La película narra la historia de Jesús de Nazaret desde la formación del grupo apostólico al inicio de su vida pública hasta las apariciones del Resucitado. Los detalles y el desenlace son bien conocidos y no dejan lugar para la intriga y la sorpresa, pero Parra de Carrizosa logra imprimir originalidad en el enfoque.
El espectador ve a Jesús a través de los ojos de sus primeros seguidores, es decir, sigue su difícil y vacilante itinerario de fe desde la esperanza en un libertador del yugo romano hasta comprender el auténtico sentido de su mesianismo.
Los primeros en unirse a él se sienten fuertemente atraídos por su persona y quieren seguirle, pero lo ven sólo como un hombre, un nuevo profeta, en la línea de los profetas de Israel. Alguien sin duda extraordinario, pero un hombre al fin y al cabo.
Y así sucede también con los que se van incorporando al grupo hasta llegar a ser doce. El trato entre todos ellos es cercano y amistoso, con bromas y risas, como buenos camaradas unidos en un ideal común.
La película es como la dramatización de los relatos evangélicos, lo cual supone, lógicamente, un necesario distanciamiento y una cierta interpretación de unos textos que, propiamente, son unas catequesis.
Los evangelistas no pretendieron hacer una crónica de la biografía de Jesús, sino que escribieron a la luz de la fe en el Resucitado. Esa experiencia les desveló el sentido profundo de lo que habían visto y oído, y eso fue lo que quisieron proclamar. Pero el film prescinde de la lectura creyente de la historia, y parte del principio, cuando los discípulos entendían el mesianismo de Jesús como la salvación sociopolítica de su pueblo y esperaban recibir privilegios y honores por seguir al libertador.
Nos muestra todo el proceso de incertidumbres, dudas, desánimos, deseos de abandonar, mientras las enseñanzas del Maestro van calando en su corazón y les van cayendo las escamas de los ojos.
Básicamente el guión es fiel a la realidad tal como sucedió según las Escrituras. Algunos puntos no proceden de los textos canónicos–como el nombre de Dimas, el buen ladrón, que sólo figura en los apócrifos–aunque tampoco ofrecen carácter de falsedad.
Otros no tienen fundamento preciso en la historia real tal como está atestiguada, son totalmente fruto de la imaginación–como el hecho de que cuando prenden a Jesús, detienen también a Dimas y a Gestas, o la existencia de Galia, la esposa de Pedro, cuyo nombre se desconoce en realidad y de la que no se dice absolutamente nada en el Nuevo Testamento, si exceptuamos una frase de S. Pablo no fácilmente interpretable–.
Esas aportaciones proporcionan vivacidad a la narración fílmica sin por ello cambiarsustancialmente el núcleo de la historia. Por otra parte, en los diálogos de los personajes y sobre todo en las enseñanzas de Jesús, hay palabras exactas de los textos bíblicos, que marcan la fidelidad a la historia tal como aconteció.
Como sucede en los relatos evangélicos, los doce aparecen llenos de debilidades. Su experiencia interior es muy fuerte, pero les falta una fe firme. No obstante, a pesar de los momentos de desfallecimiento, de sus terribles dudas, no dejan de seguir a Jesús.
El personaje de Jesús aparece “natural”, como ellos lo veían, profundamente humano, con cansancio, hambre, sed, tristeza, alegría… Eso no significa que la película sólo atienda a su dimensión humana, sino que acompaña la evolución del grupo.
Cuando les pregunta “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro, con la voz entrecortada por la emoción, lo confiesa como el Cristo. La fe del grupo es real, pero todavía imperfecta, sigue estando velada. Sólo después de la Resurrección llegarán al final del proceso.
Puede parecer que el personaje de María queda un poco desdibujado, vemos en ella a la madre angustiada pero no a la mujer de fe. Sin duda, una mayor presencia del mejor ejemplo de fe inquebrantable en Jesucristo podría desdibujar el dramatismo de los que buscaban todavía en semipenumbra.
Sin embargo, en la última escena, muy parecida en el planteamiento a la de Zeffirelli en su película Jesús de Nazaret (misma estructura, mismos textos de los discípulos de Emaús, envío misionero…), María está a la derecha del Resucitado, lo cual tiene todo un carácter simbólico.
La película está muy bien ambientada y nos traslada perfectamente a la Palestina del siglo I. Los actores cumplen con su cometido.
Pablo Pinedo, como ya hiciera en Bajo un manto de estrellas, consigue hacer entrañable al personaje que encarna. En algún momento, Pedro tal vez resulte algo exagerado, pero lo cierto es que nos ofrece bien la imagen de hombre de contrastes, sencillo, rudo, testarudo, de genio vivo y, al mismo tiempo, capaz de una gran ternura y de verter amargas lágrimas por amor.
No hay escenas de masas escuchando predicar a Jesús, lo cual es un acierto para mantener ese tono intimista, porque lo nuclear en el relato es la evolución desde la incredulidad hasta la adhesión incondicional a la persona de Cristo.
La fe es un don, pero todo don se le da al hombre como una tarea. Los apóstoles –excepto Judas, el traidor– alcanzaron la “santidad”, pero llegar a esa meta exigió todo un proceso esforzado que es el que, en parte, nos muestra la película.
Por eso pide también al espectador un esfuerzo para desprenderse de su imaginario sobre la historia de la salvación y contemplar al grupo como lo que eran, hombres “normales”, con sus flaquezas y sus defectos, que, a pesar de sus miedos y hasta sus deserciones, supieron levantarse, seguir a Jesús y ser sus testigos.