Entre los autores más convencidos de la condición católica de Shakespeare (que debía mantenerse oculta por la persecución que sufrían los "papistas" en la Inglaterra isabelina) está el jesuita inglés Peter Milward, profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Sofía de Tokio, gran experto de la religiosidad del Bardo.
“Es una hipótesis que sostengo ya desde 1973, cuando publiqué mi primer libro Shakespeare´s Religious Background (El fondo religioso de Shakespeare). Hoy afortunadamente son muchos lo libros que relanzan esta cuestión, pero hay todavía un cierto prejuicio académico que es difícil erradicar”.
Ya Gilbert K. Chesterton, en su ensayo "Chaucer" de 1932, escribió: "Que Shakespeare fue católico es algo que cualquier católico siente por un sentido común convergente”.
Prácticamente nadie puede negar ya que el padre de Shakespeare, John, era católico: un "recusante", es decir, alguien que se negaba a asistir al culto oficial anglicano y por ello pagaba las multas correspondientes. Se sabe que pagó una de estas multas en 1592.
También se sabe que Susan, hija de Shakespeare fue acusada de pertenecer a la resistencia católica. Un pariente de la madre de William, Edward Arden, fue ejecutado por traición tras ser acusado de pertenecer a la resistencia católica y de ocultar a un sacerdote católico en 1580. Es el tipo de cosas que animan a mantener la fe con discreción.
La familia debió permanecer católica varias generaciones: en el siglo XVIII en la casa familiar se encontró un tratado espiritual del mártir jesuita San Edmund Campion. Milward asegura: "Aquel documento (del cual hoy tenemos una copia de 1700 reconocida como auténtica) fue probablemente escondido allí en tiempos de la Conjura de Somerville de 1583, cuando también los familiares maternos, incluida la madre de Shakespeare, Mary Arden, a causa de su fe fueron sometidos a la acusación de alta traición por Sir Thomas Lucy, de Charlecote Park. Y los nombres tanto del padre John (en 1592) como de su hija Susana Hall (en 1606) figuran en la relación de católicos que se negaban, de aquellos que rechazaban acudir a las funciones obligatorias religiosas del Estado".
Milward considera que "Shakespeare fue obligado a silenciar su fe católica. Tuvo que vivir de forma enmascarada, como su Edgar en Rey Lear , y así ha permanecido hasta hoy. Dudo que la reina Isabel haya intuido su camuflaje (aunque hay autores convencidos de ello)".
Con todo, Isabel podía ser permisiva con la fe católica de algunos colaboradores si le resultaba útil y no le traían problemas, como es el cado del compositor William Bird, al que permitía trabajar en la corte en la capilla real.
Milward señala que peregrinar era una actividad propiamente católica desde que Enrique VIII cerró los santuarios de Inglaterra y se limitó mucho el culto de santos y reliquias. Pero en las obras de Shakespeare las peregrinaciones abundan: en Ricardo II, El Mercader de Venecia, Como gustéis y El Rey Lear.
Otro indicio es que Shakespeare trata bien a los frailes en sus obras (Romeo y Julieta, Mucho ruido y pocas nueces y Medida por medida) mientras que los dramaturgos protestantes como Robert Greene y Chistopher Marlowe los tratan con escarnio como personajes ridículos.
Milward, en su libro "Shakespeare the Papist" analiza las obras del dramaturgo y asegura que "todas las obras admiten una interpretación católica y bíblica; si no se admite este sustrato, este fondo católico, muchas obras permanecerían enigmáticas".
Incluso el anterior primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, llegó a admitir el catolicismo de Shakespeare después de leer los libros de Milward. Pero el profesor jesuita pide "tomar nota de que nos encontramos frente a un testigo importante de aquel catolicismo inglés que fue cruelmente perseguido por Enrique VIII y por Isabel I y por sus crueles ministros, Thomas Cromwel y William Cecil".
"En esa época, incluso los sacerdotes, incluso los jesuitas, temían ser descubiertos, arrestados, hechos prisioneros, torturados y ajusticiados como traidores. Él no fue al encuentro del martirio, pero tenía una gran fe católica. Y se sintió comprometido como dramaturgo, en la misión de proclamar la verdad de su época y la fe de lo que Hamlet llama “el mundo aún no conocido”, afirma Milward.