"Girard era un hombre libre y un humanista cuya obra marcará la historia del pensamiento", declaró el presidente francés, François Hollande, no especialmente cercano al pensar de Girard.
Cuando Girard fue designado miembro de la Academia Francesa, el filósofo e historiador Michael Serres, otro francés en Stanford, lo consideró "el nuevo Darwin de las ciencias humanas", frase que Stanford ha recordado y repiten hoy sus obituarios.
Girard, como Darwin, Marx o Freud fue elaborando durante 50 años una teoría que lo quiere explicar prácticamente todo en las ciencias sociales, sea la historia, la psicología, la literatura, la antropología o la religión.
Los que leen a Girard y piensan "esto encaja" empiezan a aplicarlo a casi cualquier cosa. Más aún, igual que sin leer casi a Marx muchos podían ser marxistas, sin leer casi a Girard muchos pueden aplicar sus ideas para entenderlo todo en la historia o en su vida personal.
En adviento de 2014, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en los ejercicios de adviento para la Curia vaticana dedicó toda una sesión a presentar el pensamiento de René Girard sobre Cristo, la Cruz y la Salvación. (Léalo aquí)
Girard, que se alejó de la fe católica de su infancia muy pronto, la recuperó, transformada y madura, cuando tenía unos 35 años, a medida que sus investigaciones literarias le acercaban a la Biblia y la figura del inocente que sufre pero es destruido para unificar a una masa violenta que busca un chivo expiatorio.
Para escándalo de la intelectualidad mundial, y más aún de la francesa, el papel de la Biblia y la figura de Cristo son centrales en la teoría omniexplicativa de Girard... y lo más asombroso es que funciona para el lector sin necesidad de que sea cristiano. Cristo y su sacrificio se hacen imprescindibles para entenderlo todo en Occidente e incluso más allá, y eso molesta a mucho pensador que considera que nadie posterior a Descartes debería mencionar siquiera a Cristo.
Para entender el pensamiento de Girard y su seducción, que probablemente va a perdurar muchos siglos y va a impregnar cada vez más el pensamiento y la religión cristiana, pero también a otros muchos pensadores, hay que analizar sus distintos pasos. Nosotros lo hacemos ayudándonos con la explicación del teólogo girardiano Scott Caudell en Abc.net.au.
En los años 50, Girard estudió a Shakespeare y Cervantes y la gran literatura del siglo XVI. Estableció la base de su pensamiento al descubrir la "mímesis": Don Quijote no sólo quiere imitar al caballero de novelas Amadís de Gaula, sino que quiere poseerlo, tener lo que Amadís tiene.
La mímesis es el "deseo del otro al que emulamos". Imitarlo con fuerte deseo y desear tener lo suyo... sus aventuras, su honor, o sus coches y mansiones.
Este mecanismo va más allá de la novela del s.XVI. Toda la gran novela del s.XIX, descubrió, la asumía: Flaubert, Stendhal, Proust y Dostoyevski, por ejemplo.
La persona que es llevada por su deseo mimético se encuentra con rivales, otros -a menudo cercanos a nosotros, o parecidos a nosotros- que también quieren poseer lo amado. Y los rivales molestan y serán odiados.
Pueden ser rivales complicados psicológicamente: una coqueta narcisista se desea a sí misma, pero eso mismo la hace seductora para un hombre, pero ella a la vez desea ser deseada por el hombre y odia a ese hombre porque es "competidor". Además, siguiendo a Freud, cualquier padre puede ser un rival: queremos lo que nuestro padre tiene, y él nos impide tenerlo.
El deseo mimético nos lleva a la violencia contra los rivales, para compensar la frustración por lo que no conseguimos ser o tener.
Estudiando en los años 60 los antiguos mitos (empezó con Eurípides y las Bacantes), Girard llegaría a publicar su obra más conocida en 1973, La violencia y lo sagrado, que desarrolla el tema del chivo expiatorio.
Las sociedades tradicionales, para reducir la violencia que causa el deseo mimético, busca unir a los miembros contra un enemigo común, un chivo expiatorio, que es realmente abyecto, culpable y en grado gravísimo.
Juan 11, 50: "Caifás, que era sumo sacerdote ese año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, no tenéis en cuenta que os es más conveniente que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca"
La muchedumbre linchará o ejecutará ritualmente a su víctima para recuperar la paz por un tiempo y aliviar tensiones. Así, Edipo es asesinado, pero dejando claro -para justificarnos- que era muy culpable de gravísimos delitos: incesto y de parricidio.
Las sociedades refuerzan el mecanismo del chivo expiatorio y su eficacia mediante la religión. Pero Girard especifica que es "lo sagrado falso", es una idolatría. Funciona bastante bien para aplazar la violencia, pero es falsa.
Esta "sacralidad falsa" (aunque la gente la vive con sinceridad) cuenta con:
- prohibiciones y tabús: para reducir los daños del deseo mimético y la rivalidad
- ritos: que sustituyen simbólicamente a la víctima linchada o sacrificada (sacrificar animales, cultos que lo simbolizan, muchos rituales de iniciación que simulan sacrificios...)
- mitos: todas las leyendas y narraciones de dioses que vuelven a los cielos o retornan a su casa bajo las aguas... en realidad se refieren a víctimas linchadas o sacrificadas como chivos expiatorios pero que la sociedad "deifica" como compensación y para ocultar su violencia social; la mujer de César, en Shakespeare, dice cuando es asesinado: "la gran Roma chupará su sangre vivificante". La misma Roma que lo mata lo hace divino.
Los 10 mandamientos saben que el deseo mimético es dañino y avisan: "No codicies los bienes ajenos". Además, la Biblia denuncia el mecanismo del chivo expiatorio.
Hay una versión egipcia, pagana, de la historia de José y sus hermanos. La versión egipcia culpa al protagonista: se merece pasar todas sus desventuras. Pero la versión bíblica deja claro que José, la víctima, es inocente. Es la envidia mimética de sus hermanos la culpable, pero al menos ellos se niegan a reincidir y quitar a su padre otro hijo inocente, quieren proteger a Benjamín.
La Biblia una y otra vez señala con indignación el mecanismo del chivo expiatorio, tan natural en los hombres, fomentado por el poder político y religioso de las sociedades porque es útil. Dos tercios de los Salmos son quejas de la víctima inocente. Job es inocente e insiste en serlo aunque su esposa y sus amigos le presionen: "reconócete culpable, algo habrás hecho". El siervo sufriente del que habla Isaías expresa la misma idea.
El Evangelio y Cristo lo consolidan. "Conviene que muera un hombre por todo el pueblo", dice Caifás, un líder político-religioso sentenciando a Jesús. Aunque Jesús es inocente sale a cuenta matarlo, reducirá la violencia social del deseo mimético, al menos por una temporada más. La muchedumbre quiere su sangre y eso permite mantener lo "falso sagrado": el Imperio, el Templo...
Girard entiende que el Dios bíblico, el Dios cristiano, quiere enseñar que el deseo mimético y su gestión mediante ejecución de inocentes son cosas malas, y queda claro cuando los hombres llegan a matar al Gran Inocente que además es Dios mismo. Es así, muriendo y resucitando, pero no un culpable -como en lo sagrado falso, sino un inocente, que además es de verdad Dios- como Dios quiere liberar a los hombres de esa esclavitud al deseo mimético.
Al difundirse el ejemplo de Cristo y su poderosa historia, los trucos clásicos de chivo expiatorio y sus rituales relacionados pierden mucha eficacia. Los cristianos, que creen en la Resurrección y exigen santidad, lo cambian todo. Buscar chivos expiatorios después de Cristo siempre será insatisfactorio...
En la Edad Media aún se mantienen muchos ejemplos de la vieja "falsa sacralidad": cierta teología de expiación sedienta de sangre, mucho antisemitismo (chivo expiatorio), las cruzadas (ir a expiar contra el otro...), la caza de brujas...
Pero los santos, los Padres del Desierto y los monasterios ofrecen la otra vía para la paz: buscar tener mímesis sólo de Cristo, renunciar al deseo mimético de todo lo demás, vivir en austeridad.
En la Edad Media clases enteras podían verse poco sometidas al deseo mimético: Sancho Panza casi nunca desea ser como su loco señor, y cuando lo intenta enseguida entiende que hizo mal.
Pero con la modernidad, desde el siglo XVI, se consolidan dos entidades que sirven a lo "falso sagrado", piden ser adoradas, sacralizadas y a cambio ofrecen reducir la violencia mimética.
Una es el Estado, bien explicado por el "Leviatán" de Hobbes. Se le da más y más capacidad destructora y militar para sentir que nos da seguridad.
Otra es el Mercado. Ofrece infinitos bienes materiales para satisfacer los deseos miméticos (que a su vez se multiplican, resultan ser insaciables y fomentan un individualismo nunca visto antes... Pero al menos el consumo e individualismo aplazan -algo- la aparición de la violencia masiva).
Por supuesto, "la falsa sacralidad" del Estado y el Mercado requiere chivos expiatorios: el Tercer Mundo pobre, explotado, olvidado, y el medioambiente, maltratado.
El último libro de Girard, "Achever Clausewitz" (Battling to the End, en inglés, Clausewitz en los extremos, en español) reflexiona sobre la guerra en la modernidad, cada vez más brutal, que cada vez deshumaniza más al otro.
El napoleonismo contra el pan-germanismo, del bolchevismo al nazismo, el nazismo contra el stalinismo... Son guerras de exterminio, que ven al otro como no-humano. Y pueden volver.
Las grandes guerras futuras, piensa Girard, no serán de choque de civilizaciones, porque el deseo mimético no es contra el muy ajeno, sino contra el que se parece a nosotros y rivaliza con nosotros. Pero en nuestra época los países y sociedades se parecen más y más unas a otras... cuanto más se parezca China a Occidente, cuanto más temamos que cada chino tenga dos coches y dos casas, más fácil es que llegue la violencia.
Repasando el libro de Apocalipsis, Girard no cree que enseñe que Dios castigará a los hombres, sino que los hombres se destruirán entre ellos si no asumen el modelo de humildad y santidad de Cristo, aquel a quien debemos imitar.
El deseo mimético no es malo si imitamos a Cristo y los santos, y deseamos aquello que llena de verdad: el amor de Dios. Eso, y la voluntad de no doblegarse a los falsos ídolos (el Estado, el mercado, transigir con el sacrificio de inocentes...) da la esperanza al ser humano.
Católico practicante desde los 35 años, siempre reflexionando sobre Cristo y el hombre, René Girard se encuentra ya en la otra vida ante la Fuente de Toda Sabiduría, para entender mejor todo aquello que intentaba vislumbrar.