"He pensado a menudo cómo puede la Iglesia hacer más evidente su misión de testigo de la misericordia", dijo el Papa Francisco cuando anunció el nuevo Jubileo. Misericordia, perdón, reconciliación: los lugares donde se ejercita el rito hablan todos de la alianza nueva abierta para la humanidad. Su conjunto define el ambiente articulado de las iglesias: efectivamente, es por los ritos y por cómo suceden que la arquitectura crea los edificios para el culto.


Sabemos que el centro efectivo de las iglesias, aunque no sea necesariamente geométrico, es el altar, el corazón de la celebración litúrgica. Son también importantes los ambones (donde los haya) o los atriles, más difundidos; la sede de quien preside; la cruz; el tabernáculo; el baptisterio, habitualmente situado cerca de la entrada, incluso en el exterior... Todos ellos, elementos que han conocido en la historia realizaciones de notable valor arquitectónico y artístico, obras que permanecen no sólo como testimonio de fe, sino también como expresiones de una habilidad refinada, manifestaciones de una cultura o de una época.

Sin embargo, entre los distintos ambientes litúrgicos hay uno que atrae poco la atención y que queda a menudo apartado, como un armario, un mueble que puede cogerse y cambiarse de sitio, no un punto fijo al que hacer referencia. Es el confesionario o lugar de la reconciliación, donde acaece el paso que permite volver a reconocerse en la gracia tras cada vicisitud de la vida. Es más bien raro, de hecho, encontrar confesionarios de valor, dignos de aparecer en la historia del arte junto a obras como el ambón de Giovanni Pisano en Pisa, el altar de Borromini en los Santos Apóstoles de Nápoles, el tabernáculo de Bernini en San Pedro en el Vaticano. Y es difícil encontrar iglesias donde los lugares de la reconciliación estén proyectados de manera coherente con el resto.


Pero actualmente, con la renovada atención hacia la misericordia, se abre un momento en el que tiene sentido intentar valorizar su presencia. Resulta por lo tanto acertada la publicación del volumen Luoghi di riconciliazione. Il mestiere dell’architetto [Lugares de reconciliación. El oficio del arquitecto] de Paolo Bedogni, con una introducción de Pietro Sorci, publicado dentro de la colección Sapientia Ineffabilis de If Press (pp. 160, euro 16) dirigida por el liturgista Manlio Sodi.

Tal vez la falta de atención hacia esta zona litúrgica deriva también del hecho de que, al menos en origen, la celebración de la confesión tenía lugar sólo cuando se cometían pecados muy graves que comportaban el alejamiento del fiel de la comunidad y un largo recorrido de arrepentimiento. A veces la reconciliación sucedía una sola vez en la vida, pues no se admitían recaídas y la penitencia consistía en recorrer el catecumenado, mientras que la readmisión en la Iglesia tenía lugar coram populo reunido en la basílica. Huellas significativas de porqué todo el organismo arquitectónico era entendido como un lugar de arrepentimiento y reconciliación las podemos encontrar en los laberintos, difundidos en las iglesias góticas, cuyo ejemplo más insigne es el de la catedral de Chartres: símbolo de la dificultad del camino penitencial, que sin embargo tiene una salida segura.

Tras sucesivas evoluciones del rito fue sólo con el Concilio de Trento, en respuesta a las críticas expuestas por Lutero hacia este sacramento, cuando San Carlos Borromeo dio indicaciones en sus Instructiones sobre cómo tenían que ser los confesionarios: un asiento para el sacerdote, una reja para separarlo del penitente, un crucifijo.

Y he aquí que aparecen los «armarios», a veces fruto de una gran atención y arte, como en el caso de la iglesia de la Adoración en Ascoli Piceno (siglo XVI) o como los confesionarios que se pusieron en 1576 en nichos apropiados en la iglesia de San Fedele de Milán, proyectada por Pellegrino Pellegrini: uno de los primeros ejemplos en los que la propia arquitectura tiene en cuenta dichos lugares.


Iglesia de San Fedele (Milán).


En época más cercana sólo se ven ejemplos relevantes de proyectos de este tipo en lugares donde la atención por la liturgia es mayor: por ejemplo, en la iglesia de Santa Ana en Düren (Alemania, 1951-56) de Rudolf Schwarz, donde la planta en forma de "L" permite abrir una especia de nave lateral que hace de recorrido introductivo en el que se alinean 4 confesionarios.


El ala de confesionarios de la Annakirche de Rudolf Schwarz.

También Henri Matisse eligió para su capilla de Vence una planta en forma de "L" con el confesionario interpretado como nicho al que se accede pasando por una puerta de madera trabajada con motivos geométricos de estilo vagamente mudéjar, en un ambiente de tonos claros y espléndidas tonalidades naturales: es un lugar de esperanza y de resurrección.


Arriba, la puerta de acceso a los confesionarios en la capilla de Vence diseñada por Henri Matisse. Abajo, vista general del templo.



En cambio Le Corbusier y el padre Couturier pusieron en la capilla de Ronchamp dos confesionarios: uno encajonado en la gran curva de la pared del fondo; el otro sobresaliendo de la pared, en la zona cercana a las dos entradas.


Arriba, confesionario en Ronchamp. Abajo, la planta de la célebre iglesia de Le Corbusier.



Tampoco en Italia faltan ejemplos de lugares de la reconciliación bien integrados en la arquitectura. Pero los que puso Glauco Gresleri en un espacio apropiado y geométricamente bien definido en la iglesia de la Beata Virgen Inmaculada de Bolonia (finales de los años 50), frente a la capilla eucarística, fueron posteriormente convertidos en nichos para guardar sillas plegables.

En el Santuario de Santa Rita en Casia la zona de los confesionarios es una luminosa sala que la intervención artística de Armando Marrocco alegra con un vuelo de palomas hacia un cielo dorado.


El lugar del perdón como lugar de alegría en el Santuario de Santa Rita de Casia.

Entre los ejemplos recientes más significativos podemos mencionar el Monasterio de Bose, en el que una gran ventana redonda evoca la perfección divina y donde confesor y penitente se sientan en una mesa que tiene dos escultóricos nichos adecuados para acoger a ambos: se acentúan la amplitud y la luminosidad, signo de que la misericordia prevalece sobre el castigo. La propia atención prestada al aspecto celebrativo sugiere que se privilegie la amplitud: la confesión se prepara con lecturas y meditaciones y el lugar tiene que tener las dimensiones y la ambientación adecuadas.


Singular confesionario en el monasterio de Bose...


En el monasterio benedictino de Clerlande (Bélgica), una vidriera abre la zona de confesionarios al bosque que lo rodea y al cercano jardín de piedras, que marcan el ambiente con la luz y el silencio.


...y no menos singular la zona de confesionarios en la abadía de Clerlande.

Volviendo a Italia, en la iglesia de la Santísima Trinidad de Parma hay un espacio dotado de esteras y bancos en el que el sentido de ascesis y espiritualidad está acentuado por la presencia de iconos y lámparas de aceite.

En el santuario de Lanciano, reestructurado por Bedogni, el lugar de la reconciliación tiene el aspecto de un pequeño oratorio en el fondo del cual una ventana permite vislumbrar la custodia eucarística. La luz que surge de lo alto, una simple cruz y la escalera que lleva al nivel superior se convierten en presencias simbólicas que acompañan la preparación al sacramento.


La penitencia y la eucaristía, conectados en Lanciano.

En resumen, el hecho de que los confesionarios no sean sólo "armarios" sino propiamente "lugares" permite que el momento de la reconciliación sea entendido como parte integrante del recorrido ritual y siga siendo una llamada a la conversión continua que acompaña la vida del creyente, como también signo de la apertura de la Iglesia a la misericordia.