Tendemos a pensar que la Navidad se ha celebrado desde siempre como la celebramos hoy en día, aunque lo cierto es que las cosas han evolucionado (mucho) y cambiado (bastante).

Por ejemplo, lo de que se coman uvas con las campanadas es una tradición que no tiene mucho más de un siglo y algo similar sucede con las cartas a los Reyes Magos. En realidad, los Reyes Magos no empezaron a traer regalos a los niños hasta mediados del XIX.

Algo similar sucede si se amplía el foco: la Navidad fue hasta el siglo XIX una fiesta especialmente celebrada en los países católicos y no tanto en los protestantes.

Oliver Cromwell llegó, de hecho, a prohibirla en la entonces Inglaterra en el siglo XVII.

Y si los países anglosajones celebran la Navidad con el entusiasmo con la que la celebran ahora mucho le deben al siglo XIX, cuando los grandes almacenes por un lado y los escritores por el otro recuperaron y reinventaron el espíritu navideño. Charles Dickens publicó a mediados del siglo su Cuento de Navidad, que tuvo muchísimo éxito y fue una especie de espaldarazo al boom navideño.

Por ello, no se puede pensar que quienes vivían 200 años atrás celebraban la Navidad como se celebra ahora y que seguían los mismos rituales que se siguen hoy en día. Jane Austen no ponía un árbol de Navidad decorado en su casa, porque en realidad prácticamente nadie lo ponía entonces en Inglaterra ni casi en Europa.

El árbol de Navidad era una tradición alemana, que se popularizó durante el siglo XIX gracias al príncipe Alberto, el marido de la Reina Victoria. Él puso un árbol en palacio, el árbol fue ilustración para los periódicos y la idea se fue contagiando.

A España llegó en 1870, cuando Sofía Troubetzkoy, una princesa rusa casada con un político de la Restauración, puso en su casa de Madrid el primer árbol de Navidad del que se tiene constancia.

[Más sobre el árbol de Navidad en Rusia, que los soviéticos prohibieron durante años en la URSS, aquí]
 
Así pues, si no tenía árbol de Navidad y por supuesto tampoco un belén (una tradición del católico sur de Europa), ¿cómo celebraba Jane Austen la Navidad?

Dado que Jane Austen es una de esas escritoras muy populares que sirven de excusa para que podamos encontrar ensayos sobre prácticamente cualquier cosa (lo cual es bastante maravilloso), no hay que quedarse con la duda.

Existen libros que nos lo explican, como es el caso de A Jane Austen Christmas, de Maria Grace, que es el que hemos empleado como guía para encontrar cómo celebrar la Navidad como Jane Austen.

Lo primero es que hay que cambiar un poco el chip: la Navidad no es una fiesta familiar en la que los niños son los reyes del momento. De hecho, los niños se quedaban un poco de lado en las celebraciones de Navidad durante la época de Regencia (el período de finales del XVIII y principios del XIX en Reino Unido en el que vivió Austen). La Navidad era una fiesta para adultos y los adultos viajaban a casa de otros adultos para participar en fiestas. Si tenían niños, los dejaban en casa. Tampoco era una fiesta realmente religiosa: era una fiesta para pasarlo bien.

¿Qué clases de fiestas celebraban durante el período navideño? Las fiestas cubrían todo el mes de diciembre y se adentraban hasta el día de Reyes, que en inglés es conocido como Twelfth Night.

Las celebraciones empezaban el día 6 de diciembre, día de San Nicolás, cuando se podían intercambiar regalos y cuando arrancaban las ‘house parties’, esas fiestas en casas de personas que invitaban a sus amigos, continuaba con los días siguientes, como Año Nuevo, y finalizaba en Reyes.

Las fiestas consistían en reuniones de amigos (repetimos: sin niños) en las que se cenaba, se bailaba, se jugaba a las cartas y se jugaba a juegos de salón. También se hacían representaciones de teatro de aficionados, que tenían un toque risqué, como sabemos todos los que hemos leído Mansfield Park (o hemos intentando hacerlo antes de darnos cuenta de que la protagonista nos caía demasiado mal), y que por eso resultaban tan atractivas.

Un clásico de la Navidad eran, de hecho, las pantomimas, que se representaban y a las que se podían (aquí sí) llevar niños. Las pantomimas jugaban con dobles sentidos y con sobreentendidos, lo que hacía que funcionasen a varios niveles y que los niños no pillasen algunas cosas que sí pillaban (y encantaban) a los adultos.
 
Una de las cosas que hacían en Navidad (y aunque sin árbol) era decorar la casa. Aunque pueda parecer muy moderno y cueste imaginar a los ingleses de hace 200 años entregándose a ello, un habitual era el muérdago, situado colgado por la casa para robar besos a los incautos encontrados debajo.

Bueno… Algo así. El día por excelencia para intercambiar regalos en la época era el día de Reyes. Era uno de los días grandes de las fiestas de Navidad y uno en el que se entregaban a las fiestas. Había bailes, fiestas e incluso bailes de máscaras. E, incluso, tenían una especie de rosca de Reyes (y mazapán que se dejaba en ponche y que se comía un tanto alcoholizado).

Uno de los tipos de fiestas que se hacían era el de hacer como una especie de obra de teatro: cada asistente a la fiesta sacaba un papel en el que se le decía que personaje sería y tenía que vestirse acorde.

Otra de las tradiciones consistía en que cada una de las damas presentes sacara de un sombrero el nombre de uno de los caballeros, que tenía que ser su acompañante durante el día.
 
¿Por qué acabaron con tamaña diversión? El día de Reyes era también un día de desmadre, en el que las normas sociales se relajaban bastante. Tanto que en 1870 la reina Victoria (que ya sabemos que no era el alma de la fiesta) decidió prohibir por ley que se celebrase esa jornada, porque temía que las fiestas se habían salido de madre.

(Publicado originariamente en Librópatas.com)