“No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga”, rubrica. Informa de que cada vez más creyentes y no creyentes se acogen al silencio, como refrenda la asistencia al seminario de entrenamiento que dirige, “Amigos del desierto”, al tiempo que aclara que “nadie que esté lleno o satisfecho de sí podrá recibir al Misterio; antes es preciso un trabajo de desapego o vaciamiento”. Por otro lado, cuando recibió la noticia de su nombramiento pontificio, su primera reacción fue que “el Papa se había equivocado” y descubre que este encargo le ha llegado en el momento de su vida en que se encuentra “más centrado espiritualmente”.
Lo primero que sentí al conocer este nombramiento, que ha sido toda una sorpresa para mí, fue que el Papa se había equivocado. No lo digo por falsa modestia, sino en honor a la verdad: hay muchísimas personas en la Iglesia más capacitadas que yo para este cargo. Acto seguido me vino pensar que esto me llegaba en el momento de mi vida en que me encuentro más centrado espiritualmente y con una vida interior más plena e intensa. Todo puede ser interpretado en clave de casualidad o de providencia; los creyentes, y yo entre ellos, tenemos esta última clave de lectura. Añadiré que me siento abrumado por este reconocimiento a una trayectoria como la mía, algo turbulenta, y confiado en que Dios me dé fuerzas para entregarme a la tarea que se me brinda.
Desconozco el funcionamiento de cualquier organismo vaticano, porque yo he sido hasta ahora, y confío en seguir siéndolo, un cura de a pie. En cualquier caso, supongo que los consultores se nombrarán a propuesta del cardenal que preside los consejos o dicasterios, que en este caso es el cardenal Ravasi, un hombre por el que he sentido siempre, por su cultura y amplitud de miras, un profundo respeto. Para mí es el claro sucesor de Martini.
Me pedirán periódicamente informes sobre distintos asuntos y tendré que viajar a Roma, o eso imagino, con cierta regularidad. Por de pronto, la próxima asamblea plenaria del consejo, a la que evidentemente asistiré, es a principio del próximo febrero. Debatiremos en ella el tema de la cultura femenina en nuestra sociedad.
Los libros en que abordo esta cuestión son dos: explícitamente en el ensayo Biografía del silencio (Siruela, 2012), e indirectamente en la novela El olvido de sí, donde narro en primera persona la fascinante vida de Charles de Foucauld, explorador de Marruecos y ermitaño-misionero en Argelia. El silencio no es un tema, sino el gran tema de nuestro tiempo, al menos en Occidente, y ello porque el ruido es el auténtico terrorismo que nos devasta por dentro.
Sí, hay una honda necesidad de silencio, como prueba el hecho de que cada vez sean más, creyentes o no, los que buscan espacios de retiro para el encuentro consigo mismos y con lo esencial. Lo que da miedo no es Dios, el Gran Desconocido, sino nosotros mismos, que es lo que en primera instancia se encuentra cuando nos silenciamos. No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga.
Al igual que en la relación con el ser amado no basta la palabra y el gesto, siendo en ocasiones necesario pasar a esa intimidad mayor que es la mirada o la pura presencia, así en la relación del creyente con su Dios. La oración vocal es la propia de la infancia; la mental, la de la adolescencia; la afectiva, la de la juventud; la silenciosa o del corazón, como también se llama, la de la madurez. La diferencia sustancial radica en que sólo en esta última el foco de atención está en Dios, mientras que en las tres anteriores, el centro sigue estando en las propias palabras, pensamientos o emociones.
Se trata de una novela, publicada en Anagrama en el 2009, que es la primera parte de mí, así llamada, Trilogía del silencio. El desierto es metáfora del vacío, que dirían los budistas, de la pobreza espiritual, que decimos los cristianos. Nadie que esté lleno o satisfecho de sí podrá recibir al Misterio; antes es preciso un trabajo de desapego o vaciamiento, que es lo que propicia y fomenta la meditación. El seminario de entrenamiento espiritual del que soy fundador y que animo, llamado precisamente “Amigos del Desierto” tiene esa finalidad: abrir para creyentes y no creyentes espacios y tiempos para la contemplación y el encuentro con lo más radical.