ABC recoge la información proporcionada por dos historiadores especializados en esta época, Jesús Hernández, responsable del blog ¡Es la guerra! y el Pere Cardona, autor del blog HistoriasSegundaGuerraMundial:
En aquel tiempo, Polonia vivía oprimida por el ejército soviético. Y es que, los mismos soldados que habían liberado al país de los nazis se dedicaban entonces a deportar y acabar con la vida de todo aquel que fuera contrario al régimen rojo. Para su desgracia, en ese grupo entraban precisamente una serie de seminaristas entre los que se encontraba un joven Karol Wojtyla. Por suerte, el futuro Papa logró escapar de la muerte gracias a que un oficial soviético intercedió por él.
Para hallar el origen de este suceso hay que retrotraerse en el tiempo hasta el año 1945. Por entonces la vida no era sencilla en Cracovia (Polonia), donde residía un joven de apenas 25 años llamados Karol Wojtyla.
En aquella ciudad, todavía en poder de los nazis, el futuro papa se veía obligado a esconder su interés por el sacerdocio. Y es que, los germanos solían mirar recelosos a los seminaristas. Así se explica en la obra «Los grandes personajes de la historia» (editada por «Plaza y Janés»), donde se especifica que Wojtyla andaba con pies de plomo a la hora de demostrar cuál era su culto: «Los obispos polacos habían organizado un seminario clandestino e itinerante en el que Karol ingresó y permaneció durante toda la guerra».
Según fueron pasando los meses, los polacos se resignaron a esperar la liberación de Cracovia por parte de los aliados. La desgracia fue que el ejército que llegó empujando a las fuerzas alemanas desde el frente de Stalingrado fue el soviético. El mismo que -según se desveló hace algunos meses- violaría posteriormente a un millón de germanas cuando entró en Berlín. Y un contingente que no destacaba, precisamente, por su tolerancia.
El 17 de enero de ese mismo año el Ejército Rojo entró en Cracovia con el objetivo de liberarla. Los combates con las pequeñas fuerzas de resistencia alemanas se generalizaron en algunas partes de la ciudad. Y en uno de ellos, precisamente, se vio involucrado (sin pretenderlo) Karol. Así lo afirma Laureano J. Benítez Grande en su obra Juan Pablo II: Vida y obra del Papa polaco a partir de sus testimonios, donde afirma que -aquella jornada- el religioso se encontraba escondido en una mina de piedra de la empresa Solay. Un emplazamiento en el que, para su desgracia, había un pequeño retén de fuerzas nazis.
A pesar de que la situación podría haber acabado en desastre, los prisioneros fueron rápidamente liberados por los soviéticos. Y es que, sabedores de que no podían ofrecer una resistencia prolongada, los alemanes se limitaron a rendirse. Debieron pensar que no recibir un disparo en la mollera de un fusil soviético Mossin-Nagant bien valía renegar del «Führer». Después de que los germanos se marchasen con el rabo entre las piernas, los prisioneros polacos salieron exultantes. Entre ellos, varios seminaristas entre los que se encontraba Karol Wojtyla.
Así recordaba en 2008 aquel hecho Vasily Sirotenko (un universitario que, antes de ser enviado a liberar Cracovia como oficial, estudiaba el último curso de Historia). «También allí los alemanes se rindieron y escaparon casi inmediatamente. Los obreros polacos se habían escondido. Cuando llegamos, comenzamos a gritar: “¡Sois libres!, ¡salid, salid!, ¡estáis libres! Cuando los contamos eran ochenta». Poco después, el oficial descubrió que 18 de ellos eran seminaristas. Una mala noticia para Karol ya que, si los nazis se fiaban poco de los religiosos, los hombres de Stalin todavía menos.
Finalmente, aquel joven seminarista se acabaría convirtiendo en Papa, el primer Pontífice polaco
A partir de ese momento, los seminaristas fueron vistos con malos ojos por el Ejército Rojo. Todos, salvo uno: Karol Wojtyla. Y es que, él tuvo la suerte de ser necesario para Sirotenko. ¿La razón? Que el oficial soviético había recogido a lo largo de su periplo desde la URSS una gran cantidad de libros sobre el Imperio romano, pero estaban en latín y necesitaba que se los tradujesen.
Desesperado, preguntó por alguien que supiese idiomas... y ese fue el futuro papa. «Llamé a un seminarista y le pregunté si era capaz de traducir del latín y del italiano. Me dijo que tenía un compañero muy inteligente y capaz para los idiomas, un tal Karol Wojtyla. Entonces di la orden de encontrar a ese tal Karol», explicó el militar.
Según señala Pedro Beteta López en su libro Recordando a Juan Pablo II, los soldados soviéticos no tardaron en presentar a Karol a Sirotenko. Y este último se sintió todavía más congratulado cuando el chico le confirmó que no solo podía traducirle los textos del latín al polaco, sino directamente al ruso. «En efecto, Karol sabía ruso porque su madre era de ascendencia rusa y hablaba con ella en ruso también. Maravillado, le llevó con él», destaca el experto en la susodicha obra.
Karol, que fue definido por Sirotenko como «un jovenzuelo alto de cabellos rubios y ojos azules», entabló rápidamente amistad con el soviético. La relación era peligrosa pues, como afirma Cardona en su blog, era ampliamente conocido el trato que daba Stalin a los seminaristas.
Pero el oficial no se amedrentó y defendió al futuro Papa Juan Pablo II incluso cuando los soviéticos comenzaron a deportar a Siberia a todos aquellos polacos de los que recelaban (y entre los que, por descontado, se encontraban los 17 religiosos restantes de la cantera). «Todo el grupo de seminaristas fue conducido hasta Siberia, de donde no regresaron. Todos excepto Karol, que salvó la vida gracias a su amigo», sentencia el divulgador histórico en «HistoriasSegundaGuerraMundial».