Sor Nazarena Crotta nació en 1907 y murió en 1990. Sus últimos 45 años de vida los pasó en un monasterio camaldulense en Roma, enclaustrada en una celda por voluntad propia tras una vocación singular y una autorización especial del Papa Pío XII. A su muerte, casi ninguna de sus hermanas la había visto nunca. Recuerda su historia David Murgia en Il Timone:
Sor Nazarena, la reclusa de Roma
La llaman, sencillamente, "la reclusa del Aventino", pero su verdadero nombre es sor Nazarena, nombre de bautismo Julia Crotta. Ha sido la última religiosa "recluida" de este siglo. Es decir, gracias a una autorización especial que le permitió la reclusión monástica (el nivel más alto de eremitismo), transcurrió 45 años como monja camaldulense en una pequeñísima celda situada en un monasterio del Aventino, en el centro de Roma. Sin hablar ni ver nunca a nadie. Como si hubiera sido emparedada en vida.
La reclusión es una forma de vida distinta a la clausura. Es mucho más parecida al ideal del eremita por la austeridad de vida y el aislamiento. De la extraordinaria y poco conocida historia de esta humildísima religiosa se han interesado Papas y simples fieles. Y aún hoy, a más de veinte años de su muerte, su historia sigue fascinando y planteando preguntas, a pesar de que Sor Nazarena nunca se movió de la pequeñísima celda del monasterio romano. Quiso desaparecer del mundo. No hizo ni dijo nada especial. Pero la historia de la "reclusa de Roma" apasiona y conmueve a todo el que llega a tener conocimiento de ella.
De la cancha de baloncesto al desierto
Julia es americana (nace el 15 de octubre de 1907 a pocos kilómetros de distancia de Hartford, Connecticut). Es músico y deportista. Muy alta, juega a baloncesto como una campeona; también es una estudiante modelo. Tiene ante sí un futuro brillante.
Julia era la séptima hija de un matrimonio de inmigrantes italianos en Connecticut (Estados Unidos). Esta foto corresponde a 1933. Ella está a la derecha, de pie con uno de sus sobrinos en brazos. Fuente: Owlcation.
Cuando tiene 27 años participa en un retiro espiritual en preparación de la Pascua y vive lo que ella definiió como una nox beatissima, una experiencia que, como ella misma relata en sus diarios, cambiará para siempre el curso de su vida, durante la cual Jesús en persona la llamará para que le haga compañía en el desierto y cuyo resultado final serán 45 años de reclusión monástica.
Julia Crotta, en torno a 1934.
La voz que oye le pide: "Ven conmigo al desierto. Estoy tan solo… Ven conmigo, no te abandonaré nunca". Julia no entiende enseguida lo que se le pide. Piensa en irse, literalmente, al desierto de Judá, en Palestina. Pide ayuda a su director espiritual. Pasan once años desde esa primera llamada al desierto, sin que Julia abandone jamás su propósito. Intenta entrar en algunas comunidades religiosas muy estrictas, como el Carmelo, pero no es exactamente lo que busca. Aconsejada por sus directores espirituales, encontrará lo que desea en Roma, en el monasterio de San Antonio Abad, en la colina del Aventino. Se convertirá en una reclusa de la Orden Camaldulense que, desde sus orígenes y por voluntad de su fundador San Romualdo, está dividida en una rama cenobítica y otra eremítica.
En cinco metros por tres
El 21 de noviembre de 1945 Julia es recibida por el papa Pío XII, que la bendice y, sobre todo, lee la regla de vida que Julia ha escrito para su propia reclusión. Pío XII teme que el estilo de vida de reclusa sea demasiado exigente para la joven, pero al final, visto su insistencia, lo aprueba.
Un sacerdote y algunas religiosas que se han ocupado de su alojamiento la acompañan a la celda de la que no saldrá nunca hasta el final de sus días.
Esto es lo que escribe en uno de sus diarios sobre ese día: "En cuanto entré en la celda de reclusión y después de que las religiosas que me habían acompañado se hubieran ido y cerraran la puerta, ¡qué alegría, qué alegría! Alcé los brazos al cielo, sentía dentro de mí con certeza: Aquí estoy, por fin, en mi lugar. En el lugar que Dios ha querido para mí".
Monasterio camaldulense de San Antonio Abad en Roma.
Sor Nazarena vivirá en una celda de cinco metros por tres durante 45 años. Duerme, sin colchón ni almohada, sobre un arcón de madera sobre el que ha sido clavada una cruz. Sí, una gran cruz.
La cama de Sor Nazarena. Fuente: Romualdica.
Trabaja unas horas al día entrelazando las palmeras que se distribuyen en el periodo de Pascua. El resto del día lo transcurre rezando, estudiando y participando en la misa desde una pequeña ventana con reja, a través de la cual recibe la comunión.
La celda de Sor Nazarena. Fuente: Romualdica.
Su mirada al mundo se la ofrece una ventana con vista al Circo Máximo. Con un esfuerzo, se puede ver desde allí la cúpula de San Pedro. No habla con nadie. Sólo tiene acceso a ella su confesor. Las propias religiosas de la comunidad no la han visto nunca.
Vista de Roma desde la celda de Sor Nazarena. Fuente: Romualdica.
Sor Nazarena come sólo pan y agua casi todos los días de la semana. En periodos litúrgicos especiales come aún menos. Sin embargo, siempre está sana, equilibrada y de buen humor. Viste un hábito muy modesto. No lleva nada consigo, ni siquiera su amado violín. En su celda sólo hay espacio para algún libro.
Sor Nazarena, como novicia.
Diarios místicos y reglas
Lo que sabemos de ella se lo debemos a sus diarios, a las cartas que enviaba a sus directores espirituales y a sus recuerdos autobiográficos, que nos hablan de una experiencia fuera del tiempo, con palabras y acentos que recuerdan a los de los Padres del Desierto y a un profundo conocimiento de la Biblia.
Escritos que son verdaderas obras maestras de la mística. Textos que al final de los años ochenta empezaron a circular en ambientes católicos. Se leían y se meditaba sobre ellos. Fascinaron incluso a Vittorio Gassman. Alrededor de su figura nacen en Roma círculos y encuentros en los que los participantes se interrogan sobre líneas como esta: "Sólo en la soledad silenciosa me siento feliz, en paz, en el lugar hecho para mí. Fuera, en contacto con las almas, me siento infeliz, inquieta, como un pez fuera del agua. Sufro hasta que no vuelvo y entonces, ¡qué alegría estar encerrada aquí sola con Él!".
El cardenal Paul Augustin Mayer (1911-2010) fue prefecto de la Congregación para el Culto Divino y presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei.
Muchas de sus cartas están dirigidas al padre Paul Augustin Mayer, religioso benedictino alemán y futuro cardenal. Sor Nazarena redacta también su propia regla de vida. Una regla que actualiza continuamente. Las reglas han sido, a lo largo de los siglos, instrumentos formidables para conocer la historia de los reclusos. Además, hay estudios fascinantes en este sentido sobre las donaciones testamentarias. De hecho, es gracias a estos documentos jurídicos que ha sido posible reconstruir la historia de quienes han elegido este tipo de vida ascética.
El recluso, precisamente por su vocación especial, no quiere dejar nada de sí mismo. Lo decíamos antes: el recluso quiere morir a los ojos del mundo. Por lo tanto, cuando un recluso o una reclusa no deja escritos, es dificilísimo reconstruir su vida; por eso ha sido posible tener conocimiento de la existencia de algunos reclusos gracias a las disposiciones testamentarias dejadas a su favor.
45 años en el lugar deseado por Dios
"Nunca, nunca en 43 años de reclusión", escribe la religiosa en uno de sus diarios, "he sentido una sola vez la tentación de salir de la reclusión. Siempre he sentido, con alegría y reconocimiento, que estoy en mi lugar, en el lugar que Dios quiso para mí. Ningún sacrificio ha sido demasiado grande para permanecer siempre en la reclusión".
TV2000, canal de televisión de la conferencia episcopal italiana, consagró un programa especial a la figura de Sor Nazarena.
Sor Nazarena murió a los 82 años, en su celda, el 7 de febrero de 1990, el día en el que los benedictinos camaldulenses recuerdan a su fundador, San Romualdo. Ante la noticia de sus gravísimas condiciones de salud, todas las religiosas de la comunidad acuden a su lado.
Para casi todas es la primera vez que ven su rostro. Es la primera vez que ven a sor Nazarena. Llaman a su confesor y llevan a la celda un pequeño sillón para sentarla y que esté más cómoda. En 45 años sor Nazarena no había tenido ni una mesa ni una silla.
Entre sus últimos apuntes encuentran estas líneas: "Dios quería una pequeña celda anacorética en San Pedro y en los grandes centros del mundo para predicar de manera sencilla y continua… Sería hermoso tener allí, a los pies del Papa, en el corazón de la Iglesia, una pequeña hostia verdaderamente viva unida de manera especial a la hostia divina… Esta pequeña celda anacorética tan elevada [se refiere a la cúpula de San Pedro, ndr], cercana a la vida celeste, tiene que ser como un faro divino elevado para que todos puedan verlo".
Traducción de Elena Faccia Serrano.
(Esta historia la publicó ReL por primera vez el 12 de junio de 2019, traduciendo el artículo de Il Timone).