeron a crear una civilización islámica característica, que incluyese elementos tomados de grupos religiosos divergentes de toda la zona. Las tres religiones dialogaron constantemente".
"Esperemos que en otras partes del mundo los conflictos de religión similares -en particular entre cristianos y musulmanes en Europa y Oriente Próximo- se resuelvan de la misma manera. Pero el historiador de Irlanda, y el chico que creció en ese país como crecí yo, rodeado por una intolerancia que parecía condenada a durar eternamente, sabe que para eso hace falta tiempo y mucha paciencia".
Y sobre el cristianismo en el siglo XXI observa que las iglesias están creciendo por el mundo no europeo a una velocidad que "han cogido por sorpresa a los sociólogos y a los historiadores de la religión. No se esperaba un crecimiento así".
Por otra parte, "en Europa es posible que hayamos vuelto al mundo de la Antigüedad Tardía, es decir, a un mundo en el que el cristianismo vuelve a ser una religión minoritaria. Esto no es una derrota, sino que ofrece muchas oportunidades de actividad y de diálogo con otras religiones".