Este viernes 2 de septiembre se estrena en España Ben-Hur, una nueva adaptación cinematográfica de la novela del mismo nombre publicada en 1880 por Lew Wallace.
Algunos consideran esa obra "el libro cristiano más influyente del siglo XIX" escrito en lengua inglesa: 37 ediciones, más 20 en otros tantos idiomas. Y el Séptimo Arte nos ha ofrecido ya cuatro largometrajes (además de un corto mudo y una animación): el mudo de Fred Niblo en 1925, la obra maestra de William Wyler en 1959 (once Oscar y uno de los mejores papeles jamás interpretados por Charlton Heston), la mini-serie televisiva de Steve Shill en 2010 y el que ha dirigido Timur Bekmambetov y ahora se estrena, con Jack Huston como Judah Ben-Hur y Rodrigo Santoro como Jesucristo.
Pero si no fuera por ser el autor de una novela tan determinante, Lew Wallace (18271905) habría pasado a la historia como un militar norteamericano de fuerte vocación y un incidente extraño en su expediente, y una relevante pero secundaria carrera política posterior.
El incidente sucedió durante la Guerra Civil. El 7 de abril de 1862, cuando era un general a las órdenes del general Ulysses Grant (futuro presidente) en la sangrienta batalla de Shiloh (Tennessee), una confusión en las órdenes provocó que sus tropas no estuviesen en el momento decisivo en el lugar donde se supone que debían estar como refuerzo, lo cual estuvo a punto de costar la victoria a la Unión y desde lugo multiplicó las bajas.
Fue apartado dos años del servicio, y aunque al regresar aún rindió en la guerra buenos servicios militares, su reputación caminó siempre acompañada de ese borrón, a pesar de que en años posteriores el mismo Grant que le había responsabilizado del error matizó su juicio e incluso le atribuyó la salvación de la capital, Washington, ante el avance confederado.
Lew Wallace: militar, político, diplomático y escritor. La primera y la última de estas vocaciones eran las auténticamente suyas.
Como cuenta Mike Aquilina en Catholic Exchange, Wallace había querido ser militar desde niño. Cuando era pequeño jugaba con sus hermanos y primos a recrear batallas de la antigua Escocia con base en las novelas históricas de la escritora inglesa Jane Porter (17761850), quien había popularizado el personaje de William Wallace (Mel Gibson en Braveheart), en cuyo nombre se veía reflejado.
De ahí el gran dolor que supuso para él ver empañado con el incidente de Shiloh un expediente que le había llevado a ser, tras su actuación en las primeras batallas de la Guerra Civil, el general de división más joven del momento.
Tal era su vocación por las armas que en 1898, cuando la guerra con España, se ofreció voluntario al Gobierno para reclutar tropas. Siéndole negado, intentó alistarse como soldado raso. Tenía 71 años.
Para entonces ya era un escritor de éxito, su otro gran sueño. En 1873 había publicado The fair God [El Dios justo]: una novela histórica, documentada durante años hasta el más mínimo detalle, sobre la conquista española de México. Se vendió bien, pero no como para permitirle vivir de escribir, por lo que se ganaba la vida como abogado y con cargos políticos y diplomáticos (fue gobernador del territorio de Nuevo México y embajador ante el Imperio Otomano).
Estatua del general Lew Wallace donada en 1910 por el estado de Indiana para el Capitolio de Washington.
¿Cómo surgió la idea de escribir Ben-Hur, un libro que, sin ser de temática religiosa en sentido estricto, no puede no ser caracterizado como cristiano? Paradójicamente, por una discusión de Wallace con "el ateo más famoso de Estados Unidos", como define Aquilina a Robert Ingersoll (18331899), propagandista del agnosticismo conocido por su poderosa retórica y una erudición capaz de dar réplica a cualquier argumento.
Dios escribe derecho con renglones torcidos: la inquina agnóstica de Robert Ingersoll está en el origen de una novela cristiana vendida por millones en todo el mundo.
Un día Wallace e Ingersoll coincidieron en un tren en Indianápolis y "el Gran Agnóstico", como se le conocía, no quiso dejar pasar la ocasión de soltarle un discurso al general, a quien había reconocido.
"Por decirlo suavemente, en aquella época yo no estaba influenciado ni en lo más mínimo por el sentimiento religioso", contó Wallace sobre su pensamiento de entonces: "No tenía convicciones sobre Dios o Cristo. Ni creía en ellos ni dejaba de creer. Los predicadores no dejaban huella en mí. Había leído sobre cualquier cosa menos sobre ese tema. La indiferencia es la palabras que mejor describe mis sentimientos sobre el Día Después de la Muerte, como un científico francés había descrito felizmente lo que sigue a la vida".
Ingersoll apabulló a Wallace con "hechos" históricos sobre el origen del cristianismo que justificaban el ateísmo y la irreligión. El militar quedó abrumado e incluso avergonzado de sí mismo por haber mostrado tan escaso interés hacia algo tan importante. Decidió que no cabía la indiferencia y que debía adquirir certezas, en un sentido o en otro.
Tras la experiencia de documentación de The fair God, supo que, si para él la forma de convertirse en un experto en algo era preparar una novela sobre ello... escribiría una novela sobre los orígenes del cristianismo.
"Wallace pensó en una historia que tuviese lugar en tiempos de Cristo", explica Aquilina: "Pretendía venderla como un serial de revista, una forma muy popular de publicar novelas a finales del siglo XIX. Como, para que tuviese éxito, debía ser muy cuidadoso para no ofender a los lectores religiosos, debía introducir con precaución el personaje de Jesucristo. Así que decidió que no sería el personaje principal, sino que la historia versaría sobre alguien que viviese en tiempos de Cristo y la forma en la que la presencia de Cristo en la tierra le había afectado".
Estaba naciendo Ben-Hur.
Wallace no quería que Jesucristo fuese el protagonista de la novela para que nadie pudiese sentirse ofendido. Pero el principal personaje de referencia de Ben-Hur. Ésta es la escena del primer encuentro entre Jesús y Ben-Hur, quien recibe agua de Nuestro Señor.
Y así explica el mismo Wallace cómo al estudiar la época nacían las certezas que Ingersoll no alcanzaba a ver, y al ponerse en la piel de los personajes su indiferencia religiosa iba desapareciendo:
"Pensad en la compañía en la que me puso la novela.
»Pensad en cabalgar junto a Baltasar en su gran camello blanco hasta el lugar de encuentro fijado, más allá de Moab; en la compañía de los Tres misteriosos Sabios; en desayunar con ellos a la sombra de una pequeña tienda sobre las ondas de la arena; en escuchar la acción de gracias con la que iniciaron su ágape; en ver cómo se presentaban uno a otro, contándose cómo y cuándo fueron convocados por el Espíritu; o en el invitado posterior al viaje final a Jerusalén: ¡la estrella, nuestro guía!
»Pensad en asistir a una sesión del sanedrín; en escuchar cómo Herodes pregunta a Hilel, un maestro centenario, dónde es más probable que aparezca el Rey de los judíos.
»Pensad en tumbarse junto a los pastores en su redil en aquella fresca y clara primera noche de Navidad; en ver caer la escala de luz desde la ventana del cielo... ¡en escuchar al ángel anunciar la Buena Nueva!
»Pensad en caminar junto a José cruzando la puerta de Jaffa hata la llanura de Refaim, pasar la tumba de Raquel hasta el viejo portal de Belén; en robar unas miradas al rostro de la joven esposa subida en el burrito, ¡tan pequeña como para ser, en una buena y antigua expresión católica, la Santísima Madre de Dios!
»Pensad en contemplar ese rostro tan a menudo y tan distintamente como para poder asegurar que en el mundo sólo existen dos retratos de ella, el de Rafael y el de Murillo, porque todos los demás son demasiado viejos, demasiado vulgares o demasiado humanos...
»Y ahora decidme: ¿es extraño si yo escribía reverencialmente, sobrecogido en ocasiones? ¿Es extraño que, inconscientemente, yo estuviese preparándome para desprenderme de mi indiferencia como una langosta se desprende de su cáscara?".
"Mucho antes de concluir el libro", confiesa Wallace, "ya creía en Dios y en Cristo".
Mantuvo siempre esa fe sin vincularse a la Iglesia ni a ninguna otra comunidad cristiana, aunque los domingos asistía a un templo metodista: "No soy miembro de ninguna iglesia o denominación, ni nunca lo he sido. No porque tenga nada contra las iglesias, sino simplemente porque me gusta disfrutar de mi libertad y porque no creo ser lo bastante bueno como para comulgar. Pero creo en la Divinidad de Jesucristo".
Wallace trabajó siete años en la documentación y redacción de Ben-Hur. Lo escribió a la sombra de un haya cerca de su residencia en Crawfordsville (Indiana).
Bajo este árbol trabajó Wallace siete años en escribir la novela que le hizo cristiano.
Ben-Hur fue publicado el 12 de noviembre de 1880 por Harper & Brothers, y tras un lento arranque vendió 300.000 ejemplares en diez años. Lew Wallace por fin consiguió lo que buscaba: poder vivir de la escritura. Y llegó a ver una adaptación teatral de la novela, que se representó por primera vez el 29 de noviembre de 1899 en el Teatro Broadway de Nueva York. Estuvo 21 años en cartel, con cerca de seis mil representaciones.
Como en las versiones cinematográficas, la escena de la carrera de cuádrigas era el momento estelar en la representación teatral de Ben-Hur. He aquí un esquema del trampantojo que se instalaba para crear el efecto de velocidad.
Lew Wallace murió en 1905. Al año siguiente se publicó, auspiciada por su esposa, Susan, con quien se había casado en 1852, su autobiografía. En uno de los capítulos detalla cómo escribió la novela, y cómo al hacerlo la fe en el Hijo de Dios le fue abriendo los ojos casi al mismo tiempo que a su personaje más inmortal. Ese Juda Ben-Hur que todavía eclipsa la fama del hombre que se convirtió mientras lo creaba.