La propuesta de Esteban Duque, párroco de Honrubia, consiste en morir al “hombre viejo” para vivir en un nivel nuevo, experimentar en el diario vivir, y de modo especial en el sufrimiento, la presencia de un amor análogo al que se advierte en la sonrisa de un rostro amado.
Después de investigar sobre la concupiscencia en el Magisterio de Juan Pablo II, de publicar varios libros con temas tan universales como la felicidad y la muerte, el amor, la Fe y la conciencia, de atreverse incluso con un manual de Moral Especial editado por la Universidad de Navarra, el teólogo aborda ahora la cuestión de la santidad.
-No lo es. Nuestro tiempo suele ocuparse de pretensiones y ambiciones personales, se aferra a la búsqueda permanente de gratificaciones inmediatas, en una suerte de narcisismo que aleja al hombre de la adoración, olvidándose del bien definitivo de la vida humana que es la unión con Dios. Quizá lo que nuestro tiempo no sabe es la imposibilidad de separar al hombre y la sociedad de Dios, de concebir la vida al margen de un fundamento religioso.
»El mal de nuestro tiempo es la fragmentación, el haber compartimentado y separado todos los órdenes de la vida (lo espiritual de lo temporal, la ética de la política…), incluido el ámbito religioso, que en lugar de vivificar lo humano y cultural se desgaja de él para formar parte del dominio puramente subjetivo, del sentimiento y de la preferencia personal.
-Algo muy sencillo. Decía Bernanos que lo que el otro espera de nosotros es Dios quien lo espera. Sin duda, lo que el otro espera es el amor. Ahí está el “camino inédito” para la convivencia humana que hay que recorrer. Santo es Dios, pero también el hombre en la medida en que se hace permeable a Él.
»Si mi vida no está referida a Dios y a los demás, será difícil percibir alguna responsabilidad en mis acciones y no aparecerá la santidad como una necesidad sino incluso como un obstáculo a mi propia realización personal.
»Vivir para uno mismo tiene como resultado patente el fracaso, una vida malograda, a pesar del éxito y las metas que hayas podido alcanzar con tu esfuerzo y pertinaz voluntad. René Girard sostiene que “no produciremos nada si no nos convertimos en santos”. Sólo hay una alternativa: o la santidad o el vacío y la infelicidad.
-He intentado mostrar que a la luz de la Revelación existe una llamada universal hacia la perfección como único modo de vida posible y fin absoluto en la vida del hombre. Sin embargo, la revelación cristiana ha sido durante mucho tiempo comprometida, sugiriendo por parte de muchos un llamamiento universal a la santidad pero sin exigencia o con una exigencia relativa, lejos de su esencial obligatoriedad y realización en los diversos “estados de vida”.
»Esto creaba una historia paradójica de reconocimiento y oscurecimiento, de inquietante olvido, llegando incluso a la existencia de una mentalidad negadora de la universalidad del llamamiento a la santidad. La intervención del Concilio Vaticano II, enfatizando la vocación universal a la santidad, sería necesaria para mostrar que la llamada a la santidad no es un privilegio de unos pocos, ni una mera exhortación moral, sino exigencia intrínseca de todo bautizado, de la vida cristiana y del misterio de la Iglesia.
-Cualquier bautizado. Es verdad que dedicar veinte páginas a la santidad sacerdotal podría resultar significativo con el fin de motivar a su lectura a cualquier sacerdote, pero la llamada a la santidad es para todos. Por desgracia, las convicciones cristianas se ponen demasiadas veces, en el mismo seno de la Iglesia, al servicio del sistema ideológico, político, moral y económico dominantes, alejándose así de la fe y evidenciando un ateísmo implícito como presupuesto de explicación de la sociedad y del hombre. La aceptación de la ideología secular es extraña a la santidad.
-No, no lo vi necesario. Si pensamos que la unión con Cristo es el criterio de la santidad, que el Santo por excelencia es Jesús, y que una de nuestra raza, la santísima Virgen María, nos recuerda con su vida que la santidad consiste en hacer la voluntad de Dios, sabemos ya qué hizo cualquier santo para serlo.
»Pero el libro recoge el ejemplo de san Francisco de Sales y san Josemaría Escrivá de Balaguer, de san Juan Pablo II y de la beata Teresa de Calcuta, de Teresa de Lisieux y de Teresa-Benedicta de la Cruz.
»También se constata el deseo de felicidad que hay en el interior del hombre, esa libido coeli que dificulta un mero contento terreno, así como la interpretación del sufrimiento como lugar de santificación, con el testimonio de Viktor Frankl o la visión de Dostoievski.
-Como dice el prólogo realizado por Mons. Andrés Carrascosa Coso, hermano en el presbiterio de origen de Cuenca y Nuncio Apostólico de Panamá, “estas páginas abrirán horizontes nuevos en el cotidiano y rutinario vivir de muchos cristianos, recordándoles que hemos sido santificados por Cristo en el bautismo, por el que le pertenecemos a Él, y que de ello deriva la exigencia de ser santos, de vivir como lo que realmente somos”. Es motivo suficiente: profundizar en nuestra pertenencia a Cristo desde nuestro bautismo y la exigencia de la santidad.
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