Ciertamente no tenía necesidad de interpretar a Don Camilo para ser famoso, porque Fernandel famoso ya lo era. Es más, era famosísimo. Una encuesta de la época lo proclamaba el actor francés más célebre del mundo.

Cuando murió, por un enfermedad grave, en 1971, había rodado muchísimas películas con los directores más célebres, participaba como invitado en las transmisiones televisivas más de moda, tenía amistad con monstruos sagrados como Charles Chaplin y Jean Gabin, tuvo un cameo en la película ganadora de varios Oscar La vuelta el mundo en ochenta días (1956) con David Niven y Shirley McLaine (en los cameos de esta película hay actores del calibre de Marlene Dietrich, por nombrar sólo uno).


Fernandel, junto a David Niven y Cantinflas en La vuelta al mundo el ochenta días.

Fernand-Joseph-Desiré Contandin, nacido en Marsella en 1903, dado el ambiente que frecuentaba por trabajo, habría podido contagiarse: mujeres, caballos, champán, divorcios, amantes, fiestas y excesos de todo tipo. Tenía dinero y fama, algo que siempre ha sido miel para las moscas. Provenía también de una familia de artistas, pues prácticamente había nacido en un escenario: su padre cantaba en salones de baile, su madre era actriz de teatro. Empezó a actuar cuando era niño y con poco más de veinte años ya estaba en el Folies Bergères actuando con las bailarinas más hermosas del mundo (de allí surgieron, en los años sesenta, las gemelas Kessler).


Sin embargo, este hombre fue siempre fiel a una única mujer, a la que conoció cuando tenía diecinueve años y con la que se casó en cuanto tuvo el dinero suficiente para hacerlo. Es más, cuando podía ella iba con él a rodar una película, incluso cruzando el océano.


Con Henriette Manse, su esposa, con quien se casó en 1925 a los 22 años, tras tres de noviazgo.

Una de sus dos hijas había heredado su aptitud para el escenario, pero él se negó. Sus hijas tenías que estudiar y quitarse de la cabeza toda veleidad cinematográfica. Era consciente que para las buenas chicas era mejor estar lejos de ese ambiente. Cuando llegaron a la mayoría de edad tampoco las dejó maquillarse, ni ponerse minifalda, ni llegar tarde a casa: papá Fernandel no transigía.


Fernandel tuvo tres hijos, dos chicas, Josette y Janine, y un chico, Franck.

Su nombre artístico se lo puso su suegra, cuando su hija se lo presentó: «Et voilà le Fernand d’elle!». Y él -marcando también una excepción en esto- quiso siempre más a su suegra que a su madre.


Y al final llegó Don Camilo, que nunca podrá tener otra cara más que la suya, del mismo modo que 007 seguirá siendo siempre Sean Connery. ¡Y pensar que Guareschi no lo quería porque tenía en su mente una cara muy distinta! Pero tampoco Fernandel quería: cuando leyó el guión y vio que el crucifijo tenía un papel en la comedia le pareció una falta de respeto.

La historia del Don Camilo cinematográfico es, por otra parte, una historia de rechazos. Los principales directores de cine italianos (Blasetti, De Sica, Camerini, Zampa) declinaron para no faltar al respeto al Partido Comunista Italiano que, con previsión, había ya puesto las manos sobre la que el Duce juzgaba «el arma más poderosa». Así, el productor Rizzoli tuvo que dirigirse al francés Julien Duvivier, que quiso a toda costa la participación de Fernandel. Al final Guareschi se convenció e incluso tranquilizó al también católico Fernandel.


El éxito planetario de Don Camilo fue increíble y aún hoy no hay canal de televisión que con ocasión de las festividades religiosas no compita para tenerlo en el horario de máxima audiencia.


No sólo fue sacerdote en la serie de Don Camilo. En 1951 interpretó a un monje en el papel protagonista de L´auberge rouge [El albergue rojo], una comedia en la que debe guardar el secreto de confesión de 103 crímenes.

Recuerdo la impresión que me causó ver en internet la foto de un cine tailandés con la gente haciendo fila para asistir a la película. ¿Qué podían entender los tailandeses -pensé- de las disputas padanas [valle del Po] entre un sacerdote católico y un alcalde comunista?


Don Camilo y Peppone, el párroco y el alcalde comunista: dos temperamentos muy similares que forjan, bajo la apariencia de un enfrentamiento continuo, una amistad inquebrantable.


Es hecho es que Don Camilo es un icono universal, como Pinocho, como Don Quijote. Guareschi creó un personaje inmortal: el sueño de todo escritor. El Papa Pío XII quiso conocer a Fernandel, «el sacerdote más famoso del mundo» después de él (como parece ser que dijo) y lo recibió en audiencia privada. Confuso por tanto honor, Fernandel en principio no lo creyó y llegó a pedir a los dos gentilhombres que habían venido a invitarle al Vaticano que fueran a tomarle el pelo a otra persona.

Un joven matrimonio de Marsella le escribió pidiéndole que bautizara a su primogénito. En el sobre habían escrito únicamente «Don Camillo, Italie». El correo marsellés se la entregó en su casa en las afueras de la ciudad. Tras leer su contenido, Fernandel no quiso desilusionar a la joven pareja explicando que Don Camilo era sólo un personaje literario, por lo que pagó de su bolsillo una misa cantada con flores y adornos para la criatura, encargando a un párroco marsellés que la celebrase y pidiéndole que mantuviera el anonimato.

Fernandel era así: desde siempre, cuando se le pedía que se dejara fotografiar por beneficencia, no dudaba en ir también a los hospitales. Gratis. Y también en Navidad. Esta última nota puede parecer extraña, porque es precisamente en Navidad cuando se concentran las iniciativas benéficas. El hecho es que Fernandel no soportaba no pasar las fiestas navideñas con su familia y pretendía una cláusula a este respecto en sus contratos. Pero como buen cristiano, por la caridad derogaba con placer. Don Camilo no habría podido tener un intérprete mejor.

Publicado en
La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.