Una parte importante de los himnos litúrgicos ingleses, algunos compartidos por católicos y protestantes, fueron traducidos por un poeta, Edward Caswall (1814-1878), que siguió la tradición familiar de ser pastor anglicano hasta que se casó, se convirtió al catolicismo junto con su esposa, la perdió y quiso ser sacerdote y lo fue nada menos que junto a San John Henry Newman.
Anthony Esolen ha recordado su historia en un artículo del portal Catholic Education Resource Center.
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El delicado nido
"Solo ahora la contemplamos, en la verdadera niñez de su existencia, sacudidos por la persecución y casi ahogados en sangre; pero Dios, que permite que el junco resista al vendaval que arrancó de cuajo el roble de siglos... Dios, cuya providencia sostiene el delicado nido del albatros en la ola llena de espuma...": deja su pluma y no acaba la frase.
"El delicado nido", dice, y su mente vuelve a ese soleado día de septiembre a orillas del océano. Louisa, su amada esposa, y él estaban pasando unos días en la ciudad balneario de Torquay. El cólera asolaba la tierra. Esa mañana él había ido a misa, y cuando volvió Louisa estaba enferma. Murió esa noche. Tenía solo 28 años.
Sabía lo que pensaría su hermano. Era un castigo contra él porque, después de disfrutar de una buena vida como pastor anglicano en la diócesis de su tío, el obispo, había dejado atrás todo eso cuando Louisa y él decidieron abandonar la Iglesia de Inglaterra para entrar en la Iglesia de Roma (1847).
–Lo que quieres es destruir a nuestra feliz familia –le había dicho Alfred.
–En esta cuestión debo seguir mi conciencia.
–No estás siguiendo tu conciencia. Estás siguiendo a ese truhán engreído, el Dr. Newman [San John Henry Newman].
–Él también debe seguir el camino que le indique la verdad.
–¿La verdad? –dijo Alfred–. Rompes con tu fe y te sometes a una iglesia extranjera; y, te aseguro, esa iglesia está maldita. ¿De qué verdad hablas?
Edward Caswall, en un retrato de Albin Roberts Brut que se conserva en la National Portrait Gallery de Londres. Corresponde a 1837, un año después de graduarse en Oxford y dos antes de ser ordenado pastor anglicano.
Edward Caswall, sacerdote y poeta, traductor y compositor de himnos, sabía cuál era esa verdad e intentó ver la mano de Dios ese día de hace mucho tiempo, a orillas del mar. Louisa la había visto, él no podía. Y agarró de nuevo la pluma.
A la luz de la eternidad
El padre Caswall no era un gran científico, como el monje Gregor Mendel. No gobernó una nación, como San Luis de Francia. No fundó una orden misionera, como San Ignacio de Loyola. No pintó la Capilla Sixtina ni escribió las mayores obras de teatro de la historia del mundo.
Y sin embargo, debemos observar su vida como perteneciente, de algún modo, a su época, la Inglaterra victoriana, y, a la vez, como no perteneciente a ella. Un hombre formado por la fe y su historia, cuya obra, amable, devota y que toca todos los rasgos del culto cristiano, fue levadura para su tiempo y durará mientras dure la lengua inglesa. Fue el hombre que normalizó la composición de himnos en inglés, cuya gran influencia, convencido estoy de ello, aún tiene que llegar.
Después de la muerte de Louisa Caswall en 1849, Edward decidió ordenarse como sacerdote católico. Entró en el Oratorio de Birmingham, fundado por Newman, donde fue ordenado sacerdote en 1852 y en el que permaneció hasta su muerte, acaecida en 1878. El cardenal era el superior del Oratorio, del que se ausentaba a menudo, por lo que sobre Caswall recaían las tareas de su amigo, que se añadían a su papel como ecónomo de la comunidad.
Pero Edward Caswall no es famoso por sus habilidades como gestor. Lo es -o debería serlo- por sus himnos.
"Glory be to Jesus", de Caswall, cantado en 1994 por el coro de la St Andrews Episcopal Church.
La Iglesia tiene sus oficios diarios, su deber de orar durante las ocho horas canónicas del día, durante todas las estaciones y fiestas del año. Cada hora, cada día, cada estación, cada festividad, tiene un canto. Así que Caswall, educado en los clásicos, se propuso la tarea de traducir cada uno de ellos en poesía inglesa, más de cuatrocientas páginas de himnos. Aquí está la estrofa del primero, para los maitines del domingo:
So, while on this his holy day,
At this most sacred hour,
Our psalms amid the stillness rise,
May he his blessings shower.
Así, mientras en este su santo día,
en esta hora, la mas sagrada,
nuestros salmos entre la quietud se elevan,
que Él de sus bendiciones nos colme.
La fuerza de Caswall estaba en su sencillez y claridad, características que se subestiman con mucha facilidad. Pero, por sus palabras, comprendemos que en el mundo siempre hay más de lo que vemos ante nosotros: más belleza, un misterio más profundo y la luz de la eternidad brillando silenciosamente sobre nosotros y a través de la obra del tiempo. En los versos que siguen el sacerdote contempla el mar y, a la vez que recuerda su infancia, considera el futuro que tiene que llegar:
The thoughts which my childhood beguiled
Were an emblem, I well perceive how;
As I thought of the sea when a child,
So I think of eternity now.
I stand by the side of its sea,
I gather the shells on its shore;
But its depths are mysterious to me
As the depths of the ocean of yore.
Los pensamientos que hechizaron mi infancia
eran un emblema, me doy cuenta de ello ahora;
como pensaba del mar siendo niño,
así pienso de la eternidad ahora.
De pie al lado de su mar,
recojo las conchas de su orilla;
pero sus profundidades son misteriosas para mí
como lo era la profundidad del mar antaño.
Siempre niño
En una ocasión, el cardenal Newman dijo, bromeando, que su amigo Caswall era "medio santo". Santo o no, siempre tuvo un espíritu de niño. A veces era inocuamente travieso, como lo son los niños.
Así es como empieza Estampas de señoritas, obra escrita por un joven Caswall y que fue publicada junto a Estampas de caballeretes y de parejitas de Charles Dickens: "A menudo nos arrepentimos", dice, "cuando nos damos cuenta que muchos genios se han dedicado a clasificar el reino vegetal y animal, pero que la clasificación de jóvenes señoritas ha sido descuidada total e inexplicablemente". Por ejemplo, aquí tenemos a la Joven Señorita que Canta. La conoces en una fiesta y, después de una breve alusión a la comida italiana, te preguntará si te gusta la música. "Cuidado con responder afirmativamente", dice Caswall.
Sentía profunda admiración por el bello sexo, como también era profunda su devoción por María y la humanidad de Jesús, y esto debía garantizar que sus himnos fueran un modelo para los futuros autores y compositores. Observemos la primera estrofa de esta bonita canción navideña:
Sleep, holy babe,
Upon thy mother's breast!
Great Lord of earth and sea and sky,
How sweet it is to see thee lie
In such a place of rest.
¡Duerme, niño santo,
sobre el pecho de tu madre!
Gran Señor de la tierra y el mar y el cielo,
qué dulce es verte yacer
en ese lugar de descanso.
Caswall se sitúa a él mismo, y nos sitúa a nosotros, en ese pesebre:
Sleep, holy babe,
While I with Mary gaze
In joy upon that face awhile,
Upon the loving infant smile
That there divinely plays.
Duerme, niño santo,
mientras con María contemplo
con gozo ese rostro durante un tiempo,
esa adorable sonrisa infantil
que allí divinamente juega.
No es puro sentimentalismo. El padre Caswall sabía, como sabía su conciudadano Dickens, que el Padre revela al Hijo, no a los importantes y poderosos, sino a los inocentes y tontos, a los que empujan las puertas del paraíso como niños impacientes. Así, tenemos esta gran doxología al final del himno que compuso para la Transfiguración:
To Jesus, from the proud concealed,
But evermore to babes revealed,
All glory with the Father be,
And Holy Ghost, eternally.
It is the child's longing in love.
A Jesús, oculto a los orgullosos
pero más que nunca revelado a los niños,
sea toda la gloria del Padre
y del Espíritu Santo, eternamente.
Es el anhelo de amor del niño.
Ternura entre la niebla
Nos dicen que tenemos que adaptar el mensaje de Jesús a la audiencia, pero nunca deberíamos suponer que la gente común no es capaz de apreciar la verdadera belleza solo porque vive en ciudades industriales, feas, mugrientas y ajetreadas como Birmingham, o porque no ha sido educada en Oxford, como el padre Caswall.
Obsérvese la combinación de ternura, claridad y solidez intelectual en esta descripción de la escuela que él y Newman fundaron en Birmingham, cuyo personal estaba formado por mujeres voluntarias: "Hemos visto la inusual imagen de unos treinta-cuarenta niños obedeciendo completamente al firme pero amable control de una mano femenina", escribió. Al cabo de unos años, dijo, estos niños y niñas serán conscientes de las inestimables ventajas que habrán recibido: estar en contacto "con la mente de personas pertenecientes a una esfera superior a la suya".
Caswall, ya sacerdote, con su libro de oraciones.
¿Acaso no es esto lo que el canto sagrado y la poesía deberían hacer? ¿Llevarnos, como niños que somos, a la esfera espiritual e intelectual que está más allá de nuestra cotidianidad, en lugar de hacernos bostezar o poner los ojos en blanco? Pensemos en este famoso himno medieval, que el padre Caswall tradujo al inglés:
Jesu! the very thought of thee
With sweetness fills my breast,
But sweeter far thy face to see,
And in thy presence rest.
¡Jesús! El simple hecho de pensar en ti
llena mi corazón de dulzura,
pero más dulce es ver tu rostro
y descansar en tu presencia.
El padre Caswall abandonó este mundo dulcemente. El cardenal Newman escribió estas palabras a la hermana del sacerdote: "Parece que sintió que su vida estaba llegando a su fin porque, en medio del día, empezó a expresar sus sentimientos sobre la misericordia de Dios para con él, sobre la ternura y el cuidado que había mostrado hacia él a lo largo de toda su vida, evitando, además, que sufriera durante su última enfermedad. Era uno de mis amigos más queridos, y es una gran pérdida para todos nosotros, porque era amado a lo largo y ancho de este Oratorio".
No encuentro modo mejor de acabar este texto que con unas cuantas estrofas de un hermoso himno que compuso para el final del día, para el atardecer de la vida:
The sun is sinking fast,
The daylight dies;
Let love awake, and pay
Her evening sacrifice.
As Christ upon the cross
His head inclined,
And to his Father's hands
His parting soul resigned,
So now herself my soul
Would wholly give
Into his sacred charge,
In whom all spirits live.
El sol se pone rápidamente,
la luz del día muere;
dejemos que el amor se despierte y presente
su sacrificio crepuscular.
Como Cristo en la cruz,
con su cabeza inclinada,
que en las manos de su Padre
ha entregado su espíritu,
ahora es mi espíritu
el que se entrega totalmente
a su sagrado cuidado,
en el que viven todos los espíritus.
"En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu", dijo el Señor. También debemos decirlo nosotros. El padre Caswall nos ha dado los medios para cantarlo.
Traducción de Elena Faccia Serrano.