«Éramos tres hermanas y nueve hermanos», contó la propia santa, que según ella misma admitía era la favorita de su padre.
Cuentan que a los 7 años convenció a su hermano Rodrigo para que se fugase con ella de casa y se fuera con ella a tierra de moros, buscando el martirio. La fracasada intentona da muestra de la religiosidad que marcó su infancia y también de su carácter enérgico y su fuerte voluntad.
Su siguiente fuga no se quedaría en intento. En 1535, ante la negativa de su padre para concederle el permiso paterno para ingresar en el convento de las carmelitas de la Encarnación, se iría de casa para tomar los hábitos y hacer los votos. No sin pena, como ella misma relató: «Aquel día, al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos». Teresa tenía 20 años.
Había sido su propio padre, sin embargo, el que primero la llevó a un convento. A los 13 años Teresa se había quedado huérfana de esa madre con quien compartía confidencias, devociones y su gusto por la lectura. De las vidas de santos, había pasado a los libros de caballerías y de en ellos aprendió a galantear con sus primos. «Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta», recordaba la propia santa. Su padre, preocupado, decidió entonces internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila, donde se educaban doncellas nobles.
Una grave enfermedad le obligaría a salir del convento. Nada se sabe de esta dolencia a la que la santa solo se refirió con la frase «Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre». Durante su convalecencia, su tío don Pedro de Cepeda le dio a leer las Epístolas de San Jerónimo que le harían decidirse por tomar los votos y entrar en las carmelitas.
En el convento de la Encarnación «vivió feliz 27 años, siendo siempre, eso sí, el centro de la atención y el afecto de familia, monjas y seglares», señalan en la web del V Centenario de Santa Teresa de Jesús. La santa debía ser una mujer hermosa, de cuerpo frágil y dotada de una espiritualidad fuera de lo común. En 1538 cae de nuevo enferma. Ante el fracaso de los médicos, su padre le lleva a una curandera cuyo tratamiento «deja a la enferma medio muerta», relata Montserrat Izquierdo en su obra «Teresa de Jesús. Con los pies descalzos».
Un año después, un paroxismo la llevará a las puertas de la muerte. En el convento de la Encarnación le prepararon su sepultura y hasta celebraron un funeral, según relata Izquierdo. Sin embargo, cuatro días después, volvió en sí y pidió que la llevaran de vuelta al convento. «En la enfermería del monasterio pasará tullida casi cuatro años hasta verse curada, según su propia confesión, por la intercesión de san José», apunta la escritora.
Los años siguientes fueron los más oscuros para la santa, que abandonó la oración en 1542 y un año después salió del convento para cuidar a su padre. Moriría en aquella Navidad y a su regreso, Teresa pasaría diez años más entre estados de desesperanza y periodos de oración hasta que en 1554, cuando rondaba los 40 años, tuvo lugar su conversión definitiva ante un Cristo llagado.
«Ese día nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su fecundidad espiritual, mística y literaria. La etapa de fundadora», subraya la filóloga especialista en la figura de Santa Teresa.
De entonces son sus primeras visiones y sus temores de estar siendo engañada «por el demonio». Su encuentro en 1560 con el santo franciscano Pedro de Alcántara resultó providencial para alcanzar la paz. Poco antes había tenido oportunidad de conocer a Francisco de Borja, que también sería santo, y años después mantendría una estrecha relación con San Juan de la Cruz.
El 24 de agosto de 1562 el Papa Pío IV le concedió su traslado con cuatro monjas al pequeño convento de San José de Ávila. La reforma del Carmelo se ponía en marcha. Apoyada por el general de la Orden del Carmen, recorrió todos los caminos de España fundando conventos. Fueron 16 en apenas 20 años: Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. No pudo cumplir su deseo de fundar un convento en Madrid.
En esos últimos 20 años de su vida escribió Santa Teresa el «Libro de la Vida», «Camino de perfección», «Meditaciones sobre los Cantares», «Moradas del castillo interior», «Exclamaciones», «Fundaciones», «Visita de Descalzas», las «Constituciones» para sus monjas, poesías y medio millar de cartas además de 66 «Cuentas de conciencia» para sus confesores.
«Ella no podía predicar, pero sí podía decir lo que pensaba a través de las cartas, en las que no sólo se hablaba de su relación con Dios», señalaba el pasado domingo a Montse Serrador el historiador Javier Burrieza.
Acusada de enseñar cosas de alumbrados, Santa Teresa tuvo que defenderse ante el Tribunal de la Inquisición en 1575. Montserrat Izquierdo relata cómo el Definitorio General de la orden le mandó encerrarse como «presa» en el convento que ella eligiera y su reforma sufrió tal persecución que a punto estuvo de desaparecer hasta que en 1580 el Papa Gregorio XIII concedió a los descalzos una provincia separada de los carmelitas calzados mediante la bula «Pia consideratione».
En septiembre de 1582, Teresa de Jesús llegó al monasterio de Alba de Tormes muy enferma. «En fin, muero hija de la Iglesia», pronunció antes de fallecer. Era el 4 de octubre, el día que entraba en vigor el calendario gregoriano. A Santa Teresa la enterraron 24 horas después... el 15 de octubre.
La enterraron allí mismo, en el convento de Alba de Torres aunque antes de que se cumpliera el año se procedió a la primera exhumación del cuerpo, que se encontró incorrupto.
El padre Jerónimo Gracián procedió al rito de amputarle una mano que llevó a las carmelitas de Ávila aunque sin el dedo meñique que se quedó para él.
Tres años después del fallecimiento la Orden de los Carmelitas Descalzos mandaron llevar el cuerpo a Ávila así que fue exhumado el 25 de noviembre de 1585 y se trasladó el cuerpo incorrupto aunque sin un brazo que se quedó en Alba de Tormes para compensar de la pérdida.
La decisión provocó el rechazo de los Duques de Alba, que echaron mano de su poder para recuperar el cuerpo, según relata Nieves Concostrina en «Polvo eres», y lo lograron puesto que Sixto V ordenó el traslado de nuevo a Alba de Tormes. En total se oficiaron tres entierros oficiales.
Su cuerpo aún incorrupto se encuentra hoy en una capilla de la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes, custodiado por nueve llaves aunque despojado de muchas partes de su anatomía. En Alba de Tormes se conservan sendos relicarios con el brazo izquierdo y el corazón de la santa, un pie y parte de la mandíbula se encuentra en Roma, la mano izquierda en Lisboa, un dedo en París, aunque la reliquia de la santa que ha tenido una existencia más agitada ha sido la primera mano que se le seccionó.
Las carmelitas de Ronda conservan la célebre mano incorrupta de Santa Teresa que tras la Guerra Civil Española fue a parar a manos de Francisco Franco y éste llevó consigo como un talismán hasta su muerte. En su dormitorio del Palacio del Pardo hizo construir un altarcito para venerar la reliquia.
En 1614 fue beatificada por Paulo V y en 1622 el Papa Gregorio XV la canonizó junto a San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri. Hubo que esperar hasta 1970 para que fuera nombrada por Pablo VI Doctora de la Iglesia, junto con Santa Catalina de Siena. Su fiesta se celebra el 15 de octubre.
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(Libros sobre Santa Teresa de Jesús)