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Pese a ser declarada “hija predilecta” de su pueblo natal de Santomera en 1982, y de la Región de Murcia en junio de 1990, además de recibir la distinción del Laurel de Murcia otorgado por la Asociación de la Prensa local, nadie prácticamente la conoce hoy en España, a diferencia de Italia, donde vivió buena parte de su vida y donde su devoción goza de gran popularidad.
Zavala ha tenido acceso a la Positio de la Madre Esperanza, beatificada por el Papa Francisco en 2014, y ha logrado entrevistarse con numerosos testigos de sus milagros que viven todavía hoy en Roma y Collevalenza, donde se encuentra el Santuario del Amor Misericordioso fundado por la monja murciana. A ella se debe también la constitución de las Congregaciones de las Esclavas y de los Hijos del Amor Misericordioso.
El impresionante santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza, en pleno centro de Italia, 95 km al norte de Roma.
Los Papas Pío XI, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II sentían una gran devoción por ella y se encomendaron a sus oraciones.
Y no sólo ellos, sino también políticos italianos del relieve de Antonio Segni, presidente del Consejo de Ministros en dos ocasiones (entre 1955 y 1957, y de 1959 a 1960) y de la República, entre 1962 y 1964; o militares como el mariscal Pietro Badoglio, que sustituyó a Benito Mussolini al frente del Gobierno tras el golpe de Estado del 25 de julio de 1943 y condujo a Italia a la salida de la Segunda Guerra Mundial.
Tanto Segni, como Badoglio y otras figuras preeminentes de la esfera italiana, visitaron a la religiosa en Collevalenza en busca de consuelo, según el testimonio del padre Arsenio Ambrogi, recogido en la Positio y rescatado ahora por Zavala.
El consejo prudente y la sonrisa de Madre Esperanza sirvieron de consuelo a numerosos personajes públicos y personas privadas que la visitaban.
Otro sacerdote, don Mario Tosi, cayó rendido ante el magnetismo de la monja nada más conocerla, en 1952, siendo seminarista: “Me conquistó –reconoce– la grandeza de la Madre, lo extraordinario de sus virtudes y la belleza de sus ideales. Me convencí ya desde entonces de que era una gran santa. Y transcurrido el tiempo, me he persuadido cada vez más de cuanto había intuido desde el principio”.
Sor Mediatrice Salvatelli, que permaneció junto a ella durante veintiséis años -los últimos diecinueve como secretaria suya-, ayudándola en su misión de acoger a los peregrinos, atestigua ahora: “Recuerdo a los cardenales Ottaviani, Traglia, Cicognani, Siri, Poletti, Ursi, Mayer y Pironio, que venían a Collevalenza a presentar sus respetos a la Madre. Muchos de ellos intentaban luego besarle la mano, pese a su reticencia, y a veces ese gesto era simultáneo de una y otra parte”.
Hablar de la Madre Esperanza significa desvelar fenómenos extraordinarios que no deberían pasar inadvertidos, como los estigmas del Señor, los continuos éxtasis, sudores de sangre, bilocaciones, multiplicaciones de alimentos, ataques furibundos del demonio, experiencias con las ánimas del Purgatorio, visiones y apariciones, comuniones inexplicables, profecías, lectura de conciencias, curaciones y conversiones, perfume sobrenatural… ¡y hasta la resurrección de un muerto, como hizo el mismísimo Jesús con Lázaro, su amigo del alma!
Madre Esperanza, fotografiada durante un éxtasis en su convento.
De todos y cada uno de ellos da cumplida cuenta Zavala en su sorprendente libro, parapetado en testimonios y documentos obtenidos de su proceso de canonización o directamente de testigos presenciales.
Sobre la autenticidad de los carismas se pronuncia sin tapujos fray Roberto Moretti en su informe recogido en la Positio y fechado en Roma el 2 de junio de 1992, que arroja estas apabullantes conclusiones: “Tras una lectura detallada y prolongada de los escritos de la Madre Esperanza, y después de analizar detenidamente su figura compleja y su espiritualidad, me he convencido -asevera Moretti- de que todos sus carismas son auténticos […] Desde el punto de vista doctrinal, no he detectado nada en el contenido de estos carismas que difiera de la doctrina de la Iglesia, o en algún modo censurable […] Toda la vida espiritual de la Madre Esperanza me parece verdaderamente ejemplar, espléndida en virtudes y en obras. Estoy convencido de que el conocimiento de esta figura podrá hacer mucho bien a todos los fieles”.
Como señala el Decreto sobre las Virtudes de la Madre Esperanza rubricado en Roma por el cardenal portugués José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el 23 de abril de 2002: “El Beatísimo Padre [Juan Pablo II] ha declarado solemnemente” que “se ha probado que la Sierva de Dios Madre Esperanza de Jesús (antes María Josefa Alhama Valera), Fundadora de las Congregaciones de las Esclavas del Amor Misericordioso y de los Hijos del Amor Misericordioso, ha practicado en grado heroico las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad en relación con Dios y con el prójimo, y las virtudes cardinales de la Prudencia, la Justicia, la Templanza y la Fortaleza, y las virtudes que a estas acompañan”.
El propio relator del proceso de canonización, monseñor José Luis Gutiérrez Gómez, postulador a su vez del proceso de Montserrat Grases, numeraria del Opus Dei fallecida con tan sólo diecisiete años en olor de santidad, glosa así su vida ejemplar, en conversación con Zavala: “La Madre Esperanza es de una santidad a prueba de bomba. Su correspondencia y fidelidad a la gracia de Dios se observa a lo largo de toda su vida. Alcanzó un grado de santidad muy grande, propia de un alma entregadísima a hacer siempre la voluntad de Dios. Era una mujer de una pieza, lanzada a la aventura de fundar las dos Congregaciones de las Esclavas y los Hijos del Amor Misericordioso, con una vida de oración portentosa”.
Madre Esperanza no fue, sin embargo, una religiosa “milagrera” ni “curandera”. Ella misma se lo dejó muy claro a la Madre Lucía Baquedano, nacida en Ecala (Navarra) el mismo día de su patrón San Fermín de 1922. La carta de la Madre, fechada el 27 de enero de 1965 y reproducida en el libro, es de una elocuencia incontestable: “Quítate de la cabeza -advertía ella a la Madre Lucía- el querer hacer que las hijas crean en cosas ordinarias o extraordinarias. Esto, hija mía, no tiene importancia para nuestra amada Congregación; tampoco pretendas que esas hijas amen a la Congregación ni a su Fundadora por cosas ordinarias ni extraordinarias, sino por el espíritu de caridad, abnegación, sacrificio y amor a los pobres. Esto, hija mía, es lo que nos debe mover a todas para amar a nuestra Congregación y sacrificarnos cuanto podamos por ella”.
Fotografías cedidas por José María Zavala a ReL.