Hablar de todo sin tener ni idea de casi nada, y ridiculizando con eficacia la posición contraria, sobre todo si la posición contraria es la cristiana: siguiendo ese patrón logran su minuto de gloria mucho showman y mucho tertuliano. Todos tienen un modelo que seguir: Voltaire, como muestra Francesco Agnoli en el número de febrero de Il Timone:
Voltaire, el sabiondo maestro de los periodistas charlatanes
¿Tenéis presente a esos periodistas que en pocas páginas lo explican todo, aprovechando que tienen una pluma brillante y fluorescente capaz de ocultar el vacío de ideas y contenido? ¿Esos que escriben sobre teología, historia, ciencia aun teniendo pocos e inadecuados estudios? ¿Tenéis presente a esos sabiondos que se indignan en una sola dirección y que en nombre de la diosa tolerancia despellejan vivos con un único eslogan, y sin argumentaciones de ningún tipo, a sus adversarios? ¿Esos que invocan la libertad de pensamiento y expresión y, después, se inventan términos despreciativos de todo tipo con los que etiquetar a los demás? Pues bien, todos ellos tienen un protector, un maestro indiscutible: François-Marie Arouet Voltaire (1694-1778).
Historiador de mala muerte
Indro Montanelli e Roberto Gervaso, al trazar con admiración su retrato en el tercer volumen de su Historia de Italia, recuerdan sus orígenes pudientes (era hijo de un notario y de una aristócrata) y su ilimitada ambición, que lo convirtieron en el rey del libelo polémico, el panfleto del siglo XVI, que utilizaba para destruir a una persona, una idea, un pueblo (el judío ante todo) o una institución (la Iglesia católica).
Federico el Grande y su protegido Voltaire en torno a 1740, en un cuadro de Georg Schöbel (1860-1930).
Capaz de competir "en argucia, en falta de escrúpulos y en malignidad" con su protector Federico de Prusia (Voltaire buscó el apoyo de los poderosos, para parecer un don Quijote sin serlo), abordó todos los temas con vis polémica y teniendo como fin el escándalo, según una precisa "estrategia editorial". Escribió, por ejemplo, un Ensayo sobre las costumbres, que quería ser, ni más ni menos, que una historia universal, no solo de Francia y Europa, sino también de Oriente. Dado que "no tenía una preparación histórica precisa", ni el tiempo y la posibilidad de profundizar, llenó su obra de imprecisiones, errores e incomprensiones, pero obtuvo el efecto deseado: crear un caos mediático, utilizando la pluma como una cuchilla.
No nos olvidemos de que estamos en el siglo de la prensa, en el que abundan los periódicos y publicaciones, y en el que muchos creen que es posible comprenderlo todo con pocas páginas. En lo que respecta a Francia, es la época en la que triunfan los libelos antirreligiosos que mezclan filosofías deístas y materialistas con abundantes dosis de pornografía (pensemos en el marques de Sade).
El propio Voltaire se describe así: "Soy como un torrente de montaña, fluyo limpio, claro y rápido, pero sin demasiada profundidad". Varios eruditos de su tiempo redactaron textos para desmontar, una a una, sus mentiras y calumnias, pero sus trabajos, documentados y sutiles, tuvieron poco éxito, mientras las salidas fáciles, cortantes y gratuitas de Voltaire acabaron formando parte del sentir común. Por otro lado, es más fácil alardear de la expresión "oscura Edad Media", típica de la Ilustración, que hacer un discurso complejo y realista sobre las luces y las sombras de mil años de historia; incluso le permite, al que la pronuncia, sentirse culto y superior.
Antisemita y detractor implacable de la Europa cristiana
Tim Blanning, profesor de Historia Moderna en Cambridge, en su The pursuit of glory. The five revolutions that made modern Europe: 1648-1815, escribe: "Nadie que conociera una nimia parte de su amplia obra podía tomarlo en serio. Casi todo lo que escribió está impregnado de anticlericalismo". Y sigue: "Como muchos de sus colegas, Voltaire utilizó las civilizaciones no europeas [si bien no sabía nada de ellas: nota de Il Timone] como bastón con el que golpear a la Europa cristiana". Le debemos a él y a sus epígonos las caricaturas historiográficas según las cuales la Europa cristiana habría sido causa solo de infamias, mientras que las civilizaciones no cristianas (islámica, china, india) ¡eran tolerantes y racionales!
Voltaire, retratado por Nicolas de Largillière (1656-1746). Detalle de un cuadro en el Museo Carnavalet de París.
En especial, Voltaire despotrica contra los judíos, con el aplauso de alguno de ellos. Escribe Blanning: "En Voltaire había una especie de antisemitismo, que surgía fundamentalmente de su anticristianismo". Para él, como después para Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, la crítica a los judíos y sus ideas veterotestamentarias es otro modo de afirmar la infamia de la civilización europea, dado que también se basa en ellas.
En su Diccionario filosófico, en la voz "Antropófago", Voltaire escribe: "Además, ¿por qué los judíos no deberían ser antropófagos? Es lo único que le faltaría al pueblo de Dios para ser el más abominable de la tierra". En la voz "Tolerancia", Voltaire tacha a los judíos de "pueblo bárbaro", mientras define a los cristianos, como hará más adelante Hitler en sus Conversaciones privadas, "los más intolerantes entre los hombres".
El antisemitismo de Voltaire, como su profundo desprecio hacia los negros, que cree que se emparejan con los monos, es desconocido al gran público; sí lo conocen, en cambio, sus biógrafos y los historiadores del racismo. A este respecto, véanse Historia del judío errante de Riccardo Calimani; Historia del antijudaísmo y del antisemitismo de Maurizio Ghiretti (recordemos que Voltaire era accionista de una compañía que comerciaba con esclavos negros); Memoria sobre los judíos, de Voltaire y, sobre todo, Leon Poliakov, que en su celebérrimo El mito ario concluye: "Permanece en el recuerdo de los hombres como el principal apóstol de la tolerancia a pesar de su despiadado exclusivismo, al que solo se podría calificar de racista y del cual son testigo tanto sus escritos como su vida".
El presunto científico
Anticipando la que se convertirá en una moda positivista, comunista, fascista, nazi, Voltaire se presenta también como el campeón de la ciencia, considerada entonces por muchos como la futura sustituta de la religión.
Durante su estancia en Inglaterra asistió al funeral de Newton, lo que le da la autorización para actuar como sumo sacerdote del newtonismo. Como buen sabiondo fatuo, no puede eximirse de tratar un tema que está de moda. Hete aquí que entra en escena con su gracia habitual.
Por una parte denigra a los gigantes de la matemática y la física del pasado reciente, a saber: Descartes, que ha peregrinado a Loreto para agradecerle a la Virgen la iluminación que recibió en la época en que escribía su Discurso del método; Blaise Pascal, que ha defendido la posibilidad racional de los milagros en sus Pensamientos; y Gottfried Wilhelm von Leibniz, al que critica por sus obras apologéticas sobre la fe y la Iglesia.
Y, por la otra, no duda en despreciar públicamente a los grandes naturalistas, contemporáneos suyos, cuando son, como sucede para la mayoría, creyentes devotos.
Se burla de Leonhard Euler (1707-1783), el princeps Mathematicorum, autor de un tercio de las investigaciones sobre matemáticas, física teórica e ingeniería mecánica publicadas desde 1726 a 1800, pero culpable de haber escrito un libelo apologético titulado Defensa de la Revelación Divina frente a las objeciones de los librepensadores.
Tiene un duelo, al mismo tiempo, con Charles Bonnet (1720-1793) y Albrecht von Haller (1708-1777). El primero, gran biólogo, no teme recordar que Voltaire no es "ni naturalista ni filósofo", que "corta y mutila los pasajes de las obras que no le gustan" y que "habla continuamente de tolerancia y es sumamente intolerante". El segundo, médico, anatómico, fundador de la fisiología moderna, escribió incluso sus Cartas incandescentes contra Monsieur Voltaire, para defender la fe religiosa y rechazar la superficialidad del famoso y arrogante sabiondo.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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