La escritora zaragozana Ángeles de Irisarri fue la encargada de ofrecer el pregón que da comienzo a la Semana Santa en la capital aragonesa. Nacida en 1947, Irisarri comenzó a publicar novelas y cuentos en la madurez. Vinculada familiarmente a la Semana Santa zaragozana, ya fue oradora del Santo Encuentro en 1998.
-¿Por qué pregonera?
-Me llamaron para ofrecérmelo y dije que sí. He preparado un pregón que leeré hoy, pero es secreto, no se lo he pasado ni a los cofrades para su revista. Son mis vivencias de Semana Santa y las de otros.
-Pero, ¿por qué usted?
-Realmente no lo sé. Habrán leído algún libro mío, aunque muchos de ellos son medievales. Solo he escrito un relato sobre la Semana Santa de Zamora; me fui allí.
-¿Cuál es entonces su vinculación con esta tradición en la capital aragonesa?
-Desde que era niña me gustaba mucho, sobre todo los romanos. Y ahora que soy ya muy mayor me parece milagroso que 2.000 años después se conmemore la muerte de Jesucristo, cuando nadie se acuerda del Imperio de Sargón II o del Imperio Egipcio. No hay conmemoraciones a la expansión griega, de la Liga Ática o del Imperio Español. Es milagroso.
-¿Y por qué de esto sí?
-Lleva algo más. Lleva sentimiento, lleva esperanza. Yo soy católica y desde luego la fe es una suerte. Son tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La fe es una suerte tenerla porque estás esperando otra vida, que según Jorge Manrique es morada sin pesar. La caridad es necesaria, que es lo que ahora se llama solidaridad.
-También hay gente que sigue la Semana Santa sin ser creyente. Igual es algo más que fe.
-Jesucristo vino a cambiar lo que es la humanidad, pero son 2.000 años de cristianismo y ningún agnóstico o ateo se puede inhibir de su entorno y de su cultura, que es la cristiana. La negará pero ahí está, es connatural a Europa. Con la caída del Imperio Romano se formaron las órdenes religiosas y se expandieron por toda Europa, se fueron renovando poco a poco y hasta ahora.
-¿Su pasión por esta tradición es porque pertenece a alguna cofradía?
-No, nunca, aunque he tenido familiares cofrades. Sé que su labor es fascinante. Las cofradías han tenido un gran papel social, están trabajando todo el año. Han fletado aviones con alimentos de primera necesidad no perecederos y mantas a lugares de guerra, por ejemplo a la antigua Yugoslavia. Hacen todo eso y más.
-¿Es la Semana Santa de Zaragoza la mejor de España?
-Cada una tiene su encanto, tiene su qué. No se puede decir que es la mejor, es la que he vivido. La tradición zaragozana la relató Leopoldo Alas Clarín en la Regenta porque vivió aquí bastantes años, por ejemplo. Fue catedrático de Derecho Penal hasta que se fue a Oviedo. Es muy completa; comienza con los padres del antiguo testamento -Abraham, Moisés- y eso es algo que no pasa en ninguna otra.
-¿Qué recuerdos tiene de esas procesiones de infancia?
-Me resultaba magnífico por las vacaciones, primero. Estudié en las Hermanas de la Consolación, en la plaza Santa Cruz y tuve una enseñanza religiosa. Pasábamos muchas horas en clase y era lo mejor llegar a vacaciones. En Semana Santa se rezaba el Vía Crucis y se hacían los oficios. Luego, ir a San Cayetano me apasionaba, que es donde llegaban los pasos con sus cofrades para hacer la salida desde ahí.
-¿Cuál era la procesión que más le gustaba?
-La que más me impresionaba era la talla del Cristo de la Cama. Tiene una gran tradición. Es una talla del siglo XIII que pertenece a la cofradía de la Hermandad de la Sangre de Cristo. Esta imagen estaba en el convento de los franciscanos durante la guerra de la Independencia, pero como lo destrozaron todo en las batallas de Los Sitios, lo cambiaron de sitio. Era un cristo motivo de adoración. Cuando bombardearon el convento entró una mujer entre las ruinas para pedir socorro, para que alguien salvara el Cristo. Unos hombres rescataron la imagen y la llevaron en procesión hasta el Pilar y luego se trasladó a San Cayetano.
-¿Qué más recuerda?
-Echo de menos la oscuridad que se creaba en las procesiones de antaño. Cuando pasaba la procesión apagaban las luces de los comercios y las calles, solo estaban las velas de los pasos. El ambiente que se creaba, junto al silencio, le daba un sabor especial. Me emociona ver procesiones aún. Cuando suenan los tambores, el silencio, los cofrades... a veces me vienen lágrimas a los ojos. Como yo soy de historia me doy cuenta que 2.000 años después es por Él, es por Jesucristo.