El obispo episcopaliano de Nueva York, Paul Moore, era quien había hecho llegar la novela al cineasta después del gran alboroto que había causado su película La Última Tentación de Cristo. Veía una relación: la exploración de hasta qué punto es serio el martirio, cuán frágil es el hombre ante la tentación y como las respuestas sencillas, ciegas, pueden ser inadecuadas.
Claro que muchos críticos podrían decir que el Scorsese de los años 80 podría haber explorado estos temas sin necesidad de incluir una escena de cama entre Jesús y María Magdalena (soñada o alucinada desde la Cruz, y tomada de la novela homónima de Nikos Kazantzakis).
Scorsese leyó la novela de Endo sobre los jesuitas de Japón y decidió que quería llevarla al cine. Habló de ese proyecto durante décadas. Se ha demorado 27 años, pero por fin lo consiguió. Durante 8 meses congregó un equipo de 750 personas en Taiwán para el rodaje. La película le ha costado 46 millones de dólares. Pero a sus 74 años puede ser su gran obra.
Paul Elie, un premiado crítico literario que ha estudiado autores cristianos como Dorothy Day, Flannery o’Connor y Thomas Merton, ha entrevistado en profundidad a Scorsese y los actores de la película, en un largo reportaje para el New York Times.
Elie llevó a Scorsese a la antigua catedral de Nueva York donde había sido monaguillo. ¿Qué conexión veía entre “Silencio”, la película, y aquella época? “La conexión es que nunca se ha interrumpido, nunca se fue, es continuo. En mi mente estoy aquí cada día”, responde el cineasta. Se refiere a la fe, a las incertidumbres en la fe y a la necesidad de Dios.
La novela de Shusaku Endo se basa en unos hechos reales que acontecieron en el siglo XVII. San Francisco Javier fue el primer misionero católico en llegar al país en 1549, y en apenas 60 años Japón ya contaba con unos 300.000 católicos, la mayor comunidad católica del mundo bajo gobiernos no europeos. En 1600 había unos 95 jesuitas extranjeros en el país y unos 70 hermanos jesuitas japoneses. Se sabe que 86 señores feudales se bautizaron oficialmente, y muchos más simpatizaban con el cristianismo.
Pero en 1614 empezaron las persecuciones fuertes del Estado contra los cristianos. Unos mil católicos murieron mártires de forma directa, en ejecuciones. Varios miles más murieron de enfermedad y pobreza al serles confiscados sus medios de vida.
Cronistas holandeses -hostiles al catolicismo- que estaban en Japón en esos años explican que las autoridades japonesas inventaron en esta época una tortura novedosa que antes no se aplicaba en el país: la fosa.
Estaba diseñada para lograr mucho sufrimiento con poco daño físico inmediato, alargar la vida de la víctima y lograr que renunciase al cristianismo. Las autoridades buscaban desesperadamente recusantes, es decir, apóstatas: cristianos que renunciasen públicamente a la fe y anunciasen que era absurda y dañina. Y lo que más deseaban es que algún sacerdote europeo cediese.
La fosa consistía en colgar boca abajo, por los pies, al preso, pero ceñido muy fuertemente por cuerdas, lo que impedía que la sangre bajase de golpe hacia la cabeza. Se tardaba unos 10 o 12 días en morir, pero un par de días podían bastar para que el preso, ya con las facultades mentales claramente mermadas, renunciase a la fe cristiana.
El jesuita japonés Julián Nakaúra en la fosa en 1633;
él perseveró hasta el final y es mártir y beato;
a su lado estaba su superior, Cristóbal Ferreira,
que apostató a las 5 horas... Ferreira inspira "Silencio"
Cuando un clérigo apostataba, se le liberaba y se le afiliaba a un templo pagano japonés (sintoísta, budista o confuciano). Si era clérigo, se le obligaba a casarse con una mujer de la clase social más despreciada: la viuda de algún criminal ejecutado. Por supuesto, permanecía bajo vigilancia.
La persecución de cristianos de esta época era absolutamente profesional y sistemática y empleaba infiltrados, agentes secretos, policía especializada, pasquines, recompensas, delatores, sobornos... todas las herramientas de un Estado moderno y casi policial.
En 1633 pasó algo que conmocionó a los misioneros cristianos de todo el mundo. Cristóbal Ferreira, jesuita portugués, que había quedado como superior de los jesuitas en Japón tras el martirio de sus predecesores, apostató tras 5 horas de tortura en la fosa de Nagasaki.
(El caso lo explica con detalle y fuentes en un estudio de 1974 el historiador jesuita experto en Japón Hubert Cieslik, aquí, en inglés).
Ferreira abandonaba a compañeros en la misma fosa como el jesuita beato japonés Julián Nakaúra, que de adolescente había visitado Roma y ahora tenía ya más de 60 años. "Hasta vuestro superior os abandona, ¡apostatad!", señalaban los verdugos. Pero casi todos los demás clérigos de ese grupo perseveraron.
Ferreira tenía 53 años, era jesuita desde hacía 37 y había sido un misionero clandestino durante 19 años. Había vivido dos décadas de persecución y peligros. Él era quien enviaba a Europa crónicas de los martirios de sus feligreses y compañeros. Y ahora cedía en cinco horas. Por eso los historiadores hablan de "el enigma Ferreira".
Lo casaron con la viuda de un criminal extranjero ajusticiado y durante unos años vivió en gran pobreza. Usaba nombre japonés y ropas japonesas y se le asignó un templo budista. Después, las autoridades empezaron a contratarlo como traductor de español, portugués, latín... y para juicios e interrogatorios de misioneros capturados. Más tarde tradujo obras de matemáticas y astronomía.
A Ferreira incluso se le atribuye un libro anticristiano en japonés de 1636 titulado "La superchería desvelada", de propaganda budista-confuciana, que busca refutar las enseñanzas cristianas. Lo encontró un historiador en la década de 1920. Pero sólo hay una copia, manuscrita, y es extraño que las autoridades no lo imprimiesen y divulgasen. Muchos historiadores dudan de la autoría de Ferreira, aunque quizá él participó parcialmente.
Al principio, algunos comerciantes portugueses lograron llegar a casa de Ferreira y hablar con él. Ellos explicaban después a los jesuitas que él vivía muy avergonzado, que no tenía relación con su esposa más que dejar que le hiciera la comida. Los comerciantes le animaban a volver a la Iglesia clandestina, lo que implicaría pronto morir mártir. Él escuchaba y no respondía. Luego los contactos fueron escasos.
Por todo el mundo, novicios jesuitas se ofrecían para morir mártires donde la Compañía decidiese y expiar la apostasía de Ferreira.
Además, al menos tres expediciones de jesuitas llegaron a Japón con el objetivo de devolverlo a la Iglesia. El primero, Marcello Mastrilli, llegó en 1637, lo detectaron, le torturaron 3 días en la fosa y luego lo decapitaron. El segundo grupo, con Pedro Kibe a la cabeza, llegó en 1639: atrapado el líder, murió mártir en la fosa. El tercer grupo, el de Antonio Rubino, fue atrapado en 1642. A su juicio acudió el mismo Ferreira como traductor y al parecer, tras 9 años como apóstata, animó a los jesuitas a ceder también ellos y salvar su vida, cosa que hicieron.
Los historiadores no pueden establecer hasta qué punto Ferreira mantenía algo de fe cristiana en su interior, contradictoria, vergonzosa, quizá acomodaticia... o hasta qué punto asumió con los años la mera sumisión al sistema político imperante.
Los novelistas, como Shusaku Endo, o cineastas como Martin Scorsese, han de decidir basados en su creatividad.
Estela en la tumba del apóstata Ferreira, con su nombre budista, Chuan Joko Sensei, enterrado en 1650, en el templo budista de Zuirinji, Tokio. Pero eso no es prueba definitiva de que hubiera abandonado sinceramente la fe cristiana.
¿Sería justo presentar al apóstata Ferreira como un creyente "razonable" y a los jesuitas mártires -los que acudíana intentar salvar su alma arriesgando sus propias vidas- como fanáticos?
En la novela de Shusaku Endo y en la película de Scorsese se ofrece una "alternativa del diablo": los japoneses torturan cruelmente a los feligreses de a pie, y dicen a sus prisioneros jesuitas que si ellos, como clérigos, apostatan, dejarán de torturar a sus feligreses. Sobre este dilema pivota la novela y la película. ¿Salva su alma un pastor que renuncia a Cristo por salvar la vida -quizá también el alma- de las ovejas que Cristo le encomendó? Y aunque no salve su alma el jesuita, ¿no vale la pena perder el alma propia si así salvas la de las ovejas?
No está claro que este caso de "alternativa del diablo" se plantease históricamente así, aunque en el juicio a Rubino y sus compañeros -en el que estuvo Ferreira- las autoridades les insistían en que los cristianos japoneses, gente pobre, de a pie, sufrían torturas por culpa del fanatismo o las ideas que ellos, extranjeros, les habían implantado.
Evidentemente, la realidad es que sufrían torturas porque las autoridades ordenaban torturarles. ¿No es dar la razón a los verdugos decir que la culpa es de las víctimas por empeñarse en ser libres y servir a lo que creen que es el bien? Debería quedar claro quién es la víctima y quién el verdugo injusto y tiránico, cuya argumentación real se basa en la violencia.
En la vida real, al menos mil cristianos japoneses murieron mártires en las torturas, firmes, sin apostatar. El apóstata Ferreira en la novela dice: "Adoran al dios del Sol, no al hijo de Dios. Esos mártires en la fosa no murieron por Cristo, murieron por vosotros, los jesuitas". Pero, claro, esa es la propaganda de los torturadores.
Habría que preguntar a los verdaderos mártires qué les lleva a dejarse matar pudiendo salvar la vida.
Según escribe Paul Elie en su artículo del New York Times, "como en la novela, la película pone en cuestión la idea misma del martirio cristiano, al proponer que hay casos en que el martirio -que el creyente se agarre a Cristo hasta el terrible final- no es santo, ni siquiera correcto".
Paul Elie cree que Scorsese está intentando decir lo mismo que cuando estalló la polémica sobre La Última Tentación de Cristo. Él se creía con derecho a hacer algo "blasfemo" (una escena de sexo de Cristo y María Magdalena) porque tenía una buena intención: mostrar el lado humano de Cristo, mostrar fe y amor por esta dimensión de Cristo. Un acto "malo" para lograr un fin "bueno". Pero la tradición cristiana dice que el fin no justifica los medios.
Pero luego, más allá de la moral, entra la mística. El jesuita que en la novela acude a rescatar al compañero apóstata, estando en la cárcel ya preso y escuchando cómo torturan a los feligreses, oye una voz que siente que es la de Jesucristo. Las autoridades piden a los cristianos apostatar pisando el "fumie", una imagen de metal de Cristo y la Virgen. La voz mística dice al jesuita: "¡Pisa! Porque para ser pisoteado por los hombres nací en este mundo".
Al final, en la novela, el jesuita pisará el "fumie", y lo hará por salvar a sus feligreses: sentirá que él se pierde, pero salva a otros. Eso se presenta como algo sacrificial, cristiano.
El escritor Juan Manuel de Prada, en un artículo para la Revista Magníficat, comenta la compleja novela de Shusaku Endo desde su enfoque espiritual. El jesuita Rodrigues decide pisar el fiume movido por el amor a los fieles. Antes, ha pensado sobre Kichijiro, un cristiano que le ha delatado.
«Cristo, en la Última Cena, le dijo a Judas: “Sal, ve y haz lo que tengas que hacer”. Ni aun ahora que soy sacerdote he podido captar bien el sentido de esas palabras. ¿Qué sentiría Cristo al lanzar a la cara del hombre que le iba a vender por treinta piezas de plata esas palabras? ¿Las diría con ira y odio? ¿O serían más bien palabras nacidas del amor? Si eran palabras de ira, Cristo en ese momento estaba negando la salvación a este solo hombre entre todos los hombres del mundo. Judas habría recibido de lleno el ramalazo de la ira de Cristo y no se habría salvado; y el Señor habría abandonado a su suerte a un hombre caído para siempre en el pecado. Pero eso no podía ser. Cristo trató de salvar incluso a Judas. De no ser así, no tiene sentido que le hiciera uno de sus discípulos».
Añade Juan Manuel de Prada: "El padre Rodrigues acabará encontrando la respuesta a este dilema en su propia vida. Nunca sabrá del todo si cedió en su resistencia a los suplicios por compasión hacia los campesinos que estaban siendo atormentados, o si lo hizo para justificar su debilidad; pero sabrá, en cambio, con certeza plena que Cristo lo sigue amando, como sin duda amó a Judas hasta el final. El padre Rodrigues arrastrará, bajo el nombre de Okada Sanemon, una vida humillada e insulsa, una vida anónima y sin entusiasmo, en apariencia alejada de la fe".
Pero para De Prada (y para Shusaku Endo) "en medio de esa vida sin alicientes, Rodrigues podrá comprobar que Cristo no lo ha abandonado nunca: tendrá ocasión de escuchar en confesión a Kichijiro, su delator, y de perdonarle sus pecados; tendrá ocasión de rememorar muchas veces el martirio de tantos y tantos campesinos, que en su día le había parecido poco memorable; tendrá ocasión de transmitir la fe de forma clandestina a los vigilantes que se encargan de su custodia. A la postre, descubrimos con Rodrigues que «no existen fuertes y débiles, pues… ¿quién puede asegurar que los débiles hayan sufrido menos que los fuertes?»
La novela se llama Silencio porque Dios parece estar en silencio mientras matan a los mártires durante décadas. Pero el jesuita Rodrigues constata que no está en silencio: Cristo habla también a través de su vida
Otro tema de la película es el de la inculturación. Como hemos dicho, los misioneros, en apenas 60 años y sin tener poder político real, lograron una comunidad cristiana japonesa de 300.000 personas. Pero tanto el novelista Endo como el cineasta Scorsese creen que no lograban inculturar la fe. Scorsese, en la película, parece decir, según Paul Elie, que la opción de Ferreira, una fe interna, disimulada, camuflada, que pacta con el poder, es una forma de inculturación, eficaz y aceptable.
Pero la realidad es que cuando Japón se cerró al mundo y murió el último sacerdote clandestino, los Kakure Kirishitan -cristianos escondidos- intentaron mantener la fe sin sacerdotes, escondidos y aislados, durante 240 años. Cuando en 1873 llegó la libertad religiosa, se vio que quedaban unos 30.000 en todo el país.
Pero había grupos que ya habían perdido conciencia de la humanidad o divinidad de Cristo, de la Trinidad, del papel de los sacramentos. Algunos practicaban un culto a los antepasados donde Cristo o la Virgen eran, simplemente, unos antepasados más. Con la libertad religiosa la mayoría se reintegró en la Iglesia Católica, pero algunos perseveraron como una religión distinta, para extinguirse en un siglo. La fe católica necesita ser católica, universal, abierta y pública. Si no, tiende a diluirse en el poder, o se concentra, aislada, en grupos sectarios.
Queda la valoración de "Silencio", la película de Scorsese, como una inculturación en sí misma: un católico más bien heterodoxo, italo-americano, que adapta la novela de un católico japonés, sobre jesuitas portugueses, aplicada al arte norteamericano por excelencia, el cine.
Scorsese, el 31 de noviembre, le habla de su película al Papa Francisco, que es jesuita y ha leído la novela
Tráiler de "Silencio", la película de Martin Scorsese