Parece una contradicción: un músico ateo componiendo una misa. Pero no son pocos ni menores quienes lo han hecho. Benjamin Ivry, biógrafo entre otros de compositores modernos como Maurice Ravel (1875-1937) y François Poulenc (1899-1963), cuenta en Catholic Herald qué movió a algunos de ellos y cómo influyó en sus vidas... si lo hizo.
Cuando los ateos componen misas
No todos los compositores dotados pueden componer música sacra católica convincente. Cuando le preguntaron a Gustav Mahler, un converso del judaísmo, por qué no había compuesto ninguna Misa, respondió que si lo hiciera, debería omitir el Credo. Después de que Mahler compusiera la colosal Sinfonía n. 8, llamada la Sinfonía de los Mil, declaró que esta incluía, metafóricamente, una Misa.
La sinfonía nº 8 de Mahler está dividida en dos partes, heterogéneas en su fuente pero con una misma idea: la redención por el amor. La primera se basa en el himno litúrgico Veni, Creator Spiritus, y la segunda en la escena final de la segunda parte del Fausto de Goethe.
Un ejemplo más literal nos lo dejó el compositor protestante Robert Schumann, que se describió a sí mismo como "persona religiosa, pero sin religión" y que compuso una Misa y un Réquiem para ser interpretados en "el templo y en las salas de concierto". Schumann creó sonidos firmes y monumentales, como si estuviera ofreciendo consejos estéticos al público católico.
En 1844 acompañó a su esposa Clara, pianista, en una gira de conciertos que ésta hizo en Rusia. Durante la gira ella comentó que la liturgia ortodoxa era "incluso más excesiva" que las misas católicas, con la congregación "tirándose al suelo cada minuto" y "cruzándose unos con otros miles de veces".
Robert Schumann (1810-1856) y su esposa Clara Wieck (1819-1896), una de las grandes parejas musicales de la historia.
Las estructuras musicales de Schumann, rígidas y estoicas, evitaron este tipo de exuberancia. En 1829 escribió una carta a su madre desde Heidelberg: "Están empezando la misa en la iglesia católica que hay al lado de casa y los fieles están cantando… En esta casa tengo una iglesia católica a la derecha y un manicomio a la izquierda, por lo que no sé si me volveré católico o loco". Por desgracia, Schumann enloqueció.
Un destino mejor lo tuvieron otros protestantes que se aventuraron en la música sacra católica. Un artículo publicado en The Musical Times en octubre de 1930, titulado The Movement in Roman Catholic Church Music observaba que "en la catedral de Westminster siempre serán bien recibidas una misa polifónica compuesta por Vaughan Williams, como un oratorio no litúrgico dentro de una misa sinfónica compuesto por Ethel Smyth".
La anglicana Ethel Smyth (1858-1944) escribió en sus memorias, As Time Went On (1936), que en 1891 compuso una Misa inspirada por una amiga católica, Pauline Trevelyan, que nunca "hizo el más mínimo intento para convertirme". Sin embargo, Trevelyan tenía tanta fama de ser persuasiva que la esposa del arzobispo de Canterbury le dijo a Smith: "Si ella no te convierte al catolicismo, nadie lo hará".
Y nadie lo hizo, aunque Smith tuvo que esperar décadas después de su estreno para que su Misa serena, sobria y totalmente convincente fuera defendida por los directores de orquesta Adrian Boult y Thomas Beecham.
El Benedictus de la Misa en D de Ethel Smyth.
Algunos compositores del siglo XX de distintos credos religiosos (o de ninguno) demostraron tener interés en la música sacra católica, gracias en buena parte a la visión de los maestros de música de la catedral de Westminster.
La Misa en Sol menor de Ralph Vaughan Williams (1921) fue interpretada durante una misa celebrada en la catedral. Vaughan Williams, autoproclamado agnóstico, declaró: "No hay razón por la que un ateo no pueda componer una buena Misa". Su Misa mezcla unos coros exuberantes con la rica tradición polifónica inglesa.
Misa en sol menor de Vaughan Williams.
A esta Misa le siguió una obra más sobria y sobrecogedora compuesta por Benjamin Britten: la Missa Brevis para coro juvenil y órgano (1959). George Malcolm, que fue maestro de música de la catedral de Westminster durante doce años y que recibió el reconocimiento papal por sus esfuerzos, había formado un coro juvenil para que "el sonido de los chicos se oyera en el terreno de juego", tal como lo expresó él, en lugar de que tuviera el sonido etéreo habitual. Benjamin Britten se quedó tan impresionado por este coro que escribió su Missa Brevis, aunque omitiendo el Credo, como si estuviera de acuerdo con Mahler.
Missa brevis de Benjamin Britten.
En octubre de 1960, Music & Letters alabó esta obra de Britten a la que describió como "indudablemente, una pequeña obra maestra llena de sonidos mágicos". Ese mismo año fue cantada en las catedrales de Manchester y Ely, y en el Congreso Internacional de Música Sacra de Colonia, en Alemania.
El ejemplo de Britten sirvió de inspiración para otros compositores no católicos, como explica Peter Maxwell Davies en The Cambridge Companion to Vaughan Williams (2013). Según Maxwell Davies, cuando la catedral de Westminster le ofreció el encargo de componer una Misa, él objetó: "No soy cristiano y, ciertamente, no soy católico". La respuesta fue: "No pasa nada; le hicimos encargos a Ben Britten que era anglicano, y a Vaughan Williams que era ateo. Lo que queremos es una composición decente".
Los vínculos de Maxwell Davies con el catolicismo, que incluyen su amistad con George Mackay Brown, un poeta de las Islas Orcadas converso al catolicismo, posiblemente le llevaron a crear dos obras de hermoso y exigente sonido: la Misa (2001) y la Misa parvula (2003), en las que se incluyen temas católicos que había compuesto con anterioridad. Curiosamente, Maxwell Davies no tenía intención de incluir el Credo en su Misa, sin embargo, "se impuso" la idea de añadir uno, según el crítico Roderic Dunnett.
Judith Bingham, que también recibió el encargo de la catedral de Westminster, siguió el precedente de Britten de una Misa sin Credo y se hace eco de la riqueza polifónica de la tradición de Vaughan Williams.
Preámbulo al órgano de la Missa Brevis de Judith Bingham.
Con tantos compositores protestantes brillando en la composición de música sacra católica, no es raro que la Ortodoxia Oriental, a la que estaban vinculados compositores como Igor Stravinsky y el estonio Arvo Pärt, haya impulsado también a alguno de ellos a componer Misas.
Generaciones de expertos en música han examinado el grado de fe que compositores católicos como Mozart, Verdi y Fauré han expresado en las Misas. Sin embargo, ¿acaso analizamos las convicciones religiosas del artista que creó el ciborio de plata o el cáliz de oro que podemos ver actualmente en los Museos Vaticanos? Es evidente que el poder que tiene la música para inspirar devoción no depende de la adhesión religiosa de sus creadores, que nos dejan una legado inspirador imperecedero que transciende los meros detalles de sus biografías.
Traducido por Elena Faccia Serrano.