Prada recuerda que se trata de un viejo proyecto del director norteamericano tras leer en 1988, "con admiración y sobrecogimiento", la obra publicada veintidós años antes, y en la cual Prada encuentra similitudes con El poder y la gloria de Graham Greene.
El marco histórico para la novela y el film es la persecución sufrida por los católicos japoneses desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, de una crueldad extrema orientada al genocidio cristiano absoluto: el precio de confesar la fe era la muerte para todos y cada uno de ellos.
Un "desgarrador telón de fondo", explica Prada, a pesar del cual "algunos detractores de Endo han juzgado que Silencio es una novela 'ambigua' en términos religiosos, por postular una vivencia privada de la fe y señalar la inutilidad del martirio. Pero se trata de una lectura simplista que la propia complejidad moral y teológica de la novela desmiente. La novela de Endo nos muestra el combate de la fe en circunstancias de sufrimiento extremo, allá donde la capacidad de resistencia humana se enfrenta al silencio de Dios".
Prada rechaza "esa moralina edulcorada que tanto gusta a cierto catolicismo emotivista, tan propenso a brindar soluciones netas y facilonas (también irreales) a las cuestiones más delicadas y desgarradoras". La novela (y la película que fielmente la ha llevado al cine) "se enfrenta al problema del Mal y del sufrimiento, mostrando sin ambages las tribulaciones de la fe en medio de una persecución crudelísima".
En la novela, el escritor español ve "pasajes de una potencia espiritual y una condensación teológica sublimes, en los que se exalta la heroicidad y la grandeza del martirio. Pero también hay en la novela un esfuerzo por comprender las flaquezas de quienes claudican por falta de valor".
Con todo, la controversia generada por la novela y la película se centra en la decisión de los padres Ferreira (Liam Neeson) y Rodrigues (Andrew Garfield), "que apostatan públicamente y prosiguen su labor evangelizadora en la clandestinidad".
"No se trata, ni mucho menos, de una vivencia privada y comodona de la fe", continúa Prada, "sino de una dolorosa renuncia a propagar en los terrados el Evangelio, a cambio de evitar el exterminio de sus hermanos". Es la "disciplina del arcano" de San Agustín: "Dios no quiere que rehuyamos el martirio; pero mucho menos quiere que nos arrojemos al martirio insensatamente, o que nuestra insensatez arroje al martirio a nuestros hermanos. Por supuesto, esta disciplina del arcano puede ser la coartada perfecta para los cobardes que callan y otorgan, deseosos de obtener las recompensas que ofrece el mundo, mientras los valientes son sacrificados; pero esta no es la tesis que se defiende en Silencio, donde en todo momento se nos presenta la fingida apostasía de los protagonistas como un trágico acto de amor a sus feligreses".
Prada niega que, en su planteamiento fílmico, Scorsese haya sido frío o distante ante los mártires: "La hermosísima y terrible secuencia en la que se nos muestra la lenta muerte de los cristianos que han sido crucificados a la orilla del mar, para que la marea alta los ahogue lentamente, no deja sombra duda de la postura reverencial del director".
Es más, Scorsese muestra un "escrupuloso respeto" por las intenciones de Endo, "sin hacer ninguna concesión al espíritu incrédulo de nuestra época", como en la escena en la que se escucha la voz de Cristo dejando perfectamente claro que no se trata de la voz de la conciencia de Rodrigues, sino que es Cristo mismo quien habla.
"Silencio es la elocuente película de un artista descomunal", concluye Juan Manuel de Prada, y "logra remover nuestra fe fofa o mortecina y nos permite escuchar la voz amorosa de Cristo, resonando como un hosanna eterno en nuestro interior, compartiendo nuestro dolor y perdonando a cada instante nuestras flaquezas y desfallecimientos".
Pincha aquí para leer el artículo de Juan Manuel de Prada en su integridad.