Se cumplen 80 años desde que el Papa Pío XI escribió e hizo leer en las parroquias de la Alemania nazi su encíclica en alemán Mit Brennender Sorge que criticaba las ideologías totalitarias y neopaganas y denunciaba la falta de libertades en el régimen de Hitler.
No es cristiano, recordaba, "quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia".
Y añadía: "Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta".
El texto alababa a los católicos alemanes que iban siendo acosados y cercados, con sus libertades más y más recortadas: "En esta hora en que su fe está siendo probada, como oro de ley, en el fuego de la tribulación y de la persecución, insidiosa o manifiesta, y en que están rodeados por mil formas de una opresión organizada de la libertad religiosa, viviendo angustiados por la imposibilidad de tener noticias fidedignas y de poder defenderse con medios normales, tienen un doble derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral".
Recuerda la periodista Ángeles Conde, en una entrevista para Alfa y Omega, que el 14 de marzo de 1937 Pío XI rubricó Mit brennender sorge (Con ardiente preocupación). El 21 de marzo, Domingo de Ramos, esta inusual encíclica se leyó en las 11.000 parroquias alemanas donde llegó desde el Vaticano, escrita a mano en alemán, mediante valija diplomática y donde se imprimió de forma clandestina.
El III Reich había roto unilateralmente los términos del Concordato que el Vaticano firmó en 1933, en virtud de los cuales se protegía la libertad religiosa de los católicos. Aun sin fiarse de las intenciones de Hitler, la Santa Sede, representada por el cardenal Eugenio Pacelli, quien después sería el Papa Pío XII, tuvo que suscribir este acuerdo para «tutelar la libertad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania y asegurar la salvación de las almas a ella confiadas», tal y como reza la encíclica. Las nubes negras comenzaban a cernirse sobre Europa.
El padre Bernard Ardura, presidente del Pontificio Comité para las Ciencias Históricas del Vaticano, explica a Alfa y Omega que el mensaje de hace 80 años sigue vigente ante amenazas actuales.
- El documento es el resultado de su gran lucidez, unida al hecho de que su secretario de Estado era Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, quien fue nuncio en Alemania y contaba con información de primera mano sobre la situación.
»Creo que se tiene que subrayar que Pacelli fue el autor principal de esta encíclica. Naturalmente, el Papa no podía prever el ingente daño que tuvo lugar durante la II Guerra Mundial, pero lo intuía, dado el sentimiento de venganza que nació en los alemanes después del Tratado de Versalles tras la I Guerra Mundial y que el pueblo alemán consideraba como una profunda humillación. Fue así como nació la semilla de la II Guerra Mundial.
»Otro elemento que preocupaba al Papa es que Hitler llegó al poder sin revolución, gracias a unas elecciones democráticas. Por tanto, aquí podemos ver ya cómo los populismos de los que oímos hablar hoy pueden reservar sorpresas desagradables.
Padre Bernard Ardura. Foto: Ángeles Conde
- Es una realidad. El gran Cicerón decía aquí, precisamente en Roma, historia maestra vite, la historia es la maestra de vida. Pero es una maestra a la que no siempre se escucha. La gran lección de la historia es esta: nos enseña a ser previsores y a saber extraer de los eventos del pasado las indicaciones y orientaciones para el presente y para el futuro.
»Creo que la previsión en el gobierno de Pío XI fue un elemento determinante y actual, porque es una lección también para todos los hombres políticos: la anticipación; el saber prever que cuando no hay confianza en los políticos o en los sistemas o las instituciones, se abre la puerta del populismo que puede llevar a un Hitler al poder.
La encíclica es el documento solemne en el que el Papa se dirige al mundo entero. Aunque en este caso, y estando escrita en alemán, se dirige a Alemania, tiene un alcance universal porque, de hecho, esta encíclica recuerda los principios fundamentales de la enseñanza no solo de la Iglesia sino del derecho natural, es decir, la dignidad del hombre, la dignidad de la persona más allá de su raza, de su religión, de sus convicciones o de su estatus económico-social. El hombre está en el centro de esta encíclica.
»Es la denuncia de un sistema que no respeta al hombre o que se hace una falsa idea del hombre porque el nazismo era un neopaganismo que convertía en Dios al hombre de raza aria. Era el culto a la raza aria, por definición excluyente, que se manifestó en un racismo antisemita. Por eso, en este sentido, el Papa quiso dar un alcance universal a un mensaje que estaba dirigido a personas muy concretas, es decir, a los miembros del partido nazi.
Es el ser humano en su dignidad, el hombre que merece el respeto, el hombre que no puede ser objeto de persecución porque está creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando se leen estas líneas de la encíclica encontramos como núcleo lo que oiremos en el lenguaje de Juan Pablo II decenas de años después cuando habla del hombre, por ejemplo, en su discurso a la UNESCO en 1980.
Se tomaron medidas contra la Iglesia aunque fueron anteriores. La Iglesia quería proteger a sus fieles de origen judío y lo hizo durante un tiempo, pero el Reich acabó persiguiéndolos también a ellos.
»Con la publicación de la encíclica se dio una situación parecida a lo que sucedió en Holanda durante la guerra, cuando los obispos hicieron leer al mismo tiempo en todas las iglesias del país una carta denunciando las persecuciones y las represalias fueron miles de asesinatos. Esta es la debilidad de los tiranos pero es una debilidad que deja una marca y que deja sangre.