En 1956, el gran médico, humanista y académico Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960) recibió un manuscrito tras cuya lectura bautizó a su protagonista, un párroco, como "el máximo héroe de la tragedia" que fue la Guerra Civil española (1936-1939).
¿Quién le remitió el manuscrito? ¿Quién era ese sacerdote? Lo cuenta, en un reciente post de su blog Acotaciones de un escribiente, Pedro Corral, periodista y diputado del Partido Popular en la Asamblea de Madrid, y azote contra la manipulación de la 'memoria histórica' durante su etapa como concejal en el Ayuntamiento de la capital de España.
El manuscrito se lo remitía al doctor Marañón el escritor y periodista José Arteche Aramburu (1906-1971). Era el original de su libro, que se publicaría en 1970, El abrazo de los muertos.
Arteche procedía de un hogar carlista guipuzcoano, aunque no siguió la tradición familiar y desde su juventud militó en el Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, al llegar el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, en vez de alinearse con el bando frentepopulista, tras la toma de Guipúzcoa se alistó en noviembre con el bando nacional. Influyó probablemente en esa decisión su "acendrado catolicismo", incompatible con el carácter antirreligioso de todos los aliados de su partido. Hizo la guerra primero en el Tercio de Oriamendi de requetés, y luego en una compañía de Ingenieros de la 4ª Brigada de Navarra.
Al concluir la contienda, fue entre otras cosas archivero de la Diputación de Guipúzcoa, que publicaba un Anuario de Filología Vasca. Y publicó miles de artículos en castellano y en vascuence, idioma en el que dirigía emisiones radiofónicas para el mundo rural.
Escribió varios libros, entre ellos biografías noveladas de sus paisanos Juan Sebastián Elcano, San Ignacio de Loyola, Andrés de Urdaneta, Miguel López de Legazpi, San Francisco Javier o Lope de Aguirre.
José Arteche. Foto: Real Academia de la Historia.
En la capital donostiarra, Arteche participó en la intensa actividad cultural en los años 40 y 50 y animaba tertulias en la diputación a las que en verano acudían personajes como José Ortega y Gasset, Antonio Tovar, Koldo Michelena y el propio Gregorio Marañón. Fue así como trabaron amistad.
El bálsamo de unas palabras en una iglesia
¿Qué fue lo que llamó la atención de Marañón en aquel manuscrito que reflejaba la visión de la guerra de su amigo? Es un hecho aparentemente intrascendente, que para Arteche tuvo sin embargo una importancia capital.
El 13 de enero de 1938 su compañía llegó a Sotodosos, un pueblo a cien kilómetros al noreste de Guadalajara, cerca ya de las provincias de Soria y Zaragoza, "en medio de un paisaje desolado". El 16 de enero era domingo, acudieron a misa, y Arteche anota: "Por primera vez desde hace dieciocho meses, acabo de oír en un templo palabras de paz”.
Y continúa:
“En la iglesia, abarrotada de soldados que cumplían el precepto, el viejo cura del lugar dirigía fervoroso desde el púlpito el rezo del rosario. Concluida la letanía, ha añadido así:
»-Porque Dios conceda cuanto antes la verdadera paz a España. Padre nuestro que estás en los cielos…
»Y en seguida:
»-Por todos los que han muerto durante la guerra. Padre nuestro…
»El auditorio, recogiendo al vuelo las intenciones del sacerdote, ha respondido rezando con calor unánime e inusitado".
Exterior y púlpito de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en Sotodosos (Guadalajara). Fotos cortesía del párroco actual, Fernando Serrano, con Pedro Corral para su blog Acotaciones de un escribiente.
Ese hecho de rezar por los muertos de ambos bandos sorprendió a Arteche, aunque está presente en el clero de ambas retaguardias. En una, con el perdón y la oración explícita por sus verdugos en el caso de muchos mártires. En la otra, explícitamente en la Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España de 1 de julio de 1937, donde se pide: "Rogad para que en nuestra patria se extingan los odios, se acerquen las almas y volvamos a ser todos unos en los vínculos de la caridad".
Sea como fuere, para Arteche esas palabras del párroco fueron un bálsamo, y así se dirige imaginariamente a él en su diario: "Hace ya mucho que echaba de menos tus palabras. Con ellas has desvanecido una inquietud terrible, jamás sentida antes por mí, que me mordía en el fondo del alma. Sentía rondándome el espanto de si se me habría comenzado a secar algún tanto la fe. (…) Pero no; ahora ya sé que no soy un rebelde. Ya sé que continúo siendo el mismo de antes, puesto que dos bien sencillos toques han bastado para hacerme brotar las lágrimas de la más pura emoción religiosa. ¡No sabes aún, viejo cura de Sotodosos, todo el bien que acabas de hacerme!”.
La conmoción de Marañón
Cuando Marañón lee este párrafo en 1956, responde por carta a Arteche: "Es la primera vez que -sin retórica, o con la divina retórica de la simple caridad- se dice en España, y en la peor de sus guerras civiles, que un cura, viejo (¡claro es!), rezó en el frente un Padre Nuestro por la paz y por el descanso de todos los muertos, los de aquí y los de allá... Yo creo que muchos, que casi todos los españoles piensan ahora así; y leyendo su libro, lo pensarán también los que no lo piensan ahora. Entonces, y sólo entonces, España será un gran pueblo”.
Y concluye con una propuesta: "Le invito a usted, para entonces, si vivimos, a ir juntos a recordar al sacerdote viejo, heroico, santo, como al máximo héroe de la tragedia”.
Gregorio Marañón fue un célebre médico español, especialista en enfermedades infecciosas y endocrinología, y gran humanista, miembro de varias Academias. Escribió notables obras científicas y de investigación e interpretación histórica y literaria. Impulsó la proclamación de la Segunda República, de la cual se alejó por su progresiva radicalización, y durante la Guerra Civil apoyó al bando nacional al percibir la contienda como una lucha contra el comunismo.
En busca de un párroco
Pedro Corral cuenta que al leer esto decidió averiguar la personalidad del sacerdote a quien uno y otro se referían con tanta gratitud y admiración. Con la ayuda, entre otros, del sacerdote Jorge López Teulón, postulador de las causas de beatificación de los mártires de la Guerra Civil y bloguero en ReL, lo consiguió.
Tras varias pesquisas que refiere en el artículo, que incluyen la prueba documental de su firma en varias anotaciones parroquiales de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción donde se dijo aquella misa, Corral encontró, a través del párroco actual, don Fernando Serrano, que "el cura de Sotodosos en enero de 1938 era don Valentín Cuadrón del Olmo", quien dejó de serlo en noviembre de aquel año.
Había nacido en Sienes (Guadalajara) en 1880, así que tenía 58 años en 1938, no era tan "viejo" como le pareció a Arteche... o quizá estaba prematuramente envejecido. Fue coadjutor o párroco en una docena de pueblos de los alrededores, antes de morir en una fecha incierta.
A la espera de que un día se encuentre una imagen suya, ha salido del anonimato por la puerta grande. Murió sin saber que una de las personalidades intelectuales más importantes del siglo XX en España le había considerado, nada menos, el "máximo héroe" de su tiempo.