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Roger Scruton no es católico. Pero podría haberlo sido. “Siempre me ha atraído la Iglesia Católica por su respeto a la tradición, por lo que representa respecto a la continuidad apostólica y por sus intentos de imbuir la vida ordinaria con los sacramentos”, me dijo cuando hablamos hace unos días.
“Todo esto me impresionó mucho cuando, siendo joven, entré en contacto con la Iglesia en el sur de Francia y en Italia. Ya no es lo mismo, lo sé”.
El profesor Scruton tiene 71 años. Su voz y estilo tienen algo de elegíaco, muy adecuado para este tipo de reflexiones. Y sin embargo, sigue escribiendo libros a toda pastilla. Hablamos la vigilia de la publicación de su última obra: Fools, Frauds and Firebrands: Thinkers of the New Left [Locos, fraudes y agitadores: pensadores de la nueva izquierda, ndt].
En su obra de 2005, Gentle Regrets, una serie de sketches autobiográficos, escribe sobre las dos personas “que sobresalen sobre las muchas que iluminaron mi camino hacia Roma, un camino que nunca tomé”.
Una es Mons. Alfred Gilbey, capellán católico en Cambridge cuando Scruton era estudiante universitario. Años después, Mons. Gilbey se trasladó a vivir al Travellers Club de Londres, donde convirtió un trastero en una capilla. “Entrar en ella desde Pall Mall”, escribió Scruton “era como pasar del Londres moderno a una tranquila bodega en la España anterior a la República, en la que un anciano sacerdote se toma un jerez después de bendecir al marqués que yace agonizante en el piso de arriba”.
“Mons. Gilbey ha sido una influencia que ha durado toda la vida para cualquier persona que lo haya conocido”, me dice Scruton. “Era la voz de una antigua forma de catolicismo, recusante y patricio; el catolicismo escondido en la venas de la vida inglesa, con un claro apego a un antiguo estilo de vida campestre”.
La otra persona católica que marcó permanentemente a Scruton fue Basia, una empobrecida estudiante polaca, madre soltera y católica devota, con la que Scruton tuvo una intesa y casta relación cuando él apoyaba activamente a los intelectuales disidentes de Europa del Este antes de la caída del comunismo.
“Basia era lo opuesto de Alfred Gilbey. Era una persona directa y pía con una vida muy entregada. Aún me sigo preguntando: ¿qué pensaría Basia sobre esto? o ¿qué pensaría Albert Gilbey sobre esto? Personas como estas te influyen para siempre”.
La idea de la “persona corporativa” es un pilar fundamental del pensamiento de Scruton [en su "Dictionary of Political Thought", Scruton define la "personalidad corporativa" del siguiente modo: "Moralmente hablando, las "personas corporativas" existen aunque no haya ley que las reconozca. Todas las personas razonables asumen que las escuelas, las iglesias, los clubs y las sociedades tiene relaciones morales con sus miembros y con otras instituciones…", ndt].
“No puedes entender a Alfred o a Basia si no crees en las personas corporativas”, concluye Scruton en Gentle Regrets. “Ambos vivían en comunicación constante y fructífera con la persona a la que llamaban Santa Madre Iglesia, que ellos creían que estaba animada por el Espíritu Santo y a la que amaban con un fervor que sobrepasaba su más ardiente cariño terrenal”.
El papel que tuvieron Mons. Gilbey y Basia como individuos en el despertar de Scruton a la naturaleza del catolicismo lo tuvo también un país entero: Francia. O por lo menos, esa parte de Francia hecha de viñedos e iglesias campestres que él descubrió cuando era un joven lector en la Universidad de Pau.
En I Drink Therefore I Am, Scruton aventura este pensamiento: “Un gran vino es un logro cultural que no está disponible para protestantes, ateos o creyentes en el progreso, porque depende de la supervivencia de los dioses locales. Uno de los más grandes bienes otorgados a Francia por la Iglesia Católica es haber ofrecido asilo a los maltratados dioses de la antigüedad, haberlos vestidos con las vestiduras de los santos y mártires y haberlos saludados con la bebida que ellos nos trajeron desde el cielo. Esta es la razón por la que, en una palabra, los vinos franceses son los mejores”.
No es de extrañar entonces que Scruton diga que Francia es su hogar espiritual. ¿Sigue siendo así?
“Sigo pensando en el sur de Francia tal como era a principios de los años sesenta, antes de que la otra Francia, la Parisina, la Francia revolucionaria levantara su fea cabeza y dejara de gustarme”, dice.
“Pienso en cuando descubrí la campiña francesa, el vino, la lengua y la literatura. Fue, ciertamente, una experiencia espiritual en la que el catolicismo tuvo su parte”.
Con su mezcla de experiencia personal, conocimiento profesional y distancia confesional, Scruton parece la persona adecuada a la que preguntar sobre el papel histórico de la Iglesia Católica en la caída del comunismo. ¿Se ha exagerado o se ha minimizado la contribución de la Iglesia?
“Cuando Juan Pablo II fue elegido yo estaba en Polonia y vi el efecto electrizante que tuvo esta elección. Por fin había otra fuente de autoridad fuera del país que era independiente del Partido Comunista, pero que tenía a pesar de todo un prestigio internacional. Tuvo un gran impacto en la gente común del país. Hubo un resurgimiento de la fe y el martirio del padre Jerzy Popiełuszko fue probablemente el principio del fin del comunismo. Si en un país el Partido Comunista no podía mostrar su cara, entonces en el resto de países empezaba a dirigirse también hacia el ocaso”.
Scruton tiene vínculos tangibles con varias instituciones católicas: es, por ejemplo, un miembro de Blackfriars, Oxford [el nombre de Blackfriars se usa comúnmente para nombrar una casa de los frailes dominicos en Inglaterra y alberga a tres diferentes instituciones, entre los cuales el Blackfriars Hall, una institución para el estudio del catolicismo, ndt].
Forma parte también del grupo asesor académico del Benedictus College, en Londres, en el que los cursos están arraigados deliberadamente en las tradiciones intelectuales clásica y católica. ¿Qué consigue él con estos vínculos?
“Curiosamente, en mi experiencia, las instituciones católicas son las únicas que, en lo que se refiere a la educación superior, están libres de prejuicios. Son las únicas instituciones que ofrecerían abiertamente refugio y apoyo a alguien tan conservador como yo y, además, sin ser dogmáticas sobre ello, o estando de acuerdo conmigo o algo parecido. Hubiera sido imposible para mí tener algún tipo de posición en Oxford sin Blackfriars.”
Actualmente es profesor visitante de filosofía en la Universidad de Oxford, una gran diferencia respecto a 1985, cuando su carrera académica estaba por los suelos tras la acogida que tuvo Thinkers of the New Left, del que su nuevo libro es una versión revisada.
Pero a pesar de todo esto, Scruton nunca siguió lo que él llama el “luminoso signo de salida” ofrecido por Roma a Newman y a los otros. Se casó por primera vez con una francesa católica, matrimonio que él llegó a considerar como "robado" a la Iglesia.
Cuando se volvió a casar con el deseo de que el voto fuera inquebrantable, fue formalizado por la Iglesia Anglicana: “… mi religión tribal, la religión de los ingleses que no creen una sola palabra de lo que ella dice”, como dijo una vez medio en broma.
La Iglesia de Inglaterra ha inspirado siempre algunas de las agudezas más perspicaces y de los aforismos más ingeniosos de Scruton. Pensemos en éste: “El inglés bíblico pasa por los labios de gente que cree que los pensamientos santos necesitan palabras santas, palabras de alguna manera distantes de los asuntos mundanos, como gemas robadas de un joyero y después devueltas rapidamente a la oscuridad”.
O éste: “Dios, tal como es representado en los oficios tradicionales de la Iglesia Anglicana, es un inglés que se siente incómodo en presencia del entusiasmo, que es reacio al alboroto, pero que está atrapado en la obligación de hablar públicamente”.
Me ha dicho: “Hay dos razones que frenan mi deseo de unirme a la Iglesia Católica. Una, es que requiere un salto de fe mayor del que yo he podido conseguir. Y la otra es que a causa de mi divorcio, no sería posible para mí casarme en segundas nupcias en la Iglesia Católica".
“Pero la Iglesia de Inglaterra puede bendecirme por mi segundo matrimonio. Fui educado como un anglicano y siempre me ha gustado la idea del tipo de compromisos sobre los que la Iglesia Anglicana se ha desarrollado”.
Y ahí está el problema. Si bien Francia, con sus viñedos y sus paisajes salpicados de iglesias es su hogar espiritual, sus pies y corazón están firmemente plantados en los pantanos de Wiltshire. Aquí es donde tiene su granja y su familia.
Su hogar incluye piedras sacadas de la Abadía de Malmesbury en la época de la Supresión [la Supresión de los monasterios fue el proceso formal que tuvo lugar entre 1536 y 1540, cuando el rey Enrique VIII de Inglaterra confiscó la propiedad de las instituciones de la Iglesia Católica en Inglaterra y, como nueva cabeza de la Iglesia de Inglaterra, pasó a tener control sobre ellas, ndt].
Toca el órgano -“uno manual, tres registros, sin pedales”- en la iglesia anglicana local de Todos los Santos. La ha dado a este lugar un nombre, a la vez irónico y desafiante: Scrutopia.
(Traducción del inglés de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)