En su avance hacia Berlín, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Rojo dejó un inmenso rastro de crímenes contra la población civil, celosamente ocultado por la historiografía de postguerra. Entre ellas, numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, como los tres sacerdotes mártires de Silesia a quienes ha consagrado recientemente un artículo el historiador Bronwen McShea en First Things. (Los ladillos son de ReL.)

Hace setenta años en Silesia

En 2012, mientras visitaba la ciudad alemana de Trier, descubrí por casualidad la casa natal de Karl Marx. Esta casa barroca, situada en el 10 de Brückenstrasse, es ahora un museo, una especie de santuario dedicado a su famoso residente.

No muy lejos está situada la antigua iglesia del seminario de la diócesis de Trier. Mientras caminaba cerca de la verja, observé siete pequeñas placas de latón entre los adoquines de la acera. En uno de ellos se podía leer: Johannes Schulz, fecha de fallecimiento: 19 de agosto de 1942. ¿Lugar de fallecimiento? Dachau.

Stolpersteine en Trier, entre ellas la de Johannes Schulz. Foto: Kulturdb.de

Más tarde supe que estas placas rendían homenaje a los sacerdotes mártires de Trier: siete sacerdotes católicos que se enfrentaron a los nazis y murieron en los campos de concentración entre 1942 y 1945. Estas Stolpersteine [escollos, obstáculos] son obra de Gunter Demnig, un artista que se ha dedicado a conmemorar las numerosas víctimas judías y gentiles del nazismo. El invierno pasado, Demnig puso otras 75.000 de estas Stolpersteine en más de veinte países.

Una rareza bibliográfica

Recientemente pensé en estas placas cuando tuve conocimiento, de manera inesperada, de otros sacerdotes mártires de la Segunda Guerra Mundial. Un vecino mío estaba desprendiéndose de algunos libros, pero antes de tirar un viejo libro de bolsillo, me preguntó si me interesaba.

Estoy muy agradecido por el libro. Titulado El martirio de los sacerdotes de Silesia, 1945–46, lo publicó en 1950 la Kirkliche Hilfsstelle de Múnich [existe edición española]. Recordando las placas de Trier, asumí que se trataba de la historia de más sacerdotes asesinados por los nazis. Pero me di cuenta de que el libro narraba la historia de sacerdotes que habían sido víctimas del Ejército Rojo de la Rusia comunista, mientras avanzaba hacia Alemania al final de la guerra.

"El martirio de los sacerdotes de Silesia", de Johannes Kaps., en la edición que cita McShea.

Me gustaría compartir tres de las muchas historias narradas en este libro, del que se pueden encontrar solo pocos ejemplares en alguna que otra librería, y que es difícil de encontrar de cualquier otro modo.  [Pincha aquí para un listado completo y también pincha aquí para algunas otras biografías.]

Hace setenta años, la región de Silesia, que hoy abarca partes de Polonia, la República Checa y Alemania, sufría las consecuencias de una orden de evacuación emitida por el Ejército Rojo a medida que avanzaba desde el Este. En esa época, Silesia tenía una población de cinco millones de personas, la mitad de la cual era católica. En pleno invierno, miles de personas obedecieron esa orden y se dirigieron hacia las Montañas Beskid. Unas 18.000 murieron de hipotermia por el camino.

Sin embargo, muchas permanecieron en Silesia, ignorando la orden de evacuación. El Ejército Rojo usó esto como excusa para torturarlas. Como era habitual para el Ejército Rojo, a su paso los soldaros rusos violaron a innumerables mujeres, incluidas monjas. Algunos incluso se dedicaron a cazar sacerdotes. 

A sangre fría

Uno de estos sacerdotes, el padre Christoph Arnold era párroco de una pequeña iglesia en Godzieszów. A principios de 1945 tenía 51 años y había sido sacerdote la mitad de su vida. El 20 de febrero, a última hora de la mañana, la artillería rusa bombardeó su iglesia. Con su hermana Margarethe se refugió en la bodega de la rectoría. También había un amigo, que escribió lo que sucedió a continuación.

Christoph Arnold.

"Rezamos el rosario y recibimos la Sagrada Comunión por última vez", relató este amigo. Los soldados fueron llegando a lo largo del día, "y se llevaron el vino, la comida y el reloj del sacerdote. También saquearon la iglesia buscando objetos valiosos". Al llegar la noche parecía que lo peor había pasado. Pero al día siguiente llegaron más soldados que "se comportaron de manera salvaje, apuntando a menudo al padre Arnold en el pecho y tiroteando la casa". Dos intentaron violar a Margarethe delante de su hermano.

El padre Arnold intentó salvar a su hermana, pero los soldados "lo arrastraron hasta la bodega y le pegaron un tiro" en la cabeza mientras el resto obligaba a Margarethe a permanecer arriba. Cuando consiguió ver a su hermano, este estaba muerto. Le cerró los ojos y juntó sus manos en oración. Se dio cuenta de que ese día, el 21 de febrero de 1945, era el trigésimo aniversario de su ordenación sacerdotal.

A los pocos días, Margarethe y otros habitantes de Godzieszów fueron asesinados a sangre fría.

Violación en grupo

Seis meses más tarde, en agosto de 1945, el Ejército Rojo asaltó al padre Franz Goerlich, de 34 años, párroco de Gross Bochbern en Breslau-Lohbrueck, en su rectoría. Estaba comiendo con su ama de llaves, Gulde, cuando varios soldados entraron a la fuerza en la casa.

Golpearon al sacerdote y la mujer, derribándolos al suelo y pateándolos. Goerlich se quedó inconsciente. Cuando recuperó la conciencia, se dio cuenta de que estaba amordazado y atado de manos y pies. Gulde estaba muerta.

De alguna manera el sacerdote consiguió desatarse las muñecas, quitarse la mordaza y arrastrarse hasta la puerta del convento cercano. Las monjas lo cobijaron, pero el Ejército Rojo llegó también al convento. Golpearon a Goerlich en varias ocasiones y también violaron en grupo a una monja delante de él.

Un amigo escribió: "Estas torturas brutales empeoraron aún más la salud de Goerlich, ya muy débil en aquel entonces. Le habían roto varias costillas que perforaron sus pulmones de manera grave". Le hospitalizaron. Murió el 8 de marzo de 1946, en un hospital de religiosas.

Lenta agonía

El padre Hubert Demczak, de 63 años, párroco de Ottmuth, fue otro de los sacerdotes asesinados por los soldados del Ejército Rojo en Silesia. Cuando los soldados llegaron el 24 de enero de 1945, incendiaron su iglesia. Seis días más tarde, un alto oficial ruso llegó a su casa, en la que se ocultaban el sacerdote y un grupo de religiosas, y le pidió que le sirviera vodka. Cuando Demczak le dio, en cambio, todas sus botellas de vino, el oficial las arrojó contra un muro, cerró de golpe la puerta mientras amenazaba con volver al cabo de pocos minutos.

El sacerdote Hubert Demczak.

Una de las monjas contó lo que ocurrió en la hora siguiente: "El padre dijo [...]: 'Venid, recemos el rosario, que sea lo que el Señor quiera'. Habíamos acabado de rezar y el padre nos estaba dando la absolución cuando la puerta se abrió y entró el mismo ruso con otros seis hombres, armados hasta los dientes... Los hombres no entraron en la casa, solo el oficial lo hizo. Cuando vio al padre Demczak disparó dos tiros para asustarle. [...] Después presionó la pistola contra su pecho y disparó. El padre Demczak presionó su mano izquierda sobre la herida de bala y la derecha, con el rosario, sobre su corazón. Sin mostrar dolor en su rostro, gritó: 'Jesús mío, ¡misericordia!' y cayó de espaldas, rezando ininterrumpidamente: 'Nuestro Salvador, permanece con nosotros, no nos abandones. ¡Jesús, Jésus, ven!'.

»Cuando nos acercamos a él para ayudarle los otros rusos entraron y, a golpe de culata, nos sacaron de la casa y nos ordenaron que nos alineáramos. [...] Nos arrancaron el velo de la cabeza e intentaron llevarme a la fuerza a la vieja escuela. Me aferré al pomo de la puerta y les dije que me dispararan, pero que no iría con ellos. [...] El sacerdote siguió rezando durante casi otra hora, pero sus palabras salían cada vez más lentas de su boca, con un estertor. Cuando ya estaba casi muerto, desangrado, los rusos se le acercaron y le dispararon dos tiros en la cabeza. Murió. Eran más o menos las seis de la tarde".

La monja que escribió esto casi murió estrangulada mientras se defendía de varios soldados que intentaban violarla. Vio como asesinaban a tiros a sus hermanas de comunidad, que gritaron a Jesús, María y José cuando un soldado abrió fuego con una metralleta. De alguna manera, consiguió escapar. Al final del relato, escribe que, al principio, era "peor estar viva que muerta". Con el tiempo comprendió "por qué tenía que sobrevivir: para ser testigo de la verdad". Sin ella, nunca hubiéramos sabido lo que sufrieron el padre Demczak y sus hermanas de comunidad ese 30 de enero de 1945.

Cien millones de víctimas del comunismo

Cuando visité Trier hace ocho años, vi a una joven pareja y a varios jóvenes peregrinos rindiendo homenaje a la casa natal de Marx. Supongo que ignoraban -como muchos siguen ignorando- que cien millones de personas han sido masacradas a manos de la estirpe ideológica de Marx y los otros santos patronos del comunismo revolucionario. El propio Marx defendió la lucha "cuerpo a cuerpo" hasta la muerte contra el orden social basado en la propiedad privada y el culto al Dios de la Biblia, y la aceleración de los "sangrientos dolores de parto de una nueva sociedad" por medio del "terror revolucionario".

Los comunistas revolucionarios que le sucedieron, incluyendo a Vladimir Lenin y al miembro de la Checa, Yevgeny Tuchkov, hicieron llamamientos explícitos a la aniquilación de algunas categorías de personas, incluyendo los sacerdotes y las monjas. Los sacerdotes mártires de Silesia y las monjas que sufrieron el martirio con ellos fueron las víctimas de un modelo más amplio de terror llevado a cabo por el Ejército Rojo en muchos lugares, como también por otros agentes de la izquierda radical.

Espero que ese día esos jóvenes de Trier vieran las Stolpersteine igual que las vi yo y rindieran homenaje, no solo a Marx, sino también a esas almas heroicas que, con valentía, se resistieron a la tiranía nazi a costa incluso de su vida. Si no lo hicieron, espero que hayan visitado otros monumentos en homenaje a las víctimas del totalitarismo de la extrema derecha, pues existen muchos de ese tipo hoy en día.

Sin embargo, por desgracia, se recuerda poco públicamente -hay pocos monumentos, o exposiciones en los museos, o lecciones en los institutos y universidades- que recuerden la terrible y violenta historia de la extrema izquierda. Por esta razón estoy agradecido que ese pequeño libro, que nunca ha sido reimpreso y que ha sido casi olvidado, sobre los sacerdotes mártires de Silesia cayera en mis manos para que, por fin, pudiera conocer su historia y contársela a otros.

Traducido por Elena Faccia Serrano.