Desde su estreno, el Joker de Todd Phillips, que ha consagrado como actor -si es que hacía falta- a Joaquin Phoenix incluso en la compañía de Robert de Niro, no ha dejado de suscitar comentarios e interpretaciones más allá de lo estrictamente cinematográfico. Sobre todo, en torno a su presentación del mal y del crimen. No en vano la película gira en torno al cúmulo de circunstancias que, unidas a una voluntad torcida, terminan "fabricando" un psicópata asesino.
También en ello incide, en un reciente artículo, Sohrab Ahmari al analizar la película en First Things, pero añade una reflexión original, al recordar un hecho que nadie recuerda: la "pinza" entre la ideología progresista y la ideología libertaria para vaciar de enfermos mentales las instituciones donde recibían ayuda, en numerosos casos abandonándolos a su suerte.
Sohrab Ahmari es un iraní converso al catolicismo, actualmente jefe de Opinión en el New York Post.
Joker y nuestra crisis de solidaridad
En estos días, la película Joker ha superados los mil millones de dólares de recaudación en taquilla, convirtiéndola en la película para mayores de 18 años más comercial de todos los tiempos, y una de los estrenos más rentables con un héroe perteneciente a una franquicia como protagonista. Esto indica algo muy profundo sobre la forma y el espíritu de nuestra época. Porque Joker es una película sobre la solidaridad o, más bien, sobre lo que pasa cuando el ingrediente solidaridad es eliminado de la sociedad.
La historia de este personaje, vehículo interpretativo para Joaquin Phoenix, nos cuenta, como todo el mundo sabe, cómo el payaso villano de Batman llegó a ser tan malvado. Situada en la decadente Gran Manzana de los años 70, invadida de criminales, y ocupando un paisaje cinematográfico surrealista situado entre Taxi Driver, el neorrealismo italiano y un vulgar libro de historietas, la película aborda con fuerza el momento que estamos viviendo.
Como Phoenix retorciendo su escuálido cuerpo y riendo y llorando como un maníaco, los hombres y las mujeres de las sociedades progresistas actuales piden a gritos un sentimiento de hermanamiento y amistad, y se encuentran sólo con un sistema que reduce toda relación a una transacción, que fomenta la enajenación y la hipercompetitividad, y que los arropa con palabras virtuales que ofrecen un simulacro de comunión. No es extraño entonces que Joker haya alcanzado al instante el estatus de película de culto, con su antihéroe surgiendo como un avatar para los ejércitos de jóvenes indignados en la red.
Mucho se ha dicho sobre el hecho de que la crítica social de la película no profundiza lo necesario: a Joker le fallan todas las redes de protección social, pero la causa de su desmoronamiento es perder a su terapeuta a causa de recortes presupuestarios en el ayuntamiento. Algunos han lanzado esta crítica contra Joker. Sin embargo, la crisis en el ámbito de la salud mental en las ciudades, en pleno auge durante el periodo en el que se sitúa la película, y que sigue presente de manera muy aguda hoy en día, es una perfecta sinécdoque de nuestra crisis más profunda, la de la solidaridad.
En los años 60, los legisladores estadounidenses empezaron a vaciar los centros psiquiátricos, que atendían a las personas con enfermedades mentales severas y discapacidad intelectual. El desencadenante inicial fueron las historias de horror, que fueron hinchadas por los medios de comunicación, sobre la negligencia y la brutalidad en unos pocos de esos centros, pero pronto la "des-institucionalización" tuvo vida propia y se convirtió en una ideología permanente.
La "pinza" progresista-libertaria
Para los liberales progresistas, la "des-institucionalizacion" tenía que ver sólo con maximizar la autonomía de los enfermos mentales, incluso si esto significaba suspender los cuidados de personas que no se pueden ocupar de sí mismas... y que no son conscientes de que necesitan ayuda. Para la derecha liberal, en cambio, la "des-institucionalización" significaba menos gasto público en salud mental. De este modo, los liberalismos tanto de izquierdas como de derechas trabajaron juntos y dejaron que los más vulnerables "murieran con sus derechos puestos" [alusión a la película Murieron con las botas puestas (1941), de Raoul Walsh], como predijo el psiquiatra Darold Treffert en 1973.
El psiquiatra Darold Treffert publicó en 1973 en The American Journal of Psychiatry un artículo que se hizo célebre, titulado Dying with their rights on [Muriendo con sus derechos puestos], donde consideraba que una excesiva insistencia en los derechos civiles y políticos de los enfermos mentales sin consideración a su derecho al tratamiento y a la protección podía hacerles más vulnerables. El doctor Treffert dirige el Centro Treffert en un hospital católico, donde trabajó durante décadas sobre el síndrome de Savant, siendo llamado como asesor para la película Rain Man (1988), de Barry Levinson, con Tom Cruise y Dustin Hoffman, quien ganó el Oscar al mejor actor por su interpretación de un hombre aquejado de esa enfermedad.
En las décadas que siguieron a la predicción de Treffert, el número de camas para tratamiento psiquiátrico de urgencias a nivel nacional ha descendido en un 77%. En Nueva York, donde está ambientada la película, el número de camas públicas ha caído en picado en un 15% sólo en los últimos cuatro años, y la administración Cuomo quiere cerrar más centros. Las personas sin hogar, los enfermos mentales y a menudo los adictos abarrotan las calles y los andenes del metro, y mueren con sus derechos puestos.
Hasta que la administración Trump tomó cartas en el asunto este año, los antiguos reglamentos federales prohibían a Medicaid que reembolsara el pago de los ingresos de larga estancia de los enfermos mentales. Y a pesar de algunas reformas, los padres de hijos con discapacidad intelectual severa están desesperados porque no consiguen que se les garantice atención médica a largo plazo, a causa, por un lado, de la oposición de los ideólogos progresistas de Washington sobre los derechos de los discapacitados y, por el otro, del férreo control que ejerce la derecha sobre los presupuestos.
¿De qué otra manera se puede describir esta activa y bipartidista abolición de la solidaridad? Todo esto lo podemos ver también en otros ámbitos de la política social, y en Joker se hace alusión a ellos: la liberación de la droga, la liberación del divorcio, la liberación sexual, etc.
Luego tenemos el ámbito económico, en el que la solidaridad americana prácticamente ha desaparecido. Como Christopher Caldwell señaló no hace mucho, el consenso liberal derecha/izquierda le dice a los pobres y a la gente trabajadora (de hecho): "No hemos hecho nada por vosotros, hemos desestabilizado vuestra vida de todos los modos posibles pero ¡hey! al menos vuestro jefe ¡es una mujer transgénero discapacitada!"
Esta es la receta para que surja la rabia social, y Joker lo capta y expresa de maravilla. El personaje de Joaquin Phoenix provoca la rebelión de los célibes involuntarios [incels, involuntary celibate], los indignados y los solitarios. Pero el resultado no es una acción colectiva constructiva ni una afirmación del primado político del bien común, sino que es la anarquía, el saqueo, el robo y el asesinato. Joker es realmente malvado, aunque podamos comprender las raíces de su maldad.
Hay en todo esto una lección para los conservadores liberales y los libertarios empeñados en enterrar los relatos más solidarios del conservadurismo, que cada día ganan más adhesiones. Recientemente, algunos libertarios han ido demasiado lejos y han tachado la propuesta del senador Marco Rubio de un "capitalismo del bien común" como una forma de "fascismo".
Además de ser difamador, es un diagnóstico equivocado de la situación actual. Porque el deseo de solidaridad nunca se puede reprimir de manera permanente. Porque cuando se deja que las fuentes de solidaridad y comunión sanas y razonables se marchiten y mueran, se refuerzan las versiones nocivas y perjudiciales. La elección real a la que se enfrenta la derecha hoy no está entre la visión de Marco Rubio basada en Aristóteles y León XIII y una forma de individualismo perfecto basado en la utopía de Friedrich Hayek. La elección real está entre el conservadurismo del bien común de Rubio y los peligrosos payasos de la derecha alternativa. Y no es tema para risa.
Traducido por Elena Faccia Serrano.