Durante los últimos meses se ha producido un rico debate entre intelectuales, profesores y periodistas sobre el papel del cristianismo en la vida pública, y la presencia o ausencia del pensamiento cristiano y de sus intelectuales en la sociedad actual.
Estos debates han propiciado reflexiones para actuar en el futuro y han mostrado algunos de los errores cometidos en el pasado. La Iglesia y los católicos tienen los argumentos, y podrían tener también las estructuras, para ofrecer una buena batalla cultural en este tiempo.
Miguel Ángel Quintana Paz, filósofo, columnista y profesor de Ética y Filosofía Social en la Universidad Miguel de Cervantes de Valladolid está siendo uno de los más activos en este debate sobre el cristianismo, los intelectuales y la batalla cultural. Y lo hace con su estilo muy poco oficialista, mordaz, a veces irónico y también alejado de lo políticamente correcto.
Este jueves ha vuelto a alimentar el debate con su última reflexión publicada en The Objective y titulada El cristianismo, explicado a los periodistas y los niños donde pone el acento en varios aspectos que pueden levantar ciertas ampollas, sobre todo por su estilo muy directo, y que en redes sociales ha encontrado quienes apoyan sus argumentos y quien ataca su enfoque. Lo que es seguro es que sigue alimentando este debate que antes no se daba.
La conclusión a la que llega es que durante mucho tiempo se ha vendido, y creído, que el cristianismo no es otra cosa que hacer el bien y ser bueno, olvidando el mensaje central y fundamental es, y debería siempre ser, que Cristo ha muerto y resucitado abriendo así las puertas del cielo.
“Era quizá previsible que lo cristiano volviese a la actualidad: el apacible pacto liberal según el cual nuestra fe, nuestras creencias metafísicas, nuestros modelos de vida buena, debían quedarse dentro de la casita de cada uno (en pocas palabras, el pacto que entusiasmó a medio mundillo académico tras que John Rawls lo dejara escrito en su Liberalismo político de 1993) hace tiempo que ha quebrado. Y lo ha roto precisamente la izquierda, antaño su valedora principal frente a las ansias conservadoras o democristianas de que la moral sí contara en lo público. Hoy, en cambio, son izquierdistas quienes, bajo el eslogan de ‘lo personal sí es político’, llevan años legislando sobre nuestras relaciones más íntimas; son ellos quienes ambicionan usar la educación pública para adoctrinar según su propia moral (sexual, trans, ecologista o cosmopolita); y son ellos quienes, incluso, extienden hasta las grandes empresas, capitalismo moralista mediante, su avidez de modelarnos según su idea del Bien particular”, escribe Quintana Paz.
Sin embargo, el pretexto que utiliza para escribir este artículo es que según él, “muchas de las cosas que se dicen sobre el cristianismo, incluso en la hasta hace poco Catolicísima España, se alejan un tanto de qué representa esta tradición de verdad”. Y por ello, se lanza a aportar unas instrucciones que aclaren “de qué va lo cristiano, y sobre todo, de qué no va”.
Los errores sobre qué es ser cristiano
A su juicio, el primer error es que “el cristianismo va de ser buena persona”. Quintana Paz considera que esta idea “ha proliferado desde hace ya siglos incluso en personas de indudable talla intelectual”.
“Se diría que, así como en sus primeros tiempos a los cristianos se les acusaba de malvados que se deleitaban en crímenes perversos, de reciente se les acusa de buenazos que en el fondo solo inventaron a un señor barbudo y celeste para que resulte más fácil hacer el bien. Ser cristiano sería, pues, una excusa como cualquier otra (que estoy enamorado, que me acabas de dar una alegría, que hoy luce el sol) para portarnos bien”, señala este profesor.
Además, recuerda que Thomas Jefferson “llegó incluso a editar unos evangelios en que borró todas las molestas referencias milagreras, o aquellas en que salía por en medio Dios: para él, como para muchos tras él, lo importante era quedarse solo con los mandatos morales de Jesús, sin peces raros que se multiplican o bodas en que corre el vino por doquier”.
El problema que ve en esta “versión moralista del cristianismo” –tal y como la define- es que “es dudoso que los cristianos sean personas moralmente más elevadas que los demás”. También asegura que personajes como San Pablo insistieron en que precisamente “la cosa no iba de implantar solo un nuevo listado de leyes morales”.
Para Quintana Paz el segundo error es que “el cristianismo va de hacer el bien”. Tal y como explica este filósofo, “esta segunda equivocación se parece a la primera en su afán moralista, pero es incluso más peligrosa: pues, lejos de hacernos mirar hacia dentro de nosotros mismos, se conforma con que actuemos hacia fuera del modo adecuado. ¿Adecuado según qué criterios? Por desgracia, en una época como la nuestra en que se han trastocado en las cabezas de muchos el Bien y el Mal, lo que se defiende como bueno en los medios de comunicación, empresas, oenegés, etcétera, con frecuencia es una forma (emotivista, empática y amigable) de escasa bondad”.
De este modo, agrega que “mucha gente, a menudo de querencias 'progresistas', ha descubierto encantada que el cristianismo en el fondo no es sino buscar lo mismo que la ONU, Apple y Facebook nos cuentan hoy que es el bien: abundante empatía, amplia conciencia ecológica, cierta obsesión con el bienestar de los animales, amigables eutanasias a quien lo pase mal, fronteras abiertas, manifestaciones de Black Lives Matter y, bueno, alguna manía personal que se consiente como llevar un discreto crucifijo o rezarle a Santa Rita de Casia; aspectos folclóricos que aportan a la vida (siempre que no pretendan ir más lejos) cierto color”.
En tercer lugar, Quintana Paz también afirma que otro error es creer que “el cristianismo va de creer en Dios”. Según este argumento, “frente a los antivacunas, que creen cosas fácilmente resumibles (que las vacunas no funcionan, o contienen chips, o matan); frente a los terraplanistas, que creen algo aún más sencillo (la Tierra es plana, y ya está); los cristianos serían tipos un tanto enrevesados, que asumen montones de cosas raras (milagros, ángeles, apariciones, profetas, santos, cielos, vírgenes, cristos… y las respectivas historias de cada uno de esos entes)”.
Y pone un ejemplo: “esta visión del cristianismo ha calado incluso en gente muy respetable: aún recuerdo a una famosa filósofa católica conferenciándonos en una universidad pontificia que la buena noticia cristiana consistía en que 'Dios existe'. Confieso que no me atreví a preguntarle luego, en el turno a ello dedicado, qué tenían entonces de especial los cristianos allá por el siglo I, cuando prácticamente todo el mundo ya creía que existía al menos algún Dios. ¿Tan importante era llamarlo Yahvé, Júpiter u Osiris?”.
Qué sí es ser cristiano
Una vez que ha expuesto los errores sobre lo que realmente él cree que no es el cristianismo, este profesor universitario anima a mirar a “esos primeros predicadores cristianos” que “anunciaban algo mucho más preciso”.
“¿Cuál fue la Buena Nueva (en griego, el Evangelio) en que sí insistieron aquellos primeros hombres de nuestra era? Desde luego, no las enseñanzas morales de Jesús (regla de oro, cuidado a los pobres, amor al prójimo, Sermón de la montaña), que ya existían prácticamente todas ellas en el judaísmo de la época, ese gran desconocido para muchos cristianos. Jesús, como moralista, tuvo poco de original. De hecho, Pablo, cuando tiene que escribirse con los primeros creyentes en Jesús, apenas cita tales preceptos, aunque los conocía: no era eso lo que le urgía resaltar”, asegura Quintana.
San Pablo –agrega este profesor- “habla de alegría entre los creyentes (como Jn 15:11); habla de fraternidad entre ellos (como Jn 13:35). Así que la pregunta es obvia: ¿cómo habían llegado aquellos hombres a esa meta que todos ansiaríamos, la de vivir alegres y en concordia con los demás? “
Hasta este punto quería llegar Quintana Paz con su artículo: “La respuesta está en que se sentían liberados de todo que nos impiden alcanzar tal meta. Por ejemplo, es difícil ser feliz en un mundo en que sabes que te vas a morir. Pero los cristianos habían descubierto, y contaban estentóreos, que eso ya no era así: Cristo había resucitado y todos nosotros, algún día, habríamos de resucitar también”.
En segundo lugar, considera que “otro obstáculo ímprobo para la felicidad es la culpa; pero los primeros cristianos también se sentían por completo libres de ella. Jesús había asumido las culpas de todos y Dios, a través de Él, nos había perdonado. Todos esos defectos que todos sabemos que acarreamos habían dejado de importar de un plumazo: porque ya no le importaban, literalmente, ni a Dios. (Qué diferencia con la religión culpabilizante, tanto de sí mismo como de los demás, que muchos viven aún hoy)”.
Por ello, para concluir, este filósofo recuerda que “los primeros cristianos no predicaban ni que había que ser buenos, ni que había que cambiar el mundo, ni que hay arcángeles en el cielo: predicaban la muerte y resurrección de Cristo, como descubrirá cualquiera que eche un simple vistazo al Nuevo Testamento. Esto es lo que caracteriza el cristianismo. Todo lo demás viene por añadidura: cierto modo ético de comportarse, la fe en ciertas cosas, toda preocupación por los demás. De hecho, ninguna de esas cosas es posible sin que Dios te haya salvado de morir y te perdone (dicho en lenguaje teológico: ninguna de esas cosas es posible sin la gracia de Dios)”.
Para comprender mejor su argumentación puede leer aquí íntegramente el artículo de Quintana Paz en The Objective.