El Regeneracionismo español, de inspiración fuertemente católica, surgido a finales del siglo XIX, tuvo como fruto temprano la puesta en marcha, durante la Edad de Plata –transcurrida en su práctica totalidad bajo la monarquía parlamentaria confesional católica de Alfonso XIII-, de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), institución promotora de la actividad científica. Además, también, de la mejora de la enseñanza, y, como fruto tardío, la inauguración del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), continuador de dicha actividad, que hace ahora 85 años.
Jose María Albareda Herrera (1902-1966), que cofundó, junto con José Ibáñez-Martín el CSIC - algo ya comentado previa y sucintamente aquí en Rel – dándole una fuerte impronta católica, habida cuenta de la conciliación entre ciencia-fe, tan característica de esta religión, se formó como científico en la JAE y desarrolló el grueso de su actividad en el CSIC, dando así continuidad a la investigación científica impulsada desde el Regeneracionismo a lo largo del siglo XX español. Aquí en ReL ya se ha hablado un poco de don José María Albareda.
Licenciado en Farmacia (Madrid, 1922) y Química (Zaragoza, 1925), y doctorado en ambas (1927 y 1931 respectivamente), comenzó su formación científica con dos químicos regeneracionistas y católicos practicantes de los más importantes de la Edad de Plata: Antonio Rius Miró (1890- 1973) y Antonio de Gregorio Rocasolano (1873-1941), cuyo famoso Laboratorio de Bioquímica visitaría Einstein al venir a España en 1923 y que también participaría en la puesta en marcha del CSIC.
Albareda ganó por oposición, en 1928, la Cátedra de Agricultura en el Instituto de Enseñanza Media de Huesca (España). La JAE concedió a Albareda, por su excelencia científica, varias pensiones para ampliar sus investigaciones en el extranjero.
En 1932, fue nombrado, por méritos propios, becario de la Fundación Ramsay, por la Real Academia de Ciencias, y pasó dos años investigando, en la misma línea, en la Rothamsted Experimental Station (Inglaterra), en Bangor (Gales) y Aberdeen (Escocia). De vuelta a España, se trasladó, en 1935, a Madrid, siendo catedrático del Instituto Velázquez. Además, el mítico químico Enrique Moles y José Castillejo –secretario fundador de la JAE- le propondrían una cátedra para impartir docencia universitaria en edafología -ciencia del suelo- para enseñar todo lo aprendido en el extranjero, algo que comenzaría a hacer, por nombramiento de la Academia de Ciencias, en la Cátedra Conde de Cartagena, sobre Química del Suelo de 1935-36. Año en el que recibiría, por méritos científicos, otra pensión de la JAE para seguir investigando en los EEUU, estancia que el estallido de la Guerra Civil truncaría.
Fue al trasladarse a Madrid cuando conocería a San Josemaría Escrivá de Balaguer, en 1935, a través de un sacerdote católico, Sebastián Cirac, también de Caspe como Albareda. A quien expuso sus inquietudes espirituales solicitándole algún nombre en Madrid para orientarlas, dándole precisamente el de San Josemaría, con quien conectaría desde el primer momento, tan es así que, siendo de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP), actual Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), pasaría a formar parte del Opus Dei en 1937.
Iniciada la Guerra Civil y cesada la actividad docente se dedicó a escribir su libro El suelo, intentando incorporar todo lo que había aprendido en el extranjero sobre el tema, tarea para la que se ofreció a ayudarle un antiguo compañero de estudios, Tomás Alvira, cuyos destinos se unirían de este modo para siempre.
Fue el 26 de julio cuando el padre de Albareda, farmacéutico y sindicalista católico, y su hermano discapacitado, fueron brutalmente asesinados, por la imposición por parte del Ejército del Frente Popular de la dictadura del proletariado, y el consiguiente empleo del terror propio de la misma. Que, como es bien sabido, desencadenó la Persecución Religiosa que más mártires ha dado a la Iglesia Católica en menos tiempo, y que a la postre llevaría al padre y hermano de Albareda a que se les abriera causa de beatificación. Alvira fue uno de los primeros que lo supo.
Esta situación de violencia y terror, y asesinatos indiscriminados, de la que no suele hablarse, por no considerarse políticamente correcto, pone en tela de juicio las bondades del ateísmo, del Frente Popular en este caso. Que obligó a buscar una solución a la estancia de San Josemaría en Madrid, ya que no podía apenas ejercer sus tareas pastorales como sacerdote, lo que le obligaba a cambiar constantemente de domicilio, para dormir, huyendo de quienes le pisaban los talones para matarlo. Su corazón se dividía entre huir de Madrid o acompañar a los escasos 'hijos' que comenzaban a formar parte del carisma del Opus Dei, a través de él inspirado para el bien de toda la Iglesia.
Las peripecias acaecidas al naciente Opus Dei en este tiempo se cuentan en el libro Escondidos. Lo referente a la relación entre San Josemaría y Albareda ha sido objeto de estudio científico profundo y se encuentra en acceso libre aquí, contado de maravilla, por el también científico católico y catedrático de la Universidad de Navarra, Pablo Pérez López. San Josemaría, Albareda y los pocos miembros del Opus Dei entonces existentes en Madrid, pasaban la mayor parte del tiempo encerrados en sus casas. Finalmente, Escrivá consiguió refugiarse en la legación de Honduras, y Albareda se las ingenió para obtener unos carnés falsos de un sindicato ateo del Frente Popular (CNT) con los que ganaron cierta movilidad.
El 31 de agosto de 1937, San Josemaría pudo salir de la Legación de Honduras gracias a un documento del cónsul que le acreditaba como intendente del Consulado. En ese ambiente hicieron Ejercicios Espirituales, dados por el Padre, algunos de quienes le prepararían la evasión del Madrid del Frente Popular: Isidoro Zorzano, Juan Jiménez Vargas, José María Albareda, Tomás Alvira… El 24 de diciembre de 1937, el gobierno del Frente Popular depuró a Albareda dejándole sin empleo como catedrático de instituto por cuestiones ideológicas, al más puro estilo socialista.
Fue entonces cuando, entre todos ellos, consiguieron juntar, a base de ahorros y donaciones, dinero suficiente para obtener salvoconductos con los que trasladarse a Barcelona, y de allí intentar salir por Pirineos, algo que ya habían hecho familiares y conocidos de Albareda. El que más se resistió a huir de una muerte inminente fue precisamente San Josemaría, que no quería separarse de sus escasos hijos del Opus Dei en Madrid.
Desde Madrid, el 8 de octubre, pasando por Valencia y Barcelona, llegando a los Pirineos y pasando una semana viviendo en el bosque de Rialp, donde San Josemaría encontró un signo, para animarle en la evasión, rezando en una derruida Iglesia: 'En su mano sostenía una rosa de madera estofada. En 1936 los milicianos habían saqueado la iglesia y quemado el retablo. La rosa, que probablemente había formado parte del marco de rosas alrededor de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, había sobrevivido. Escrivá lo entendió como la señal del cielo que había solicitado’.
San Josemaría llegó a Andorra el 2 de diciembre de 1937, después de haber pasado, con su grupo de evasión, por Lourdes, para pedir a la Virgen ayuda y protección en su huída y en el crecimiento del Opus Dei. Quienes le acompañaron fueron científicos, Albareda el más veterano de todos por aquel entonces: le salvaron de la muerte un grupo de científicos algunos de los cuales formarían parte del CSIC una vez fundado éste:
1. Tomás Alvira Alvira (1906-1992). Primer miembro supernumerario del Opus Dei (1947). Edafólogo científico del CSIC y reconvertido pedagogo; promotor, junto a Víctor García Hoz, de la institución Fomento de Centros de Enseñanza; institución que como todos sabemos NO pertenece al Opus Dei, si no a un grupo de padres preocupados por la educación de sus hijos. Tiene causa de beatificación abierta y ya es Siervo de Dios.
2. Manuel Sainz de los Terreros Villacampa (1908-1995). Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, numerario del Opus Dei, Caballero de Obediencia de la Real Orden de Malta. Fue condecorado en 1990 con la Medalla de Honor de los Ingenieros de Caminos.
3. José María Escriba Albás (1902-1975). San Josemaría también realizó investigación científica, la necesaria para obtener su doctorado en Derecho, sobre la jurisdicción canónica de la Abadesa de las Huelgas, realmente un segundo intento tras otro que no logró culminar antes de la Guerra Civil estudiando la evangelización de América. San Josemaría pensó, llegado el momento, de abrir un nuevo modo de formar a los universitarios en la vida corriente, en la vida de santidad en medio del mundo, a través de un medio de formación -los círculos o clases de San Rafael-, en los cuales iban a aprender el espíritu del Opus Dei, muy pegado a la práctica, a la realidad de sus vidas, de estudiantes o de profesionales. Esto sería determinante en estos momentos del exilio.
4. Pedro Casciaro Ramírez (1915-1995). Matemático. Se ordenó cura católico en 1946. Terminó Matemáticas después de la Guerra, e hizo las asignaturas de doctorado. La defensa de la tesis tuvo lugar el 8 de junio de 1946: Contribución a la geometría de los sistemas de coordenadas de un espacio de Riemann, un matemático alemán del siglo XIX . Comenzó a dar clases en la universidad… llegó a trabajar en un laboratorio de investigación… pero lo dejó todo por el Opus Dei.
5. Francisco Botella Raduán (1915-1987). Catedrático de Geométrica Analítica y Topología en las Universidades de Barcelona y Madrid. Se ordenó sacerdote en la misma ceremonia que Casciaro. Uno de los primeros miembros del Opus Dei. Fue presidente de la Real Sociedad Matemática Española durante 1963 y 1970.
6. Juan Jiménez Vargas (1913-1997). Fisiólogo y docente, catedrático de universidad, Fundador de la Revista Española de Fisiología. Cursó los estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, (1929-1935). Allí conoció a Santiago Ramón y Cajal, ya jubilado, y fue alumno interno del doctor Carlos Jiménez Díaz, con quien siguió trabajando una vez licenciado, en 1935, hasta el mes de julio de 1936.
7. Miguel Fisac (1913-2006). Arquitecto. Se quedó en Daimiel, donde salvó la vida refugiándose durante un año en las cámaras del tejado de su casa familiar, hasta que fue rescatado por Juan Jiménez Vargas, con el que se exilió cruzando España y atravesando los Pirineos, evitando así el subtierro al que le habría destinado, como al resto del grupo la dictadura del proletariado defendida por el Ejército del Frente Popular. Buena parte de la financiación de la evasión corrió a su cargo. Finalmente construyó la secretaría general del CSIC, y su Iglesia del Espíritu Santo.
8. Jose Mª Albareda, del que estamos hablando en el presente artículo. Sería el propio Papa Pío XII quien le dirigiría en 1943 una carta, agradeciéndole el obsequio de parte de las publicaciones del CSIC diciéndole sobre él que estaba: "… llamada a contrarrestar el pernicioso influjo desgraciadamente producido en el campo del saber español por los sembradores de la mala semilla, y a sentar firmemente los cimientos de una restauración científica que restituya al pensamiento español su profundo y glorioso sentido tradicional y católico".
Tras librarse de ser asesinado, y que le dieran subtierro, enterrándolo en una fosa común, Albareda se instaló en Burgos, donde conoció a José Ibáñez Martín, enfermo, después de un viaje por Hispanoamérica, donde había tenido misiones diplomáticas y políticas. Su acendrada catolicidad, siendo miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, su vida y relación con la institución, de cuya fundación fue el principal protagonista que no fue otra que el CSIC.
Albareda había tratado a Ibáñez Martín en Madrid siendo este catedrático de historia y geografía del Instituto San Isidro, con actividades políticas desde su juventud, siendo en los últimos años figura muy destacada de la CEDA, teniendo que huir también del Madrid del Frente Popular para evitar ser asesinado y recibir subtierro él, su esposa e hijitos, en una fosa común, como acostumbraba a hacer en la capital de España el Ejército del Frente Popular, ateo y fuertemente anticatólico.
Albareda hablaba con Ibáñez Martín frecuentemente en Burgos de cuestiones relativas al impulso de la investigación, y a la organización de las enseñanzas universitaria y media, y de esas conversaciones surgieron notas que sirvieron de base, más adelante, para el proyecto de creación del CSIC. Al ser nombrado, en agosto de 1939, Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional, recurrió a Albareda, tras finalizar la Guerra Civil, para poner en marcha el organismo del que habían hablado, que comenzó su andadura en noviembre de 1939.
Inaugurado el CSIC hace ahora 85 años, Albareda asumió la función de secretario general del nuevo organismo, lo que supuso una enorme carga de trabajo de gestión, que ejerció de la manera más integradora posible dadas las circunstancias, incorporando gente no demasiado afín a la nueva preponderancia política. No dejó de investigar y, tras ser nombrado director del Instituto Ramiro de Maeztu todavía en funcionamiento, comenzó a impartir enseñanza universitaria como catedrático Mineralogía y Zoología de la Facultad de Farmacia. Siguió desarrollando una fértil carrera científica, que culminó con la publicación de tres libros y más de doscientos artículos de su especialidad.
En el CSIC de Albareda se llevó a cabo la profesionalización de la investigación científica sin carga docente, en una época extremadamente difícil y en un tiempo récord. Esta profesionalización se plasmó en la creación de las categorías de colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), categorías vigentes hasta la actualidad.
Además, Albareda promovió la descentralización de dicha actividad, como ya de algún modo había presentado en su primer libro su primer libro Biología política, publicado en 1923, obra en la que propugnaba el paso del centralismo a un regionalismo dinámico. Desarrolló una importante tarea de formación de captación de nuevos científicos, a través del Club Edaphos que él mismo fundara. Dio pensiones para estudiar en el extranjero en número muy superior a la JAE, sin precedentes. Impulsó con Ibáñez-Martín una investigación básica y aplicada, tanto en ciencias puras como en humanidades.
En un afán de difundir los resultados de la investigación, en el CSIC se creó un servicio de publicaciones que llega hasta nuestros días. Este servicio de publicaciones, hoy Editorial CSIC, realiza también, en la actualidad, tareas de divulgación y cultura científica, pero el germen de todo lo que es ya estaba presente en su fundación. Favoreció la institucionalización de la ecología como ciencia fundando, en 1942, el Instituto de Edafología, Ecología y Biología Vegetal (hoy Instituto de Ciencias Agrarias). Reforzó la institucionalización de la microbiología que Cajal consideraba poco desarrollada en España.
Algo parecido ocurrió con la bioquímica, creándose, bajo la secretaría general de Albareda, el Centro de Investigaciones Biológicas, en el que trabajarían bioquímicos como Alberto Sols García (1917-1989), primer Premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica en 1981; o se formaría el bioquímico y Premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica en 1995, Manuel Losada Villasante (1929-); o comenzando las gestiones que harían volver a Severo Ochoa de Abornoz (1905-1993) a España, y la creación de la Sociedad Española de Bioquímica, disciplina impulsada también por Ángel Santos Ruiz (1912-2005).
Cargos y nombramientos del profesor Albareda
La dimensión nacional e internacional del profesor Albareda, cuya carrera universitaria, científica y de gestión de la investigación fue desarrollada en Madrid, propició varios nombramientos.
Académico titular desde 1941 de la Real Academia de Ciencias Matemáticas, Físicas y Naturales, y de la Real Academia de Farmacia de Madrid, desde 1948 académico de la Academia Pontificia de Roma, académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias de Barcelona y de la Academia de Ciencias Matemáticas y Físico-Químicas de Zaragoza, también fue académico titular de la Real Academia de Medicina de Madrid.
Cantando misa en la Basílica del Pilar de Zaragoza.
En cuanto al ámbito internacional, fue miembro colaborador del Instituto Internacional de Ciencias Políticas y Sociales aplicadas a países de civilizaciones diferentes (I.N.C.I.D.I), de Bélgica. Miembro correspondiente del Forschungsanstalt für Landwirtschaft, en Braunschweig. Miembro colaborador del Instituto de Antropología de la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina). Miembro del Ingeniörs Vetenskaps Alcademien, de Estocolmo. Miembro correspondiente de la Arbeitsgemeinschaft für Forschung.
Miembro de la Orden de Santiago de la Espada, de Portugal; gran cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio. Miembro correspondiente de la Braunschweigische Wissenachaftliche Gesellchaft. Presidente español del primer Congreso de Estudios Pirenaicos y presidente español de la Unión Internacional respectiva. Presidente del V Congreso internacional del I.N.Q.U.A. Procurador en Cortes, Comendador de la Orden de Orange-Nassau, de Holanda. Se le concedió también la encomienda de Isabel la Católica de la gran cruz del Mérito Militar. Formó parte de la Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO.
Perteneciente al Instituto secular Opus Dei, en 1959 fue ordenado sacerdote y, desde 1960 hasta su fallecimiento, en Madrid, el 26 de febrero de 1966, fue rector del Estudio General de Navarra, primera universidad privada moderna española, actividad que compaginó con la secretaría general del CSIC sin cobrar por sus servicios. Se trata de otro caso más de científico que desarrolla una muy fecunda labor gracias al hecho de que Madrid sea la capital científica de España.
La misma fe católica de Albareda la profesaban otros miembros de la directiva fundacional del CSIC como su primer presidente, José Ibáñez-Martín, y sus vicepresidentes Antonio de Gregorio Rocasolano, Juan Marcilla y Miguel Asín Palacios, cura católico este último, que fueron respectivamente un importante químico al que visitaría Einstein cuando vino a Madrid, el enólogo más importante del siglo XX español, y uno de los arabistas más eminentes de la época, los tres reconocidísimos e ilustres regeneracionistas e integrantes de la denominada Edad de Plata de la cultura española.
Conciliación ciencia-fe católica en Albareda
En su libro Consideraciones sobre la investigación científica, reeditado por mí en 2011 y que se puede adquirir aquí, probablemente el más importante escrito por Albareda sobre su pensamiento y, precisamente por ello, reeditado en esta ocasión, se incluyen numerosas alusiones a la investigación científica como algo vinculado tanto a su razón como a su fe.
En cuanto a la motivación del investigador, la retrata con claridad, cuando comenta: "…y como fondo, un ansia de dilatación, de conquista, servida por un pensar a un tiempo penetrante y ajustado, ansia de un más allá en el mundo de lo conocido, insatisfacción de lo ya dominado… Es decir, algo muy próximo a lo que afirmó San Agustín: '…Señor, nos hiciste para Ti, y nuestro corazón no descansa hasta reposar en Ti'…". Al hablar del estudio, comenta: "… La Creación es pensamiento divino. La ciencia no es sino un intento de deletrear ese pensamiento. Es como una revelación natural. El estudio lleva a Dios…el estudio es camino hacia Dios…".
En Producción crítica, Albareda cita el Evangelio, aplicándolo a aquellos que siempre ven problemas para investigar, y no arrancan nunca: "Al escuchar estos juicios se recuerdan aquellas palabras del Evangelio de San Mateo: 'Mas, ¿a quién compararé yo esta raza de hombres? Es semejante a los muchachos sentados en la plaza, que dando voces a sus compañeros les dicen: Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado. Porque vino Juan, que casi no come, ni bebe, y dice: Está poseído del demonio. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y gentes de mala vida. Pero queda la divina sabiduría justificada por sus obras…”.
Más adelante, en el capítulo III "Valor formativo de la Investigación", comienza haciendo hincapié en la "Amplitud de lo formativo", y afirma algo que manifiesta de nuevo sus creencias: "Todo lo que existe tiene una razón de ser y es apto para ejercitar el raciocinio". A continuación, insiste en la misma dirección mediante una cita: "Hablando de Dios, la cosa más pequeña ya se le parece; la mayor no se le aproxima todavía. Su nombre está escrito sobre cada brizna de hierba y sobre cada esfera celeste".
Continúa Albareda comentando en el capítulo VI de su obra: "La investigación tiene importancia; pero hay otras muchas cosas en qué pensar y en qué actuar. El mundo necesita algo más que saber: necesita alegría, alegría honda, capaz de superar todas las crisis y todas las angustias, superior a la enfermedad y a la muerte, efluvio de alegría jugosa que es don divino traído a los hombres de buena voluntad en la noche de Belén. La investigación es anhelo de un más allá, insatisfacción de lo conocido y de lo dominado, deseo de caminar buscando verdades. Y las verdades son caminos para la Verdad. Como a los Magos de oriente, la luz lleva a la Luz".
En definitiva, con éstas y otras alusiones, va haciendo profesión de su fe un científico de su categoría, probablemente el más importante gestor de la ciencia del siglo XX español.
El proceso al que Albareda ya asiste como testigo presencial, y que hoy se encuentra en un momento ulterior y totalmente desbordado –el de la separación de Dios y la ciencia, de la fides y la ratio- , tiene, para Albareda, un origen claro, que marca la distancia enorme que se aprecia, por ejemplo, en cuanto a la defensa de la vida se refiere, incluso entre científicos que, por ser humanos, no están exentos de error.
José María Albareda se convirtió en 1960 en el primer Rector del Estudio General de Navarra, que terminaría dando lugar a la prestigiosísima Universidad de Navarra, de la cual se encargó hasta su fallecimiento en 1966 sin dejar de ser secretario general del CSIC. Bajo su mano, la entidad se convirtió en una de las mejores universidades españolas, con un fuerte referente en el extranjero.
Elogios a la figura de Albareda
Como ya ha sido comentado, Albareda tuvo noticia de que su padre y su hermano Teodoro –discapacitado intelectual- habían sido asesinados en Caspe por motivos político-religiosos apenas iniciada la contienda. Cuentan Adolfo Castillo Genzor y Mariano Tomeo Lacrue (1971), que tras ser ordenado sacerdote en 1959 fue a Caspe –su localidad natal- a decir una misa. Al terminar la celebración, varios feligreses le indicaron que también habían estado acompañándoles en los diversos actos relacionados con su visita los asesinos de su padre y su hermano. De inmediato, tras recibir la noticia, y adivinando que la delación se había efectuado para permitirle tomar represalias, llamó a parte a los paisanos en cuestión y les recordó las palabras del Padrenuestro que acababan de rezar: "…perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…", indicándoles con todo el dolor que en su momento el asunto había supuesto, que como cristiano no tomaría represalia alguna, animando a sus confidentes a hacer lo mismo.
La no confrontación con el gobierno surgido tras la finalización de la Guerra Civil tanto de Albareda como del resto de científicos católicos del momento, y que, al fin y a la postre, contribuyó de manera determinante a la recuperación temprana de la actividad científica tras dicho desastre tuvo un precedente en la actitud generalizada de la plana mayor de la JAE – Cajal como presidente y Castillejo como secretario incluídos- frente a algunas de las medidas adoptadas en lo que a política científica se refiere durante el periodo conocido como Dictadura de Primo de Rivera. La referida actitud básicamente consistió en callar, seguir trabajando y no confrontar ideológicamente, a la espera de tiempos mejores. Gracias a esta actitud la actividad de JAE, fruto temprano del Regeneracionismo, pudo continuar.
Gregorio Marañón, más que ilustre personaje regeneracionista de la Edad de Plata que también partió al exilio desde el Madrid del Frente Popular en 1936 junto con Ortega y Gasset y Alberto Jiménez Fraud director de la Residencia de Estudiantes, incorporándose al CSIC tras volver a la capital de España, dijo de Albareda y de dicha institución en el discurso de contestación pronunciado con motivo del ingreso de éste en la Real Academia de Medicina, en Mayo de 1952:
“La obra del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es uno de los acontecimientos fundamentales en la vida cultural de nuestro país... (...) Y su ejecutor, incansable, y atendiendo todos los detalles, abierto a las sugestiones cualesquiera que fuesen, sobre todo lleno de un entusiasmo callado, discreto, pero sin desmayos, ha sido José María Albareda...".
Tras su fallecimiento, en 1966, Albareda recibió innumerables elogios. El propio Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina, y también exiliado desde el Madrid del Frente Popular, como Albareda, diría del CSIC y de este en la Conferencia de clausura del VI Congreso Nacional de Bioquímica, 1975, de vuelta a España tras las gestiones de Albareda:
“Sin Albareda el CSIC tal vez no hubiese existido y sin él no hubiera llegado la biología, y dentro de ella la bioquímica española, a alcanzar el grado de desarrollo que tiene en el momento actual”.
En 2002, la editorial del CSIC publicó un libro de 246 páginas titulado Homenaje a D. Jose María Albareda en el centenario de su nacimiento, en el que se recogieron los discursos de quienes intervinieron en dicho acto, celebrado en la sede central del CSIC en Madrid: figuras de un extraordinario perfil académico y científico señalaron sin ambages la importancia del personaje. Con lo presentado hasta aquí debe quedar claro que Albareda recibió reconocimiento desde todas las ideologías y por importantes científicos, antes, durante y después de la Transición, lo que le sitúa como un muy importante regeneracionista de última hora.
El busto de Albareda
Después de este resumen de elogios, y de haberse recibido en el CSIC cientos de telegramas de condolencias de las entonces mayores autoridades en materia científica del mundo, no extrañará al lector que se le diga que el CSIC encargó para sus instalaciones del Campus Serrano de Madrid un busto, el único existente hasta la fecha en España, dedicado a Albareda.
El busto se inauguró en 1968 y se situó en la zona denominada propíleo de la Secretaría General del CSIC en Madrid, en la c/ Serrano entre los nº 113 y 113bis, delante de la entrada del entonces Instituto de Edafología, Ecología y Biología Vegetal fundado por Albareda. En 2006, uno de los momentos de máxima instrumentalización ideológica de esta institución en democracia, estando la política precisamente dominada por los ateos herederos ideológicos del Frente Popular, cuando se propuso incluso cambiarle el nombre al CSIC , el busto de Albareda fue arrancado de su lugar y arrumbado en un aparcamiento: el Frente Popular lo depuró y sus herederos lo represaliaron en democracia, sin llegarle ninguno de estos a la suela de los zapatos, ni a Albareda ni a ninguno de quienes elogiaron su figura y mencionados anteriormente. Lamentablemente no sería la última vez que esto ocurriría.
Ante semejante atropello, las autoridades del CSIC reubicaron en 2015 el busto en otra zona del Campus Serrano, concretamente en los jardines del edificio que llegó a albergar el instituto de ecología que él fundara, y que hoy es sede del Instituto de Ciencias Agrarias.
Pero, inmediatamente, antes de las elecciones de 2023, se decidió represaliar de nuevo el busto de este sacerdote científico retirándolo definitivamente (de momento), y poner en el pedestal una alusión a que se hacía tal operación en aplicación de la Ley de Memoria Democrática 20/2022.