Pero hay casos históricos realmente notables.
Lo contaba el mismo protagonista, el padre Carlos María de Heredia, S.I. (18721951), sacerdote jesuita mexicano que luchó incansablemente toda su vida contra el espiritismo y otras pretendidas técnicas parapsicológicas. No lo hacía sólo mediante obras rigurosas, como El espiritismo ante la ciencia (1922) o Los fraudes espiritistas y los fenómenos metapsíquicos (1931), en las que sí dejaba la puerta abierta a la autenticidad de algunos hechos aún sin explicación racional. No: su punto fuerte eran las demostraciones públicas de la estafa espiritista.
Durante años recorrió México, Estados Unidos y América del Sur llenando teatros en los que, como experto mago, reproducía toda clase de sucesos supuestamente sobrenaturales o preternaturales, precisamente para demostrar que podía simularlos sin problema el ingenio humano. Espíritus, levitaciones y locuciones sorprendían a su público, calculado en más de trescientas mil personas que asistieron a 624 espectáculos. Se hicieron célebres sus fotografías espiritistas, en las que aparecía rodeado de fantasmas de ilustres personajes.
El 9 de abril de 1923, el periódico neoyorquino The Evening World le dedicaba un amplio reportaje, pues el religioso había puesto en evidencia al mismísimo Arthur Conan Doyle (18591930), creador de Sherlock Holmes: “Es probable que no exista persona alguna en los Estados Unidos que más se haya interesado en el desenmascaramiento y exposición de las fotografías espiritistas de Sir Arthur Conan Doyle que el R. P. Carlos M. De Heredia, S. J., quien se ha dedicado al estudio de las manifestaciones espiritistas desde su juventud en la Ciudad de México", afirmaba el diario.
El padre Heredia se desplazó incluso hasta la redacción para lograr su objetivo, y ante tres periodistas fabricó en el laboratorio fotográfico imágenes similares a las que el escritor, conocido por su devoción al ocultismo, presentaba en exposiciones públicas como prueba de la existencia de contactables espíritus que vagaban por el mundo.
“A propuesta del padre", cuenta The Evening World, "el fotógrafo trajo una de sus propias placas ya puesta en su chasis. Los cuatro entraron al cuarto oscuro y, a petición del padre Heredia, marcaron la placa con sus iniciales el artista y el reportero. El fotógrafo puso de nuevo la placa en el chasis, sin que el padre se acercara a ella, y saliendo fuera, tomó una fotografía del artista y del reportero sentados, estando de pie, detrás de ellos, el padre. El fotógrafo llevó la placa al cuarto oscuro y al revelarla él mismo, vio que en medio del grupo aparecía una cara: la del almirante inglés Beatty. El artista, el reportero y el fotógrafo repitieron tres veces el mismo experimento observando constantemente todos los movimientos del padre Heredia sin poder descubrir trampa alguna, obteniendo las tres veces otras tantas siluetas de espíritus, representando una a un soldado presentando armas, otra a un borracho y la tercera el retrato mismo de Sir Arthur Conan Doyle…".
Cuando los tres miembros de la redacción del periódico se dieron por vencidos, el sacerdote les reveló el truco a cambio de que no lo revelaran ellos, consiguiendo la risa nerviosa del trío, que ya empezaba a dudar de los poderes que podía tener aquel hombre de negro.
Algo parecido le pasó por aquellos tiempos al que fuera entre 1912 y 1922 Delegado Apostólico de la Santa Sede en Estados Unidos (equivalente al nuncio antes de que establecieran relaciones diplomáticas), el futuro cardenal Giovanni Bonzano. Daba una conferencia en Washington el padre Heredia y monseñor Bonzano no quiso perdérsela. Tan complacido quedó, que le propuso una sesión privada en la Delegación Apostólica para un centenar de invitados.
Allí el ilusionista mexicano hizo de las suyas: desabrochó sotanas, un solideo pasó misteriosamente de una testa episcopal a la de otro espectador, a plena luz una mesa se elevó veinte centímetros con el delegado apostólico y dos obispos teniendo las manos encima y estando el mago alejado... "La impresión que entonces recibieron los concurrentes fue tan intensa que varios hicieron instintivamente la señal de la cruz", escribe el padre Heredia.
Pero lo que rompió los esquemas de monseñor Bonzano fue que le leyera el pensamiento. El mago le pidió que fuese a su despacho y, sin que nadie la viese, escribiese una pregunta en un papel, la metiese en un sobre, lo sellara y la guardase en la cartera. Cuando el obispo volvió, descubrió una pizarra que el prestidigitador había preparado y cubierto a la vista de todos. Allí estaba la respuesta: "Cuando sea nombrado cardenal". Entonces, el asombrado prelado abrió el sobre y leyó su pregunta: "¿Cuándo volveré a Roma?". Lo que sucedió, en efecto, años después, cuando fue nombrado cardenal. (En esto el padre Heredia no había jugado a adivino, pues todos los delegados apostólicos en Estados Unidos recibían ese honor.)
Monseñor Bonzano interrumpió entonces el acto y se llevó al sacerdote a un aparte: "O me dice ahora mismo cómo lo ha hecho o suspendo la función", le espetó, desconcertado y sin otra explicación que la diabólica para lo que había ocurrido. Cuando el buen jesuita obedeció, "soltó una sonora carcajada", recuerda el padre Heredia: "Padre, me dijo, le confieso ingenuamente que no me hubiera ido yo a la cama esta noche con buena conciencia, y ya estaba meditando cómo interrumpir en adelante sus conferencias, pues llegúe a persuadirme de que, al menos en parte, era producto de la intervención demoniaca".
Tanto convenció el mago al obispo, que éste prologó la edición en inglés de una de sus obras, Spiritism and Common Sense [Espiritismo y sentido común]: "Abramos cada vez más los ojos al público -especialmente a los católicos- sobre los peligros del espiritismo, haciéndoles ver al mismo tiempo que muchos fenómenos atribuidos a causas misteriosas y ocultas se reducen a un truco inteligente".
La tradición jesuítica de la prestidigitación no está sólo vinculada al esfuerzo apologético de denunciar las falsedades del espiritismo y otros supuestos fenómenos sobrenaturales. También está vinculada a la amplitud de visión ignaciana, deseosa de construir católicamente todos los ámbitos de la sociedad y la cultura, y ha sido un instrumento clásico de apostolado, básicamente para atraer la atención de los niños o incluso como vehículo de transmisión de la enseñanza cristiana.
El padre Francisco Javier Barcón Furundarena, S.I., planteó así su Arte de encantamiento (1945) un completo manual que abarca los clásicos escamoteos de monedas y otros objetos, la rica variedad de los trucos de cartas (entre ellos varios de adivinación del pensamiento), diversos números de prestidigitación sencilla y otros de espectacular "alta prestidigitación", que incluye desapariciones y cortes de cabeza a telequinesia, aparición de fantasmas y simulacros espiritistas.
En su libro cuenta varias historia del padre Heredia, entre ellas la paliza que intentó propinarle en la calle una persona que había asistido a su espectáculo, irritada al descubrirse la trampa que esconden esas pretendidas manifestaciones de almas en pensa.
Uno de los grandes lectores del padre Barcón fue otro religioso, aunque no jesuita, sino escolapio, Wenceslao Ciuró y Sureda (18951978), considerado el padre de la moderna prestidigitación española. Tras ser ordenado sacerdote en 1917, descubrió el ilusionismo en una sesión de juego de manos que un hermano lego calasanzio ofrecía a los pequeños del colegio de Moyá.
Su pasión fue in crescendo y vio actuó a grandes nombres como Partagás o Fu Manchú, empezando a formarse hasta convertirse, a partir de su regreso a España en 1947, en un auténtico maestro. Su libro La prestidigitación al alcance de todos fue el primero de una serie de quince consagrados a este arte o a otros relacionados, como la ventriloquía.
No fue bien visto en su gremio que desvelase a los interesados los engranajes del espectáculo, pero contribuyó decisivamente al nacimiento de nuevas vocaciones. Y consiguió que San Juan Bosco fuese elegido en 1953 por sus compañeros como patrón de los prestidigitadores. En cuanto nació Televisión Española, la frecuentó mostrando sus trucos.
Heredia, Barcón, Ciuró... son tres pruebas de que a la Iglesia, como a Terencio según su célebre frase, nada humano le es ajeno. Y menos todavía le es ajeno enfrentarse a pecho descubierto a los errores de su tiempo, por muchos "fantasmas" que intenten impedirlo.
Artículo publicado en ReL el 21 de junio de 2014.