Un thriller que se lee sin pestañear, pero que deja momentos muy poderosos de reflexión sobre cuestiones trascendentes. Sobre ellas hablamos con Michael D. O’Brien, pintor y escritor canadiense autor de una excelente saga de novelas a las que pertenece El Padre Elías en Jerusalén: "Los Hijos de los Últimos Días".
-Reducir el Anticristo a una ideología o a sistemas políticos es una simplificación que nos hace más vulnerables al engaño. Sí, por supuesto: las diversas manifestaciones del mal en nuestra hora presente son el espíritu del Anticristo, que ha estado entre nosotros desde el principio. El apóstol San Juan escribe: “Han llegado muchos anticristos” (I Juan 2, 18); y “¿Quién es el mentiroso sino quien niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, quien niega al Padre y al Hijo” (I Jn 2, 22-23). Sin embargo, la Escritura es muy clara en que, en algún momento de la historia, cuando el Anticristo definitivo se levante y tome el control del mundo, será una persona real, “el Hombre de pecado, el hijo de la Perdición”.
-Muchas de las fuerzas principales que actúan hoy en el mundo jugarán probablemente un papel crucial en su acceso al poder. Lo harán desestabilizando aún más la civilización, creando las condiciones externas y el cosmos psicológico interno que hará a los hombres receptivos al nuevo “mesías”. Combinará de múltiples maneras una erosión sutil y un ataque pleno y frontal, seduciendo a la humanidad con mentiras y adulaciones y una propaganda incesante, y mediante una revolución social implacable que desmantelará los fundamentos morales de Occidente.
-Sin duda el islam militante jugará un papel en esto, como quizá también la geopolítica de China y Rusia. Pero yo querría insistir en que es la apostasía de ese Occidente que en tiempos fue cristiano lo que ha abierto las puertas a estos males radicales.
-Ni el pesimismo ni un optimismo frívolo son visiones cristianas de la historia. La auténtica esperanza está en el máximo realismo. Pero esta especie de realismo exige valentía, si queremos ver las cosas tal como son.
-En mis novelas, incluso cuando los personajes de ficción atraviesan experiencias oscuras, siempre sugiero la presencia de Cristo, y que la divina providencia está con nosotros cuando llevamos nuestras cruces y, en ocasiones, somos crucificados en ellas. Siempre apunto la futura victoria de Cristo sobre todos los “principados y poderes” del mal en este mundo, por encumbrados que sean. Esto es coherente con la dimensión profética de las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia.
-Nunca deberíamos hacer una falsa distinción entre la llamada a la evangelización y la llamada a permanecer alerta contemplando los elementos apocalípticos en nuestros días. Hacerlo así sería decir que la Iglesia debe ser como un hombre con un único ojo. En realidad, la Iglesia viva se parece más a un hombre con los dos ojos, lo que le permite una percepción en profundidad. E incluso esta metáfora es limitada, porque la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo ha sido generosamente bendecida por una multitud de dones que nos permiten una visión auténtica.
-Leí la novela apocalíptica de Benson hace más de cuarenta años. No recuerdo mucho ahora, pero presentaba un retrato de la ceguera y de la enfermedad espiritual de la humanidad que, esencialmente, se parecen a mi novela. Por supuesto, en los detalles es totalmente distinta, pues la trama de su historia estaba condicionada por el mundo tal como era hace más de un siglo.
-A primera vista, vería como puntos comunes una preocupación por las sociedades humanas en crisis, por la pérdida de las libertades humanas fundamentales, por los horrores que provienen del totalitarismo y del neo-totalitarismo. Sin embargo, las distopías cristianas no se quedan cortas analizando sólo la dinámica de la degeneración de la civilización.
-La visión cristiana entiende que los esfuerzos del hombre por salvarse a sí mismo mediante revoluciones ideológicas de todo tipo (sociales, culturales, políticas) fracasarán. No hace falta decir que todos los “hombres de buena voluntad” comparten un deseo de libertad y de dignidad humana, tanto el ateo y el agnóstico como el creyente. Sin embargo, en el caso del hombre sin Dios, sus herramientas para construir y mantener una sociedad verdaderamente humana son muy inadecuadas.
-Puede triunfar parcialmente, o durante un tiempo, pero en última instancia fracasará, porque ha eliminado la gracia de su mundo personal, y en su increencia ha reducido el sentido de la persona humana a una idea trágicamente disminuida.
-Por su auténtica naturaleza, la forma política “intrínsecamente perversa” del mesianismo secular degenerará en un totalitarismo suave y disimulado (en el mejor de los casos) o en un totalitarismo agresivo y antihumano. Y lo hará en nombre del humanismo. Por el contrario, el cristianismo propone un orden social basado en principios absolutos que preservan el valor eterno del hombre y su dignidad en este mundo…si vivimos de acuerdo con estos principios.
-Una distopía cristiana dramatiza lo que puede ocurrir cuando estos principios absolutos son erosionados o atacados abiertamente. Al mismo tiempo sugiere cuál es el camino de una auténtica restauración.
-De mis doce novelas publicadas, sólo cuatro son abiertamente distópicas o apocalípticas. El personaje del padre Elías es el más importante de aquellos de mis libros que podrían denominarse de “ficción que avisa”. Esto es, porque encarna en forma ficticia la naturaleza de la misión de la Iglesia, que es evangélica y profética, y presta testimonio de la Verdad en su enseñanza y su fidelidad pastoral, y en su disposición a aceptar el martirio. Como la Iglesia, el padre Elías sabe que será un “signo de contradicción”, un signo que será rechazado.
-Supongo que me parezco mucho a él en temperamento, aunque no en mi particular vocación y misión. Soy un hombre casado, padre de seis hijos, abuelo de diez nietos, artista y escritor. Sin embargo, tengo la esperanza de que en la vocación específica de mi trabajo creativo esté presente la dimensión del testimonio.
Publicado originalmente en Aleteia.