El pasado viernes Netflix estrenó Maldita [Cursed], una serie de diez capítulos inspirada en el mito artúrico y rodada en Inglaterra. Se trata de una creación de Tom Wheeler y del célebre Frank Miller (Daredevil, Sin City, 300), basada en el libro-cómic del mismo título del que ambos son autores: texto e ilustraciones, respectivamente.
La novedad más llamativa del guión respecto al ciclo medieval es que el destinatario de la legendaria espada que solo un brazo elegido podrá arrancar de la roca no es un rey, sino una reina. La Dama del Lago es ahora Nimue, la protagonista indiscutible, interpretada por Katherine Langford.
Nimue forma parte de los Fey, un pueblo de druidas que vive en el bosque en armonía con la naturaleza y se ven asediados por los Paladines Rojos, unos monjes cristianos que buscan su genocidio para exterminar la brujería. Bajo las órdenes de un sacerdote, el padre Carden, no tienen reparo en asesinar a mujeres y niños indefensos y a torturar y crucificar a quien se interponga en sus planes.
El Papa de Maldita y su peculiar guardia.
Los papeles están, pues, muy claros desde el principio. Quienes encarnan lo natural (el bosque) y lo preternatural (la magia) son los buenos. Quienes encarnan lo sobrenatural (la Iglesia) son los malos.
El padre Carden, con su rosario siempre a mano, al frente de la partida de los monjes asesinos.
La serie se encarga de dejar los bandos perfectamente definidos: los Paladines Rojos son bien distinguibles por la cruz; denominan a sus instrumentos de tortura los "dedos de Dios" y los bautizan con nombres de arcángeles, como Miguel; en una grotesca pero eficaz inversión de la historia, crucifican a sus víctimas y las queman vivas; el padre Carden lleva un rosario bien visible; actúa al servicio de un Papa con tiara y de alguien apelado "Trinidad"; una abadesa cruel reza el Credo antes de quemar un convento donde dos monjas heroínas, lesbianas (una de las cuales se arranca la cruz del cuello y la arroja al suelo), conviven con el resto de monjas aterrorizadas por los hombres.
La abadesa Nora y el padre Carden: la imagen del mal.
"Uno de los aspectos más perturbadores de la serie es que casi todas las escenas de horripilante violencia que cometen los malos cristianos van precedidas por referencias cristianas u oraciones cristianas", señala Elise Ehrhard, colaboradora de medios como Crisis Magazine o Catholic Herald, en su crítica a Maldita en Newsbusters: "Es enfermiza la forma en la que los guionistas retuercen el lenguaje de la teología cristiana hasta convertirlo en el anuncio de que un mal espantoso está a punto de ocurrir".
El mago Merlín, en un desolador panorama de cruces donde los cristianos no son víctimas, sino verdugos.
Ehrhard lamenta que, "mientras las auténticas leyendas artúricas están llenas de heroica imaginería cristiana y de historias inspiradas por aspectos de la antropología cristiana, Maldita se limita a utilizar los nombres legendarios [Arturo, Merlín, Morgana, Ginebra, Lancelot] y el motivo de la espada para animar extrañas obsesiones anti-cristianas".
Esta nueva apuesta de Netflix, dirigida de forma explícita a satanizar el cristianismo aunque solo sea referencialmente, no es un caso aislado sino parte de una tendencia. Además de otras producciones como Los dos Papas -caricatura de Benedicto XVI y Francisco al servicio de la visión sistémica de la Iglesia-, se manifestó al aprovechar nada menos que la Navidad para estrenar el pasado diciembre una serie que presentaba a Jesucristo como un gay activo. Y llega en una época en la que los cristianos son, ellos sí, físicamente crucificados (como hizo el Estado Islámico en Irak), y cuando sus imágenes sagradas y templos han sido objeto en Estados Unidos, a lo largo de las últimas semanas, de la violencia de Black Lives Matter, que han sufrido también en ocasiones los católicos que las protegían, como en el caso de la estatua de San Luis Rey de Francia en la ciudad que lleva su nombre en Missouri.