La figura del Beato Charles de Foucauld (1858-1916), el místico que se convirtió entre los tuareg, nos recuerda la necesidad de la soledad y el silencio para poder escuchar la voz de Dios. Así lo plantea José Luiz Vázquez Borau en su libro, de reciente aparición, Charles de Foucauld: encontrar a Dios en el desierto (Digital Reasons).
-¿Por qué escribir ahora sobre este converso francés?
-Escribir sobre Foucauld es una deuda personal. Le conocí cuando tenía dieciséis años, gracias al libro de Jean-François Six Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld y a que, a los veinte años, se me encarnó en la persona del ermitaño de Montserrat, el padre Estanislao Llopart, que fue mi padre espiritual, del que retengo principalmente estas palabras: "Haz silencio".
José Luis Vázquez Borau es doctor en Filosofía y en Teología. Es presidente de RIES (Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas), presidente de honor del Instituto Emmanuel Mounier de Cataluña y fundador y animador de la Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld.
-En su libro califica de "adolescencia desastrosa" la que vivió Foucauld. ¿Por qué?
-Una señora me decía que le gustaba mucho la vida de Foucauld, especialmente antes de su conversión. Como se puede leer en el libro, Foucauld, descendiente de noble familia, pierde la fe en su adolescencia y se desliza por el camino de la búsqueda de todo tipo de placeres, llegando esto al colmo cuando ya mayor de edad toma posesión de su herencia.
-¿Cómo nació el atractivo que el islam ejerció sobre él?
-A los veinticuatro años decide explorar Marruecos, país conocido tan solo superficialmente por los europeos. Lo hará disfrazado de judío, acompañado de su guía, también judío, llamado Mardoqueo. Le impacta, a él, científico naturalista, la religiosidad de sus gentes, que, cinco veces al día, paran sus labores para adorar al Misericordioso, en un ambiente desértico que le favorece la interioridad.
-¿Qué le condujo a convertirse al cristianismo?
-A su vuelta a París, habiéndole concedido la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía, está en una profunda crisis y quiere investigar sobre la religión. Pero la acogida de la familia de su prima, la Sra. de Bondy, y ver que ésta es inteligente y creyente, le sorprenden por dentro. Comienza a rezar en su interior: "Señor, si existes, haz que te conozca". Va a ver a un amigo de la familia, el sacerdote Huvelin, que conoce su trayectoria, para conversar de religión. Y éste le invita a confesarse de su pasado. Cosa que hace y después de comulgar dirá: "Después de conocer que existes, no puedo hacer otra cosa que vivir para Ti".
-En el libro, usted detalla el proceso de su vida hasta encontrar su auténtica vocación...
-Su padre espiritual le dirá de hacer un viaje al país de Jesús, donde quedará marcado por Nazaret, lugar donde Jesús obrero vivió el mayor tiempo de su vida. A su vuelta ingresará en la Trapa, pidiendo ir a la más pobre en Akbès (Siria). Pasado los años, el Espíritu Santo lo llevará de nuevo a Nazaret, donde vivirá como un ermitaño recadero de las monjas clarisas de allí, hasta es invitado a ordenarse sacerdote. Luego le ofrecen ir hacia los más abandonados y a un lugar que él conoce donde no hay presencia cristiana: Marruecos. Pero como en este país no podían entrar los extranjeros, irá al oasis sahariano de Beni-Abbés (Argelia), que está en la frontera de ambos países, con la esperanza de poder entrar algún día. Años más tarde conocerá la existencia de una población más abandonada: los hombres azules del desierto, los Tuareg. Y allí encarnó su existencia hasta que fue asesinado.
-Fue su conversión radical a los hermanos...
-Se instala en un pequeño poblado, Tamanrasset, en la zona tuareg del Sahara. Y allí, como Jesús, vivirá su Nazaret: vida de relación amical y fraterna con todos. Allí enfermará gravemente y en medio de una tremenda sequía, sus amigos saldrán a buscar un poco de leche para alimentar a su santo ermitaño. Este hecho fue crucial para hacerse plenamente tuareg entre los tuareg.
-¿Cómo influyó el desierto en la espiritualidad de Foucauld?
-Foucauld, fruto de su experiencia nos dice: "Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios y donde se vacía completamente nuestro interior para dejar todo el sitio a Dios solo". Viviendo en Tamanrasset construyó una ermita en las fantásticas montañas del Hoggar, lugar donde hay menor gravedad del planeta tierra, como indicando que en medio de las tareas de la vida, hay que ir al desierto, a la soledad, para callar y poder escuchar la voz de Dios, que nos habla a través de los acontecimientos de la vida.
-¿Qué nos dice el ermitaño Foucauld a los cristianos urbanitas del siglo XXI?
-Que en el encuentro con el Señor, en el silencio de la oración, descubriremos nuestra vocación para vivir la fraternidad y la solidaridad humana. Hay que hacer silencio, porque en el silencio se alumbran grandes cosas.