Rafael Sánchez Saus, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cádiz, publicó este viernes en ABC una Tercera en la que defiende el término "Reconquista" de los cuestionamientos a los que ha sido sometido. Es irrelevante, sostiene, que esa expresión no fuese contemporánea de los hechos, pues no lo es prácticamente ninguna denominación histórica. Y, sin embargo, es plenamente ajustada para describir un proceso que exige la "fuerte convicción de los conquistadores de estar recuperando algo que era suyo y legítimamente les pertenecía, aunque hubiera sido ocupado durante siglos por gentes sin derecho a ello". Eso es imposible sin "un sentimiento de continuidad entre los reinos cristianos y la España perdida".
Porque, añade Sánchez Saus el "ideal goticista" de la "Restauratio Hispanae" [Restauración de España] ya dede el siglo IX "identificaba el solar hispano con un pueblo y un reino, heredero del de Toledo, y con una fe, la católica".
Por su interés, reproducimos en su integridad el artículo.
La Reconquista a debate
A los españoles de mi generación se nos hace difícil comprender cómo ha llegado a ser tan controvertido el término y el concepto mismo de Reconquista. Tengo ante los ojos el que fuera quizá el manual de Historia Medieval de España más utilizado por los estudiantes de los setenta y los ochenta, debido a un catedrático reconocidamente marxista, José Luis Martín. En él se mostraba reticente hacia la idea de «reconquista», en la medida en que, aclaraba, no hubo siete siglos de luchas continuas movidas por ideales religiosos -algo que hoy, y creo que ya entonces, ningún historiador pretendía-, pero no dudaba en aplicarla para dar cuenta del «avance de las fronteras de los reinos y condados del norte» sobre Al Andalus. Desde entonces la historiografía española ha cambiado mucho, en general para bien, pero evidentemente no podía permanecer inmune al gran debate que desde hace algún tiempo se plantea sobre la existencia misma de España como sujeto histórico, debate que permea todos los grandes procesos y acontecimientos como se ha demostrado, en estos días, con motivo de la conmemoración de la primera circunnavegación del mundo.
Un extranjero, aunque nos conoce muy bien, y ajeno al medievalismo aunque no a la historia, el gran Stanley Payne ha sido capaz de saltar por encima de los charcos de la crónica menor para explicarnos el rango que la Reconquista debiera tener en nuestra historia nacional y en la de la humanidad: «El gran proceso de recuperación y creación conocido escuetamente como la Reconquista es, si se toman en cuenta todas sus dimensiones, un acontecimiento absolutamente único en la Historia, y habría dado a España un papel destacado y sin precedentes en la historia universal, incluso si su pie y huella no hubiera llegado nunca a América».
Frente a esta visión tan potente, ¿somos conscientes los historiadores y medievalistas españoles de hoy de la importancia extraordinaria de lo que Payne observa, tanto si nos adherimos a su juicio como si no? Porque lo que sorprende en el actual y fiero debate sobre la idea de Reconquista es la insistencia en cuestiones de tan escaso porte real como la inexistencia del término en tiempos medievales ni antes de fines del siglo XVIII, o lo supuestamente inapropiado del concepto para describir fenómenos de indudable complejidad que comprendieron no sólo la ocupación territorial, también en buena medida la sustitución de las poblaciones y de la cultura allí asentadas desde hacía muchas generaciones.
El primer reproche, quizá el más repetido hoy, es casi infantil. Todos sabemos que las denominaciones empleadas por los historiadores desde hace varios siglos, tampoco precisamente desde ayer, para referirse a acontecimientos o procesos complejos y de larga duración no son prácticamente nunca contemporáneas a los hechos. La gran mayoría son un producto de la historiografía decimonónica, la primera que los estudió percibiendo o creyendo percibir la unidad que les da sentido, y así han llegado hasta nuestros días esos términos quizá no del todo apropiados pero necesarios para la comprensión histórica, y no digamos para la docencia: «invasiones bárbaras», «imperio bizantino», «califato de Córdoba», «guerra de los Cien Años»… y tantos otros que nunca fueron empleados por las gentes que los protagonizaron, pero sin los que sería imposible una mera conversación sobre los hechos que compendian.
El término Reconquista no podía nacer en la Edad Media porque el latín no lo posee, ni siquiera como idea estricta, pero los españoles de aquellos siglos sí usaron otros poco diferentes para referirse a lo mismo que la palabra «reconquista» evoca: el largo y dificultoso proceso de ocupación del territorio hispano en manos del islam, acompañado de la voluntad de extinción de Al Andalus, considerada ilegítima su propia existencia. Entre los conceptos entonces empleados para designarlo, el de Restauratio Hispaniae fue el más habitual y, al mismo tiempo, el más abarcador y el más cargado ideológicamente. La Restauración de España no podía consistir, tal como se la concebía, en una mera conquista militar, implicaba también el regreso a las formas idealizadas de la Spania anterior a la invasión islámica. Ese ideal goticista, ya desde el siglo IX, identificaba el solar hispano con un pueblo y un reino, heredero del de Toledo, y con una fe, la católica. ¿Debiéramos sustituir Reconquista por Restauración de España? No parecen esas las intenciones de los críticos.
La otra objeción, la de cómo llamar Reconquista a la ocupación de territorios que los cristianos no poseían desde hacía varios siglos, puede parecer más consistente. Sin embargo, teniendo en cuenta que el término responde inequívocamente a la perspectiva de los reinos norteños, de los que los españoles posteriores siempre se han considerado continuadores hasta hoy, lo que hace es subrayar precisamente la fuerte convicción de los conquistadores de estar recuperando algo que era suyo y legítimamente les pertenecía, aunque hubiera sido ocupado durante siglos por gentes sin derecho a ello. Lo indudable es que para que un convencimiento así llegue a cuajar y a formar parte de la identidad de una comunidad, se hace completamente necesario un sentimiento de continuidad entre los reinos cristianos y la España perdida. Ese sentimiento de continuidad, al menos desde el siglo IX, es claramente perceptible.
Pero como sucede a menudo, la justificación y pervivencia del término Reconquista puede estar asegurada por la inexistencia de otro mejor, por la incapacidad de quienes lo rechazan para proponer otro que no posea una tal carga ideológica actual que su empleo pueda hacerse sin repulsión. Historiadores y filólogos debieran ser capaces de prescindir de las suspicacias ideológicas más que científicas que una expresión de tanta solera como Reconquista genera, conseguir separarse de la carga emocional que algunos siguen proyectando sobre acontecimientos irreversibles desde hace cientos de años, como si la resurrección de un Al Andalus mitificado dependiera de ellos y sus trabajos, y comprender que lo que interesa a todos conocer y explicar, más que el nombre, es la magnitud de los fenómenos históricos que el concepto de Reconquista sintetiza.
No podemos hacernos muchas ilusiones: el problema no reside en aceptar o rechazar una mera palabra más o menos apropiada, ni siquiera una idea asociada a un término, a lo que muchos se niegan es a reconocer la formación de una gran realidad histórica y cultural sobre la noción conservada de otra preexistente y el empeño de muchas generaciones en su recuperación. La primera, procedente de los tiempos godos; la segunda, la que la Reconquista cuajó. Cada una fue hija de su tiempo y entre ellas existió un enorme hiato, aunque también evidentes continuidades. Ambas fueron y en buena medida siguen siendo una y la misma España que hoy nos acoge a todos.