Como te dirá cualquier apologeta que se precie, la gran objeción a la proposición de que Dios existe es el hecho del sufrimiento de los inocentes. Si quieres una presentación particularmente brillante de esa alegación, ve a Youtube y busca la disquisición de Stephen Fry sobre por qué no cree en Dios. (Inmediatamente después, por favor, busca mi respuesta a Fry.)
Monseñor Robert Barron ha dirigido varias series apologéticas difundidas a través de Youtube.
Pero ahí sigue la pregunta angustiada de una legión de no creyentes: ¿cómo puede un Dios todopoderoso y que nos ama infinitamente permitir el horrible sufrimiento padecido por quienes, sencillamente, no lo merecen? Di todo lo que quieras (sostienen estos críticos sobre el plan de Dios o el bien que surge del mal), pero la desproporción entre el mal y los beneficios que podrían derivarse de él simplemente descarta la credibilidad de la fe religiosa. Ese veterano y experimentado apologeta también te dirá que ante este problema no existe una "respuesta" única e inequívoca, ni ningún argumento tumbativo que deje aturdido a quien dudaba, teniendo que darte la razón. La mejor aproximación es bordear el asunto lentamente, a la manera de los fenomenólogos, iluminando ahora este aspecto, ahora este otro.
Precisamente ese método es el que presenta la sorprendentemente sugerente y emotiva película Los milagros del cielo. La historia auténtica transcurre en torno a la devota familia Beam de Burleson (Texas): Christy, Kevin y sus tres hijas. A la edad de diez años, la mediana, Annabelle, desarrolla una enfermedad devastadora que no permite a sus intestinos procesar el alimento. Tras consultar sin éxito a médicos y cirujanos locales, Christy y su madre se desplazan a Boston a ver a un pediatra conocido en todo el país.
Eugenio Derbez encarna al pediatra que certificará la enfermedad de Anna... y su curación inexplicable.
Pero tras muchos meses más de tratamiento, su enfermedad continúa siendo grave. Durante este terrible desafío, la fe de Christy en Dios se ve seriamente sacudida, porque en apariencia sus fervientes oraciones han quedado sin respuesta. De hecho, ella transmite explícitamente al pastor de su comunidad el confuso rompecabezas al que antes hacía referencia: ¿cómo un Dios que nos ama puede permitir que sufra esta niña inocente y temerosa de Dios?
Cuando parece que las cosas no pueden empeorar, Annabelle sufre un raro accidente, al caerse de cabeza por el interior de un tronco hueco.
Horas de angustia, con la niña atrapada en el interior de un gran árbol hueco.
Cuando vuelve en sí después de estar inconsciente varias horas, está inexplicablemente curada. Incapaz de explicar esa mejora repentina, el especialista de Boston declara que la niña ha tenido una "remisión completa": es la forma médica, dice, de explicar lo que no puede explicarse. La misma Annabelle, sin embargo, habla de una experiencia extracorpórea, un viaje al cielo, donde Dios le habría asegurado que se curaría.
Me gustaría sencillamente explorar algunos aspectos del problema del sufrimiento -teodicea, para llamarlo por su nombre- que ilumina esta película.
, que los milagros son raros. Como sugiere la misma etimología de la palabra (mirari es sorprenderse), los milagros no suceden todos los días, porque si fuese así no nos maravillaríamos ni sorprenderíamos con ellos. De hecho, la compañera de hospital de Annabelle, una niña pequeña que padece cáncer y a quien su padre ama con locura, no recibe un milagro. Así que no debemos esperar que Dios intervenga cada vez que alguien experimente el dolor o la tragedia.
, que a Dios normalmente le gusta actuar a través de las causas segundas. Por ofrecer un ejemplo de la película, el especialista de Boston, el doctor Nurko, es retratado como un hombre no sólo médicamente competente, sino también profundamente compasivo. El bien incomparable que hace a docenas de niños debe interpretarse como una expresión del amor vigilante de Dios, como un vehículo por medio del cual actúa Dios. ¿Y por qué Dios no actúa directamente? Santo Tomás de Aquino respondía que a la Causa Suprema le gusta involucrarnos en su causalidad, dándonos, por así decirlo, la alegria y el privilegio de compartir su obra.
Una lección es que los creyentes en el Dios de la Biblia no deben esperar verse libres de dolor; justo lo contrario. Realmente causa cierta perplejidad que muchos lectores de la Biblia parezcan pensar que el amor de Dios es incompatible con el sufrimiento, siendo así que todas las principales figuras de las Escrituras (Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Pedro, Santiago y Juan) pasan por periodos de enorme sufrimiento. Y esta perplejidad no puede sino ahondarse al recordar que la persona central en la Biblia se la suele representar clavada en la cruz y en sus últimos estertores. Lo que queda claro a lo largo de Los milagros del cielo es que la agonía de la familia Beam no carece de sentido, sino que es más bien una participación en la agonía salvífica de Cristo.
Una y última perspectiva es que el sufrimiento puede sublimarse para convertirse en amor. A lo largo de la película vemos que la gente tiene detalles de amabilidad hacia Annabelle y su familia precisamente porque el sufrimiento de la niña ha despertado en ellos la compasión.
En una palabra, el dolor de la niña tiene un efecto salvífico sobre quienes la rodean; utilizando el lenguaje de la Biblia, ella sufría en lugar de ellos (Col 1, 24). Como señalaba Charles Williams [1886-1945, escritor de la tertulia de los Inklings, que compartió con J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis o, más ocasionalmente, Roy Campbell] la coinherencia -ser con y para los demás- es la dinámica principal de la vida cristiana. Nuestros triunfos y alegrías nunca son totalmente de nuestra propiedad: son para los demás. Y lo mismo vale para las tragedias.
¿"Resuelve" esta película el problema del sufrimiento de los inocentes? Obviamente, no. Pero ¿ilumina de forma creativa algunos de sus elementos claves? Indudablemente.
Traducción de Carmelo López-Arias.